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26 de abril de 2024

Asesinato en el Hotel Paradise (III)

Como organizador del evento, lo ha hecho terriblemente mal

Asesinato en el Hotel Paradise, capítulo III

Lu Tolstova

1 de agosto, 20:00h
Óscar sentía la imperiosa necesidad de salvar al Paradise. Y para ello no podía dejarse llevar por las emociones atrancadas en su estómago. Debía aguantar por el que fue Cal, por el amigo que lo acompañó durante su adolescencia. O eso se había obligado a decir mentalmente veinte veces mientras rondaba alrededor del salón Aranjuez, situado al otro extremo de la planta baja. Tenía una estética ligeramente similar al salón principal. Algo más pequeño, con hileras de pilares de mármol verde y mesas redondas con sillas revestidas de negro. Desde el ventanal del fondo se filtraba una luz que convertía la estancia en una mezcla de claroscuros anaranjados. Todos los asistentes se habían trasladado allí, lejos de la escena del crimen, retenidos como moscas hasta que la Policía hablara con los testigos.
Tan solo se habían librado Julieta, que permanecía con los psicólogos en alguna otra sala, y Barasona y Peña, este último jactándose de tener que acompañar al presidente en negocios al extranjero. Una excusa barata que le había garantizado el billete express al exterior y que había despertado quejas en el resto sobre las diferencias a los políticos. Los periodistas eran los últimos que permanecían en aquella estancia completamente voluntarios. Desde su posición central, en una de las mesas redondas, podía observar a Lucía redactando una crónica para El Debate.
Claro que, en el fondo, todos sabían la razón. Miradas inquietas, temblores, cabezas gachas y murmullos recorrían la sala con una sospecha clara: el asesino se hallaba entre ellos.
–Ludwig –llamó acercándose al nuevo director, no solo del Paradise, sino del imperio hotelero de los Wagner–. Si es posible, necesito que revises el correo. Debemos adelantarnos. Lo ocurrido será noticia a escala nacional en cuestión de horas.
En el correo, Óscar narraba de parte de la directiva del hotel que aquel trágico episodio estaba siendo investigado y, aseguraba, casi resuelto por la Policía, que redoblarían la seguridad y que procedían a facilitar cualquier ayuda con las reservas.
Ludwig releyó la pantalla del móvil de Óscar y frunció el ceño mientras editaba el mensaje.
–Hay que quitarle importancia. No puedes esclarecer todo como si fueras un periódico y um Gottes Wille. Ni se te ocurra mencionar el asesinato de mi hermano.
Tal y como había venido, Ludwig le devolvió el teléfono y se fue hecho una furia. Él era otra de las personas que podía moverse en aquellos instantes por el hotel con total libertad. Sus pasos doblaron las miradas de los grupos que se encontraban sentados desperdigados por la estancia y hasta que Ludwig Wagner no salió del salón, los murmullos permanecieron callados.
Contuvo un suspiro. Eran sus invitados. Él había repasado la lista cientos de veces y tenía la confirmación de Calisto. ¿Cómo podía encontrarse entre ellos su asesino? Repasó nombre por nombre el correo de los confirmados y elevando la vista hacia los asistentes como si estuviera viendo un partido de tenis. Entonces, reparó en la persona que se encontraba apoyada en uno de los ventanales. Era un hombre espigado, castaño, de unos treinta y pocos años, y vestía un traje negro. Conforme se fue acercando a él, observó varias arrugas en su ceño y un cigarrillo apagado que bailaba entre sus dedos.
–Disculpe, no le conozco –soltó Óscar.
El hombre le miró de arriba abajo sin suavizar su expresión.
–Fernando Manzanares… ¿y usted?
Tenía acento andaluz.
–Óscar González. Soy quien lleva la estrategia económica del hotel y el organizador de la ceremonia. No recuerdo ver su nombre entre la lista.
Fernando elevó una ceja.
–Soy uno de los inversores que ha ayudado a levantar el hotel. Conozco a Ludwig Wagner y decidí venir en el último momento para revisar la inauguración del hotel donde he puesto mi dinero. Claramente, tenía razón y por el contrario usted, como organizador del evento, lo ha hecho terriblemente mal. ¿Tiene pensado a qué empresa irá después de esto? –preguntó con aire de superioridad y visiblemente cabreado.
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