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29 de abril de 2024

Portada de «Momentos estelares de la humanidad» de Stefan Zweig

Portada de «Momentos estelares de la humanidad» de Stefan ZweigRialp

'Momentos estelares de la humanidad': catorce relatos históricos vibrantes

Stefan Zweig adentra al lector en acontecimientos que van desde la caída de Constantinopla hasta la derrota de Napoleón o el intento de Scott de alcanzar el Polo Sur.

En febrero de 1942, las tropas alemanas y las fuerzas armadas japonesas parecían devorar el entero mundo, sin apenas oposición. O eso pensaba el austriaco Stefan Zweig, que no prestaba suficiente atención al modo como el Ejército Rojo de Stalin ponía las cosas difíciles a la Wehrmacht en Rusia y Ucrania, ni ponderaba los reveses del Afrika Korps, o los bombardeos británicos sobre Hamburgo, Colonia o Aquisgrán. Zweig había decidido abandonar su patria en 1934, cuando, al año de haber alcanzado la Cancillería, Hitler conquistaba también la jefatura de Estado en un país en que ya sólo había un único partido político permitido por la ley: el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán. Desde 1934, Zweig mantuvo residencias itinerantes en parajes como Londres o Nueva York. En el verano de 1941 optó por la brasileña Petrópolis, en buena consonancia con el régimen de Getúlio Vargas. Y a finales de febrero de 1942, tras donar su biblioteca y sus manuscritos, e incluso tras regalar su perro, se quitó la vida junto con su segunda esposa. Zweig no quería seguir siendo testigo de los triunfos nazis. De haber esperado unos pocos meses, habría leído noticias del repliegue tudesco en el Norte de África y en el Frente Oriental.
Durante esos años de exilio, su producción literaria continuó: uno de sus últimos textos es el célebre El mundo de ayer (Die Welt von Gestern. Erinnerungen eines Europäers), publicado de manera póstuma. Otro de los libros que retocó y amplió fue Momentos estelares de la humanidad (Sternstunden der Menschheit), cuya primera edición (1927) sólo contenía cinco piezas, y así es como aparecieron en la traducción española de Mario Verdaguer de 1933, reimpresa en plena Guerra Civil en Barcelona (Apolo, 1937) en una preciosa encuadernación de tapa dura, lona azul, y letras plateadas y blancas. Esos cinco capítulos narraban: el detalle que explica la derrota francesa en Waterloo; la Elegía de Marienbad de Goethe; la fiebre del oro en California a mediados del siglo XIX («El descubrimiento de El Dorado»); el día en que Dostoyevski estuvo a punto de morir fusilado; y la inconclusa y fatal aventura antártica del capitán Scott –episodio que cantó Mecano a finales de los años 80–.
Portada de «Momentos estelares de la humanidad» de Stefan Zweig

Rialp / 262 págs.

Momentos estelares de la humanidad

Stefan Zweig

Las otras nueve «miniaturas históricas» que conforman este volumen, en su configuración definitiva, incluyen la etapa postrera de la vida de Cicerón, la caída de Constantinopla a mano de los turcos, el descubrimiento del Océano Pacífico por obra de Núñez de Balboa, la composición y popularización de La marsellesa, la empresa de unir por cable telegráfico América y Europa, el viaje en tren que llevó a Lenin a Petrogrado para que iniciase la revolución bolchevique, así como semblanzas muy particulares de Händel, Tolstoi o el presidente Woodrow Wilson. Como se observa, la mirada histórica de Zweig está muy atenta a su generación y las dos o tres precedentes.
Entre Homero y la conquista de América, sólo hay tres pasajes que le merezcan la pena —no menciona la caída de la España visigoda, ni la conquista normanda de Sicilia, ni el asesinato de Tomás Becket en la catedral. En el caso de Cicerón y el fin de Constantinopla, se atisba una semblanza y un lamento sobre los sucesos que el propio autor vivió y que determinaron uno de sus dos rasgos ideológicos más profundos: el horror ante el ascenso del nazismo. Para Zweig, era tanto como el final de Europa. La Europa que él prefería. Una Europa repleta de contradicciones: tan pronto añora la Viena de los emperadores como muestra simpatía por las revoluciones. No se sabe si su actitud era más humanística, elitista, burguesa o progresista.
En cualquier caso, y a pesar de la parcialidad de Zweig —excesiva cuando habla de los españoles, cuando elogia a Wilson, cuando parece que le pone mustio la derrota de Napoleón, cuando presenta a Lenin prácticamente como un liberador—, el estilo de este libro resulta de una enorme y deliciosa fluidez, y permite adentrarse emocionalmente en algunos acontecimientos históricos de auténtica relevancia, o, al menos, de hermosa anécdota. La pasión con que se expresa Zweig, su intensidad y emoción, la expectación que genera en el lector, logran que la actitud progresista del autor quede acolchada y que luzca más su maestría y sensibilidad, que siempre logra mantenerse lejos de lo cursi y lo afectado.
Sin duda, la vibración que este escritor de lengua germana imprime al relato ayuda a que nos introduzcamos en la tienda del capitán Scott mientras la dura ventisca polar castiga afuera, o a que escuchemos los cañones de Waterloo y nos debatamos entre la incertidumbre que acosa a los protagonistas del devenir humano. Un libro agradable, que se disfruta en cualquier momento, y que en España cuenta con traducciones portentosas, como la citada de Mario Verdaguer, la de Berta Vias Mahou en Acantilado, o la de Antonio Ríos Rojas en Rialp (2022), con una interesante introducción.
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