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Truman Capote, David Uclés y Francisco Umbral

Truman Capote, David Uclés y Francisco UmbralGTRES

Diez escritores más famosos por sus personajes que por sus obras, incluido David Uclés

Fue Umbral quien dijo que primero había que crearse el personaje y luego la obra. El personaje se lo creó el mismo Premio Cervantes que nunca fue académico precisamente por ser personaje desde niño, convencido de quién quería ser o de quién no quería ser

Fue Umbral quien dijo que primero había que crearse el personaje y luego la obra. El personaje se lo creó el mismo Premio Cervantes que nunca fue académico por ser personaje desde niño, convencido de quién quería ser o de quién no quería ser.

Con esa facha, exterior e interior, se puso a escribir, sintiéndose «sublime sin interrupción» como Baudelaire. Pero no fue ni mucho menos el primero, ni el último. Un ejemplo contrario puede ser el de Machado o el de Galdós, tan Antonio y Benito como ellos solos.

La obra de Truman Capote, como las de la mayoría de los autores de esta especie, se vio eclipsada por el ruido de sus personajes. El carácter excéntrico y la personalidad, siempre rodeado de celebridades, protagonista de la prensa amarilla o rosa y con frecuentes apariciones televisivas, le creó una imagen distinta de lo que expresaban sus novelas y cuentos, pero necesaria para venderlos.

El caso de Hemingway es similar: la figura del cazador, boxeador, bravucón, comedor, bebedor, también famoso por sus palabras fuera de la página, no tenía nada que ver con el escritor disciplinado y puro que contaba historias visibles, fáciles, pero crípticas.

Sus fotografías con sus capturas de pesca, marlines y otras piezas, o en África junto a búfalos abatidos, o en España con los toreros fueron lo que quedó de él para los que no lo leyeron nunca. Una injusticia conscientemente propiciada por él mismo, como todos lo demás.

Como Oscar Wilde y su conducta pública licenciosa y escandalosa para la época, el hombre que creyó que su ingenio le sostendría, pero que no le alcanzó para vencer a la moral o a los moralistas y fue destruido por ellos. Y de Wilde al marqués de Sade, prolífico autor al que apenas se le conoce por lo que se le conoce.

J.D. Salinger se hizo famoso por su libro famoso, El Guardián entre el centeno, un éxito impresionante que le obligó a retirarse de todos los focos, lo contrario de los otros: la deconstrucción o destrucción del personaje en el anonimato que produjo el efecto contrario: todo el mundo le buscaba, quería encontrar al escritor ermitaño que no era ermitaño, sino que quería vivir como el hombre común que era.

Salinger no quería ser un personaje, pero lo fue a su pesar. No se lo hizo él, sino que se lo hicieron los demás. El mito que no quería ser mito, sino leer, escribir y jugar a tenis y verlo por la televisión. Vivieron en distintas épocas, pero si Lord Byron hubiera vivido en la del creador de Franny y Zooey, hubiese huido de la «vida acomodada» en busca de las aventuras por las que pasó a la historia como un héroe romántico, como si fuera su mismísimo Don Juan, solo que más famoso.

Como Jack Kerouac y los beatniks. En el camino fue una suerte de «Biblia» de este movimiento contracultural, pero todo lo que rodeó al autor y sus amigos y compañeros como William. S. Burroughs o Allen Ginsberg o incluso al «no escritor» Neal Cassady, superó cualquier consideración sobre el valor reconocido de su obra y de su influencia.

Memorias de África fue la novela más conocida de la baronesa Blixen, quien firmaba como Isak Dinesen, libro que fue llevado al cine para terminar de crear el arquetipo de una autora que fue mucho más que la valiente y romántica mujer que terminó de perfilar Meryl Streep, por ejemplo, en sus magníficos y no del todo amables, ni fáciles, Siete cuentos góticos, a quien precisamente Truman Capote retrató durante un encuentro como a una viejecita elegante en su castillo de Dinamarca.

El último de los escritores cuyos personajes son más famosos que su obra es el autor del libro más vendido (y aclamado por la crítica) de los últimos tiempos, La península de las casas vacías, David Uclés. La notable novela sobre la Guerra Civil creada sobre el realismo mágico tiene por detrás a un joven caracterizado por su gorra irlandesa casi perenne sobre su flequillo bien colocado y sus numerosas apariciones en medios y revistas.

Reportajes fotográficos tan cuidados en la estética como las propias entrevistas y, sobre todo, su casi perenne y meticuloso lenguaje político ad hoc que maneja como si hoy, en vez de ser «sublime sin interrupción», como decía Baudelaire que decía Umbral, hubiera que ser, además, «ideológico sin interrupción».

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