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Del 'Motomami' a la Teología: cuando Rosalía se vuelve mística con el poder del marketing

La cantante catalana ha afirmado que si no se dedicara a la música «estaría estudiando Teología», justo en los días previos a la salida de su nuevo álbum Lux

Rosalía el pasado septiembre en Nueva YorkREES, ULRA

Es habitual que los artistas, durante la promoción de sus obras, repitan sin cesar una suerte de «consignas» publicitarias ideadas por sus agentes y agencias. La idea suele ser vender un nuevo producto con el «viejo».

Un continuo renacer de la gallina de los huevos de oro. Es la misma figura remozada. A la estupendísima cantante Stefani Germanotta no le llegó la oportunidad hasta que se disfrazó y se cambió el nombre por el de Lady Gaga.

Ahora puede salir con vestido clásico y tocando el piano sin necesidad de más aderezos. Francisco Umbral dijo (e hizo) aquello de «primero el personaje y después la obra». En su novela Las ninfas contaba aquello de, sacado de Baudelaire, que había que ser «sublime sin interrupción».

Umbral hace medio siglo salía en la televisión en horario de máxima audiencia comiéndose una manzana que es muy probable que no le apeteciera comerse, pero lo hiciese por epatar, por ser noticia o por no dejar de serlo.

En los noventa U2 se (re) presentaron al mundo transformados. Todo era ruido, hedonismo, modernidad o brillo en lo estético que coincidía con lo musical. Un cambio necesario y chocante después de su época de misticismo y religiosidad mezclado con una suerte de épica cuya fórmula se había agotado en casi un lustro de gira sin descanso.

Precisamente el misticismo y la religiosidad, o algo parecido, es a lo que se ha agarrado Rosalía para su nueva aparición. La música, sobre todo, y la estética son claves en la idea. Pero también el lenguaje. Se trata de parecer verídico (incluso no tanto) y no una simple campaña de imagen.

A finales de los ochenta, la marca deportiva que patrocinaba al tenista André Agassi le presentó como a un rebelde con estética «heavy». El adolescente con el pelo largo y teñido. Pantalones vaqueros deportivos, camisetas y zapatillas estridentes. El asunto tenía algo que ver con su modo de jugar. El tenis de fondo, la rapidez nunca vista en el resto como nunca visto había sido semejante atuendo.

Como después confesó Agassi en su espléndida biografía Open, todo aquello no era nada más que imagen pura. Lo que había por dentro era un niño que necesitaba amor y que odiaba el tenis y al que ni siquiera le gustaba el rock, sino las baladas de Whitney Houston. La culminación de aquella mentira fue cuando tuvo que empezar a jugar con peluca o tapado con una omnipresente gorra para ocultar la incipiente calvicie que rompía de raíz con la falsa imagen escogida.

Por eso después de tantos años y de tantos ejemplos, que Rosalía salga diciendo que si no se dedicara a la música «estaría estudiando Teología» suena a Lady Gaga, a Umbral, a U2 y a Agassi, mientras el público sigue comprando la mentira (o la verdad, que también podría ser) de la postura promocional como si de un verdadero misticismo se tratase. La reinvención que casi otorga un papel divino, y sin el «casi», sin límites.

Porque después de que se acabe, o de que pase, la imprevista y sorprendente Teología en Rosalía desde el Motomami, podrá venir cualquier cosa. La artista catalana puede aparecer bajo cualquier aspecto y con cualquier rumbo porque sus seguidores, ya paralizados para siempre por la expectación, están ahí para asimilar la nueva imagen de cada capítulo como si ella misma fuese una religión.