Los poemas que desataron el «Caso Padilla» trascienden su circunstancia y nos ofrecen, en versos de enorme contundencia ética y estética, un encendido canto de la palabra poética como irrenunciable ámbito de libertad
Actualizada 07:23
cátedra / 287 págs.
Fuera del juego y otros poemas
Heberto Padilla
El nombre del escritor pinareño, Herberto Padilla (1932-2000), ha quedado indisolublemente unido al del caso epónimo que le otorgó fama internacional y del que acaban de cumplirse, en el pasado abril, cincuenta años. Tal vez por eso, con todo acierto, la editorial Cátedra ha decidido incluir en su prestigiosa colección, Letras Hispánicas, el poemario que dio inicio al conflicto entre las autoridades del régimen castrista y uno de los autores que —como tantos otros de su generación— se había sumado fervorosamente al entusiasmo colectivo que despertara, inicialmente, la revolución triunfante.
De hecho, este poeta y periodista, políglota consumado, que desde 1952 había salido de la isla, para instalarse en México y, posteriormente, en los Estados Unidos, consiguió, en 1959, el puesto de corresponsal en Nueva York de Prensa Latina, la agencia del nuevo gobierno revolucionario. Poco tiempo después, pasó a formar parte de la redacción del suplemento cultural Lunes de Revolución, dirigido entonces —ironías que se gasta la historia— por Cabrera Infante. A pesar de que el último número de este suplemento apareció en 1961, Padilla continuaría en el equipo del diario Revolución y publicaría, entonces, su primer poemario reconocido: El justo tiempo humano (1962). Allí, en su sección final, reúne siete poemas que constituyen toda una proclama esperanzada del nuevo periodo recién iniciado:
«Tú, soñador de dura pupila rompe ya esa guarida de astucias y terrores. Por el amor de tu pueblo, ¡despierta! El justo tiempo humano va a nacer» 203
Después vendrían su corresponsalía en Moscú y, entre 1964 y 1966, un prolongado peregrinar por Europa —Checoslovaquia, Hungría, Polonia y Rusia— como representante del Ministerio de Comercio Exterior. De esta experiencia viajera brotarán muchos de los versos que integran su siguiente poemario, publicado en 1968, Fuera del juego, que aparece íntegramente en esta nueva edición de Cátedra, acompañado por una significativa muestra de poemas de sus otros libros y traducciones. En efecto, el «Andar» constituye uno de los tres núcleos argumentales de toda su obra, a los que se suman «Objetar» y «Cantar», íntimamente ligados a su peripecia biográfica, como apuntan los editores, en un magnífico estudio introductorio.
El periplo transforma la mirada del poeta. La geografía que recorre deja a la vista, allá por donde va, las desoladoras huellas de los horrores de la historia. Por eso, desde la Torre Spáskaya, en el corazón del Kremlin, canta lo que su guardián ignora:
«No sabe que sobre el pavimento aún persiste la huella de las ejecuciones. Que a veces salta un pámpano sangriento. Que suenan las canciones de la corte deshecha. Que en la negra buhardilla acechan los mirones. No sabe que no hay terror que pueda ocultarse en el viento» 149
A su vuelta a la isla, nada podía ser igual. Como ha señalado otro compañero de generación, Manuel Díaz Martínez —en el Dossier que Cuadernos Hispanoamericanos le dedicó a Padilla el pasado mes de abril—, el pinareño había leído ya a los disidentes, Koestler, Djilas, Deutscher, y volvía «con mucha información sobre el estalinismo». Había conocido, además, la agitación que se estaba produciendo en círculos intelectuales de la Europa soviética, que pugnaban por otorgar un giro humanista al socialismo. Pronto se produciría ese otro 68, el de la Primavera de Praga. El autor se sitúa, entonces, ante la propia realidad de su patria con mirada crítica. Solo así cabe entender el cambio tan perceptible entre los poemas que clausuraban El justo tiempo humano y los versos que inauguran Fuera del juego:
«A aquel hombre le pidieron su tiempo para que lo juntara al tiempo de la Historia. Le pidieron las manos, porque para una época difícil nada hay mejor que un par de buenas manos. Le pidieron los ojos que alguna vez tuvieron lágrimas para que contemplara el lado claro (especialmente el lado claro de la vida) porque para el horror basta un ojo de asombro» 81
El sucesivo desmembramiento que exigen los voceros del nuevo tiempo, los anónimos representantes de la Historia, alcanza su punto climático al cercenarle también su instrumento más preciado, la palabra. Y, de este modo, el poema adquiere un sentido casi profético:
«Le explicaron después que toda esta donación resultaría inútil sin entregar la lengua, porque en tiempos difíciles nada es tan útil para atajar el odio o la mentira» 82
Asombrosamente, a pesar de su fuerte contenido crítico con el régimen y en contra de la intervención de la directiva de la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba), un jurado, integrado entre otros por Lezama Lima, José Tallet y el propio Díaz Martínez, otorgó al poemario el premio Julián del Casal, por unanimidad. En cumplimiento de las condiciones del galardón, el libro se publicó, finalmente, aunque precedido de una declaración, donde se repudiaba la obra y se criticaba el individualismo y la falta de sentido histórico de su autor.
Los acontecimientos se irían desencadenando, hasta llegar a la expulsión de Jorge Edwards, acusado de ser miembro de la CIA, el encarcelamiento de Padilla y su esposa en 1971, las dos cartas de protesta firmadas por algunos de los intelectuales más destacados del momento, la declaración auto-inculpatoria del autor y el célebre discurso de Castro ante el Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura que, como ha señalado Ángel Esteban, lo aclaró todo: «Y para volver a recibir un premio, en concurso nacional o internacional, tiene que ser revolucionario de verdad, escritor de verdad, poeta de verdad [APLAUSOS], revolucionario de verdad. Eso está claro. Y más claro que el agua».
Lo que media entre el antes y el después del Caso Padilla es un abismo de desencanto. Para aquellos que soñaban en que otra revolución era posible, aquello fue un abrupto despertar que les abrió los ojos a la realidad más cruda.
Pero más allá del valor histórico de la obra, la poética conversacional o exteriorista —en expresión de Cardenal— de Padilla nos lega un extraordinario conjunto de poemas, donde junto a la mirada perpleja ante un mundo que se zarandea entre los horrores del pasado y las amenazas de un futuro incierto; hay lugar también para reivindicar la libertad contra cualquier forma de tiranía, o para cantar el amor, como reducto último, el único del que quizá pueda brotar sentido:
«[…] Hemos vivido años luchando con vientos acres, como soplados de las ruinas; más siempre hubo una fruta, la más sencilla, y hubo siempre una flor. De modo que, aunque no sean lo más importante del universo, yo sé que aumentarán el tamaño de tu alegría lo mismo que la fiesta de esa nieve que cae. Nuestro hijo la disuelve sonriente entre los dedos como debe hacer Dios con nuestras vidas. Nos hemos puesto abrigos y botas, y nuestras pieles rojas y ateridas son otra imagen de la Resurrección. Criaturas de las diásporas de nuestro tiempo, ¡oh, Dios, danos la fuerza para proseguir!» 249