'Berghain', lo nuevo de Rosalía ¿es bueno de verdad o lo es porque ya viene con sello de calidad?
A la cantante catalana se la escucha y luego sucede una mudez tensa, un mirar a todos lados, una reflexión y un volver a escuchar, y quizá otro y luego más, y así
Rosalía en la Semana de la Moda de París el pasado 14 de octubre
Todo el mundo se deshace en elogios a Berghain, la nueva canción de Rosalía, la exploradora del nuevo álbum de nombre Lux. Son elogios de silencio. De espera. Casi se diría que son elogios preventivos ante algo que no se comprende, pero que se intuye que la crítica más sabia va a elevar a los cielos.
Es lo que ocurre con el certificado de calidad. Un, por ejemplo, vino con denominación de origen parece que sabe mejor con la etiqueta que sin ella. El vino es quizá un buen ejemplo, porque no todo el mundo posee el talento o la capacidad, o el gusto o el sentido de distinguir lo bueno de lo menos bueno. O lo bueno de verdad.
También depende del gusto, no como sentido, sino como preferencia. Un vino puede ser considerado extraordinario por unos y puede no significar nada (distinto) para otros. Pero ahí cuenta, o puede que cuente, la capacitación, la formación, la naturaleza. Uno puede estar constipado y no captar en estado normal el sabor. Otro puede tener un mal día y percibirlo negativamente.
Con Rosalía pasa algo similar. Viene con sello de calidad. Se la escucha y luego sucede una mudez tensa, un mirar a todos lados, una reflexión y un volver a escuchar, y quizá otro y luego más, y así. Las canciones, el arte en general, no siempre, ni mucho menos, se aprecian al instante. El hombre ha necesitado incluso siglos para comprender y valorar lo que durante tiempo no fue nada.
Rosalía certificada
Podría ser que lo de Rosalía sea al revés: todo incluso antes de que se conozca y nada dentro de siglos que los que estamos aquí no veremos. Rosalía está certificada. Es buena con sello de actualidad que le permite hacer lo que no sea evidente e inmediatamente «bueno o malo» para crear la incertidumbre que recertifica la calidad en la mezcla, en el mestizaje musical tan rentable (hasta a Bad Bunny, el peor cantante más exitoso del mundo, se le ha elogiado por meter salsa caribeña en sus cosas), presentado con las mejores galas y con el mayor misterio como si se esperase ver salir de un túnel ferroviario cualquier cosa menos una locomotora.