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El triunfo de la muerte de Pieter Bruegel el viejo

El triunfo de la muerte de Pieter Bruegel el viejoBaztan Lacasa Jose

La peste negra: ¿una pandemia aterradora, o un cambio en la divergencia Oriente-Occidente?

En una interesante propuesta teórica, el investigador neozelandés James Belich propone la peste negra como una de las causas que precipitaron la gran divergencia entre Oriente no industrializado y el Occidente industrializado a finales del siglo XVIII

«Nuestras viejas esperanzas yacen sepultadas con nuestros amigos. El año 1348 nos dejó solos y desamparados, pues no nos ha arrebatado cosas que puedan ser restauradas por los mares Indo, Caspio o Cárpatos. Las últimas pérdidas han sido irreparables y cualquier cosa que la muerte haya causado es ahora una herida incurable. Un solo consuelo nos queda: que seguiremos a quienes nos precedieron». Palabras bellas y terribles al mismo tiempo, con una carga dramática difícil de igualas, estas de Francesco Petrarca con las que comienza James Belich su introducción de El mundo que forjó la peste, recientemente traído al castellano por Desperta Ferro Ediciones con la satisfactoria traducción de Ricardo García Herrero.

Cubierta de El mundo que forjó la peste

Traducido por Ricardo García Herrero
Desperta Ferro (2025). 752 páginas

El mundo que forjó la peste

James Belich

Y es muy acertado, a nuestro entender, que Belich comience su introducción con esas palabras del precursor del Renacimiento italiano. No sólo por el mero hecho de ser Petrarca (que ya sería una razón), ni porque el personaje fue testigo de la pandemia provocada por la bacteria Yersinia pestis (razón también de peso), sino porque además sus palabras aportan una preciada información que, a priori, puede pasar desapercibida, y que el historiador, como Belich, ha de estar pronto a interpretar. En una primera lectura, epidérmica podría decirse, la interpretación de la tragedia personal vivida por Petrarca y sus contemporáneos es patente: la peste se ha llevado numerosísimas vidas, en la infancia, la madurez o la vejez, de privilegiados y no privilegiados, de mujeres y hombres, con mucho poder político o adquisitivo, o ninguno. Pero, especialmente, la muerte negra –como también se llamó a la pandemia de peste en Europa– se llevó a seres queridos, lo que mueve fuertemente la emocionalidad del poeta. Esto, sin duda, también marcaría su negativa visión de los tiempos que le tocó vivir, para interpretarlos como una época de males, muerte y oscuridad. Sin duda, las palabras de Petrarca apelarán profundamente a muchos que, por desgracia, recientemente vivieron realidades semejantes.

Pero por otra parte, y aun teniendo en cuenta la dimensión primera, se debe mirar más allá, en la longue durée, donde se encuentra una segunda interpretación con base en el extracto «cosas que puedan ser restauradas por los mares Indo, Caspio o Cárpatos». En esta frase de Petrarca, que Belich ha elegido muy conscientemente, se hace referencia a una realidad sobradamente conocida en el siglo XIV, pero puede que muy poco conocida en la actualidad: todas aquellas mercancías de lujo, exóticas, que aportaban prestigio y deleite, procedían de «los mares Indo, Caspio o Cárpatos», o en otras palabras, del Asia Oriental a través de las rutas marítimas o la Ruta de la Seda. «Hacia el año 2000, el debate en torno a «¿Por qué Europa?» se vio renovado y reorientado por libros como La gran divergencia, de Kenneth Pomeranz, que sostenía que Europa no superó el nivel económico de China hasta más o menos 1800 y que, desde ese momento, si pudo seguir prosperando, fue gracias al acceso fortuito al carbón –británico– y a las colonias –americanas–, con sus fértiles tierras». Podrá pensar el lector qué tiene que ver la peste del siglo XIV con la divergencia entre Europa occidental y China. Para Belich tiene mucho que ver, pues este autor considera la peste un revulsivo fundamental para el desarrollo de una sociedad que desembocaría, precisamente, en la inversión de esa gran divergencia entre China e India y Occidente a lo largo del siglo XVIII.

Cabe señalar la reinterpretación de Belich de los conceptos de globalización y divergencia, conceptos fundamentales para la investigación política, histórica, social y cultural de las últimas dos décadas. Esta parte, a penas cinco páginas del prólogo, es fundamental para entender el enfoque del autor, que resulta muy interesante especialmente en el ámbito hispánico, en el que estas cuestiones tan poco han permeado más allá de los círculos académicos.

En cuatro grandes secciones divide Belich su exposición, cuya lectura resulta extraordinariamente amena, ayudada, hay que añadir, por la buena traducción de Ricardo García Herrero y el trabajo de edición de Mónica Santos. En la primera parte el lector encontrará la peste propiamente dicha, su época, orígenes y dinámica. En la segunda parte, el autor introduce las cuestiones socioeconómicas en los albores de la peste así como las incidencias económicas de esta sobre Europa, dedicando especial atención a uno de los grandes procesos que caracterizaron la Edad Moderna: el expansionismo ultramarino europeo. En la parte tercera, Belich replantea el ámbito cultural entrelazando nichos que tradicionalmente se veían antagónicos, y relacionándolos estrechamente en una Eurasia occidental con más sentido para él que una Europa occidental. En la cuarta parte, Gran Bretaña, líder de la Revolución industrial, adquiere el protagonismo de la narración, puesto que fueron los británicos a lo largo de las cuatro primeras décadas del siglo XIX quienes derribaron a los Qing de su podio económico mundial. En palabras de Belich, «La cuarta gran divergencia desencadenada por la peste tuvo forma de reloj de arena» para el caso industrial británico, primero, y europeo después.

En definitiva, y dejándonos mucho más en el tintero, la peste de 1347-1353, según Belich, influyó de manera determinante en el desarrollo de divergencias que han sido obviadas tradicionalmente. Belich viene a cubrir esa carencia con este portentoso volumen, que podrá convencer o no, pero que, sin duda, muestra una erudición y una agudeza intelectual envidiable. Y para concluir nada mejor que las siguientes palabras del autor, que señala con no poca razón que «si queremos comprender la divergencia europea necesitamos conocer esta trastienda de sus precursores. Ayuda a descosificar, a desexcepcionalizar la historia europea, y, al tiempo, a enriquecerla. Las diversas globalizaciones y divergencias se superpusieron unas a otras como un palimpsesto, como si hubiera textos escribiéndose sobre otros más antiguos». Nadie dijo que la interpretación de los procesos históricos fuera sencilla, pero ¿acaso no es divertida?

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