Juan Gomis
El legado poético de Lorenzo Gomis
Alejandro Duque Amusco firma una cuidada selección que revela la íntima conexión del poeta con la tradición, la ironía y la trascendencia
La poesía de ciertas personas destacadas en ámbitos académicos o periodísticos muchas veces constituye su vocación más auténtica, y por eso sus frutos iniciales con frecuencia preceden a los reconocimientos profesionales luego desarrollados. Tal fue el caso de Lorenzo Gomis (1924-2005), ganador del premio Adonais en 1951, fundador, en el mismo año, de la prestigiosa y aún viva revista El Ciervo, director varios años de El Correo Catalán y también catedrático en la Universidad Autónoma de Barcelona. Al deseo de homenajearle con motivo de su centenario se debe este volumen, que parte de las ediciones previas de sus obras completas, publicadas en 1975 y en 2002.
Papers de versàlia (2024). 180 páginas
Mediodía. Antología poética (1951-2005)
La tarea de selección que supone toda antología proyecta la sensibilidad, los gustos y las tendencias del antólogo, tanto como su conocimiento del autor y de los criterios generales que han de presidir un trabajo de este tipo: autor y editor comparten el mérito si todos los poemas resultan logrados y atractivos, como sucede en este caso. Alejandro Duque Amusco, responsable de la cuidada, meditada recopilación, de la limpia edición y del orientativo prólogo, atribuye el excelente resultado obtenido también a la colaboración de las hijas de Gomis, especialmente a Sole.
Este volumen adentra al lector en un mundo poético variado, influido por múltiples corrientes y acogido a cauces personales, si bien en la misma línea que el de muchos otros poetas en España, igualmente atraídos por la tradición y la renovación, por la falsilla de los clásicos y por su reinterpretación, junto a propuestas de mayor o menor originalidad, más o menos conjuntadas con las de los coetáneos. Así, el lector se sumerge, a través de cada grupo de poemas elegidos, en un diálogo con las diferentes épocas de la poesía española del siglo XX, así como en paralelismos, confluencias y divergencias trazados de manera breve, sintética y con precisión suma por el editor-poeta en su introducción.
De este modo, enfrentarse hoy al extracto contenido en este volumen de composiciones procedentes de El caballo, libro por el que se concedió a Gomis el premio Adonais, significa apreciar varios perfiles de la poesía de posguerra. Por un lado, aquel tipo de símbolos y ejemplos de tipo parabólico, valorados entonces por apuntar a la vez a situaciones universales y a sufrimientos cotidianos: el perro, el león, el sapo son blancos o comodines en los que encajar vivencias, emociones y pensamientos, como lo habían sido en la preguerra los ángeles de Alberti o las gacelas de Lorca. Por otro, aquel deseo de rebelión… carente de peligro y de amenazas preocupantes. Además, un lirismo religioso afín al de Gerardo Diego, a veces; otros, al de José María Valverde o Luis Felipe Vivanco, cuando no al de José García Nieto. Véase «La colina»: «Las puertas de tus brazos se me abren / […] Dios mío, Tú eres monte de silencio / donde vengo a pasar mis vacaciones. / […] Los días más hermosos de mi vida / los he pasado al borde de tus ojos» (p. 35). En cuanto a la «Canción», testimonia el humorismo permanente en toda la trayectoria poética de Gomis, lector de Chesterton, conforme resalta Duque Amusco en el prólogo del volumen, si bien aquí parece enlazar con el de Gloria Fuertes.
La poesía del ganador del Adonais tampoco andaba en aquel momento distante del «pseudo surrealismo», aún practicado por Vicente Aleixandre, quien, como en otros muchos casos, actuó de mentor y de bastión por entonces… Años después, ambos coincidirían en escribir sobre la «fiesta nacional» como alegoría de la vida en un tono semejante y con múltiples motivos compartidos: en 1971, Gomis, en Oficios y maleficios, con su peculiar estilo basado en la sencillez sesentera, sostenido sobre el ritmo del endecasílabo y las repeticiones enfáticas como marcas de reflexión; en 1974, el premio Nobel, en Diálogos del conocimiento, con la solemnidad de su ritmo versicular, las imágenes y metáforas continuas, y el resto de sus rasgos identificadores.
Este poemario, junto con el libro póstumo de Gomis, Fanfarria (2009), es el más destacado por Duque Amusco y del que recupera más poemas, a diferencia de El hombre de la aguja en el pajar (1966), del que solo se ha rescatado uno; del juguetón Libro de Adán y Eva (1991), y de Jonás, comidilla de ángeles (1995), no menos irónico como divertimento, en su traslación al personaje bíblico de sucesos experimentables por cualquier humano. En estos últimos se conjugan de manera personalísima las estrofas clásicas de fray Luis o de Berceo (lira, cuaderna vía, octava real), con el tono chistoso aportado por los ripios; los temas bíblicos y las reflexiones insólitas o inesperadas, punzantes e inteligentes.
En cuanto a Los restos de Ampurias (1975), pertenece a simple vista a ese género de poesía de viaje tan explotado a partir de esos años, como forma de conferir unidad externa al cajón de sastre de la imaginación que, de todos modos, se escapa una y otra vez del título. Aparte de por la fecha de composición, aventaja a casi todos los productos de ese género por el esfuerzo constructivo de ceñir las composiciones a la disciplina del soneto y demostrar una maestría ausente en quienes suelen despreciar la fórmula. La cavilación a que da lugar un reflejo en la retina, el meditar ante el espejo sobre el tiempo, sobre la identidad, sobre la decadencia vital o sobre la muerte; la contemplación del Cristo sufriente en los Olivos, desembocan en epifonemas rotundos, dignos todos de estallar en la mente del receptor y generar nuevas emociones, evocaciones y pensamientos: «la belleza del mundo es obediente» (p. 86), «el silencio es el fondo de la historia» (p. 89), «Nadie puede ofrecer ninguna ayuda / al hombre que comienza a ser un muerto» (p. 93).
En El bostezo del león (2001) Gomis brinda su arte poética, «Respirar es el arte en que me inspiro». Ahí mantiene el pulso humorístico para replicar o señalar una perspectiva diferente respecto a la ofrecida por un autor del canon, como La Fontaine; a una estructura métrica, como la lira; a una corriente, como el surrealismo… o a una concepción de lo que significa orar, en «La mejor oración es distracción» (p. 136). Solo se vuelve severo el tono al referirse a la guerra.
Pero es su libro póstumo, Fanfarria, el que más hondamente recrea la interioridad de Gomis. La interesante sección de descripción y respuesta ante distintas obras de arte va precedida y seguida de poemas dominados por la mirada en el más allá, en los que expresa su visión de otra vida donde «Seremos todos ángeles cantores / Serás música tú, / si te interpretas» (p. 147); otra vida, «sol de eternas mocedades», a la que se llegará de un salto, salto para el que pide alegría (p. 148), con la tranquilidad de hacer, gracias a él, sitio a los otros. El poema «Despedida», constituido por dos serventesios y una sextina, a modo de soneto peculiar, sirve de cierre para el volumen y para toda una trayectoria de lucidez, ahora consciente de estar resquebrajándose y de aceptarlo con sosiego y entereza.