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Portada de «Los hombres no son islas» de Nuccio Ordine

Portada de «Los hombres no son islas» de Nuccio OrdineAcantilado

'Los hombres no son islas': la reivindicación del hombre social mediante la lectura de los clásicos

El afamado académico italiano presenta otro de sus centones, a partir de la idea de que los hombres no son seres solitarios, si bien aplica un sesgo ideológico que desmerece de su empeño

Acantilado, una de las editoriales que publica en España con mayor mimo, añade una nueva entrega de los títulos con que el italiano Nuccio Ordine reivindica, a su manera, a los clásicos. Y, por clásicos, se entiende a autores que se remontan a Homero, y que llegan hasta casi nuestros días. Sólo por eso, merece la pena echar un vistazo a sus páginas y elogiarle el esfuerzo.

Sin embargo, y al igual que en La utilidad de lo inútil (2013) y Clásicos para la vida (2017), Ordine opta por reinterpretar a los autores de otros tiempos para arrimar el ascua a su sardina. Quien conozca la obra de Ordine ya sabrá hacia dónde orienta su admirable erudición.

En este libro nos topamos con declaraciones de este tipo: «Todo el mundo puede ver lo que ocurre en Europa y en el mundo en estos momentos: se construyen muros, se levantan barreras, se extienden cientos de kilómetros de alambre de púa, con el despiadado objetivo de cerrar el paso a una humanidad pobre y sufriente que, arriesgando la vida, intenta escapar de la guerra, del hambre, de los tormentos de las dictaduras y del fanatismo religioso … El Mediterráneo —que durante siglos había favorecido los intercambios de mercancías, de lenguas, de cultos, de obras de arte, de manuscritos y de culturas— se ha convertido, en los últimos años, en un féretro líquido en el que se acumulan miles de cadáveres de migrantes adultos y de niños inocentes».

Portada de «Los hombres no son islas» de Nuccio Ordine

acantilado / 296 págs.

Los hombres no son islas

Nuccio Ordine

Lo que sorprende es que, conociendo la historia con detalle, Ordine pretenda hacernos creer que las barreras de hoy son más ásperas que las que hubo durante el apogeo del Imperio Otomano y los siglos de piratería mediterránea. Para quienes tengan familiaridad con este egregio académico, quizá sólo les choque, del párrafo precedente, la traducción «alambre de púa» en vez de «alambre de espino». O bien les traerá el recuerdo de Horacio Quiroga. Por otro lado, Ordine cree que la decadencia de la universidad se debe al mercado, y no a las leyes de los políticos que elegimos con nuestro voto libre.

En esta ocasión, Ordine nos desarrolla el célebre adagio del pensador inglés John Donne (1572–1631): «ningún hombre es una isla». Hoy, el moderno —en su individualismo, en su apartamento de soltero egocéntrico y emperrado que pide comida basura al ciclista de Glovo—, como Hugh Grant en Un niño grande (Chris y Paul Weitz, 2002), replicaría: «Algunos hombres sí son islas, ¡yo soy la puñetera Ibiza!».

Sin duda alguna, el calabrés acierta en diagnosticar uno de los males de nuestra época. Y acierta, asimismo, al acudir a los clásicos para narrarnos qué es lo que la condición humana, a través de los siglos, nos dice de cada uno de nosotros. La cuestión, no obstante, estriba en si sus postulados doctrinales convierten su mirada y su mano —aparentemente abierta— en una nueva consigna, y no en un diálogo franco y complejo con los genios de otros tiempos y con nuestros vecinos de hoy.

Tras una introducción suculenta —aunque discutible por su perspectiva política—, en la que aparecen Francis Bacon, el hispano Séneca, Shakespeare, Virginia Woolf, el español Andrés Laguna, e incluso Cicerón, el autor nos ofrece una amplia selección de pasajes clásicos. Desde Aristóteles, Dante y Erasmo hasta Camus, Gramsci y Hemingway. Así, gran parte del libro funciona con un párrafo en lengua original, su traducción y un comentario de una página o dos; fórmula que merece aplauso por su mezcla de divulgación y rigor.

El propio Ordine admite que esta selección de las lecturas que nos propone es discutible. No obstante, llama la atención la parquedad de autores españoles o hispánicos, aparte de los ya mentados. Al contrario que en los anteriores títulos, aquí no aparece Cervantes y su Alonso Quijano. Pero tampoco nos encontramos con apenas una sombra del Siglo de Oro o de Plata. De los hispanoamericanos, ahora nos ofrece unas líneas de Borges y otras de Juan Rulfo. En cambio, acude a Bartolomé de las Casas para comentar «las masacres de los conquistadores en el Nuevo Mundo». Con esto, queda todo dicho.

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