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29 de abril de 2024

Los intereses creados de Jacinto Benavente

«Los intereses creados» de Jacinto BenaventeCátedra

'Los intereses creados': dura lo necesario y se complica lo justo

Benavente nos hacer ver en esta función teatral que lo tópico y el arquetipo esconden reflexiones de validez perenne: «Mejor que crear afectos es crear intereses».

Cinco españoles han sido galardonados con el Premio Nobel de Literatura: José Echegaray (1904), Jacinto Benavente (1922), Juan Ramón Jiménez (1956), Vicente Aleixandre (1977) y Camilo José Cela (1989). Se puede añadir un sexto: el peruano Mario Vargas Llosa, que también ejerce como ciudadano español. Aunque el Nobel no resulte un criterio definitivo —ponderemos en su medida este reconocimiento, igual que otros tantos—, sí que supone un indicio de la calidad de la obra literaria o, cuando menos, de un mínimo grado de relevancia. Ni Ramón J. Sender, ni Buero Vallejo, ni Delibes, ni Valle–Inclán recibieron este premio. Pero los Echegaray, Aleixandre o Cela no sólo lo merecían: también nos hablan de una época, de un estilo, de un contexto que vale la pena indagarse.
Este sería el primer motivo para acercarse a la obra de Benavente (1866–1954), un autor quizá hoy orillado, o más bien relegado al olvido. Leer a Benavente —o asistir a una representación de sus comedias, tragedias y dramas, algunas de ellas magníficamente interpretadas en «Estudio 1» de TVE— es un modo de adentrarnos en los gustos del ocio de las generaciones que nos precedieron. Las casi doscientas obras de teatro de Benavente son un ejemplo de qué es lo que embelesaba en aquella España anterior a la televisión. Por tanto, es una manera de colocarnos a nosotros mismos en una posición relativa, y de prestar atención a otras formas de entender el ocio. Porque, a grandes rasgos, eso era Benavente: un autor de teatro popular. Esta circunstancia le ha supuesto el desdén de los más supuestamente entendidos… o sea, de los elitistas. Pero Benavente era más: era un escritor de libretos que gustaba de participar en las giras, de dormir en trenes argentinos durante las tournées, de interpretar sus obras, de cuidar con mimo a los actores, los escenarios, el vestuario… Benavente fue un hombre de su época. Un hombre de éxito que leía las críticas que la prensa le brindaba tras cada estreno. Hablamos de una época en que el mismísimo Puccini se veía obligado a retocar sus óperas, cuando un estreno en Madrid calificaba su Madama Butterfly de «lamentable».
Los intereses creados de Jacinto Benavente

cátedra / 120 págs.

Los intereses creados

Jacinto Benavente

Dicho lo cual, hablemos de una comedia cuyo título da tanto juego, que muchos lo emplean si conocer siquiera su trama. Los intereses creados, ambientada en la Italia del siglo XVII, nos muestra a personajes genuinamente españoles que se visten de prestado de elementos de la commedia dell’arte. Incluso uno de sus personajes se llama Polichinela. Aquí tenemos a dos pícaros que logran embaucar a toda una ciudad. Y, como era de esperar, el amor verdadero entra en escena en mitad de toda una dinámica de enredo. Hasta aquí —usted podrá argüir—, nada de original. Y le replico, querido lector, que Benavente nos hacer ver en esta función teatral que lo tópico, que el arquetipo, que el género típico da más de sí, y que el problema quizá se halla en nuestros ojos —«el error, querido Bruto, no está en las estrellas, sino en nosotros mismos», decía aquel personaje de Shakespeare. ¿No es también Arsénico por compasión una comedia de amor y enredo? ¿O acaso la gesticulación de Cary Grant salva el libreto de que lo tiremos al baúl de los trastos inútiles? ¿Qué pensarán de nuestro (mal) gusto en el año 2100, cuando una generación amante de los clásicos griegos y latinos vea algunas de nuestras series de televisión y una o dos de las entregas de Torrente?
Los intereses creados es una comedia bastante amena, bien escrita, con un desarrollo correcto, sin altibajos, que dura lo necesario y que se complica lo justo. Y que, de rondón, nos deja una serie de consideraciones y de intensas ironías —ese contraste entre el listo de Crispín y el simple de Leandro, que muchas veces se limita a asentir, excepto cuando Cupido le ordena otra cosa— que nos debieran llevar a releer con calma varias de las frases que escuchamos durante su representación: «Mejor que crear afectos es crear intereses»; «En mi señor no hubo más falta qué carecer de dinero»; «Amor es todo sutilezas, y la mayor de todas no es engañar a los demás, sino engañarse a sí mismo»; «Medité algún tiempo en galeras, donde esta conciencia de mi entendimiento me acusó más de torpe que de pícaro; con más picardía y menos torpeza, en vez de remar en ellas, pude haber llegado a mandarlas». Sin duda, reflexiones de absoluta actualidad en el mundo político y empresarial… donde los pillos siguen medrando más que los íntegros.
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