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Cubierta de 'Pisábamos los charcos'

Detalle de cubierta de 'Pisábamos los charcos'Ediciones del Viento

‘Pisábamos los charcos’: juventud, literatura y rock

Una novela que no cuenta una gran historia, sino que se concentra en capturar los momentos más pequeños y personales, aquellos que dejan la huella más profunda

Gabriel García Márquez comienza sus memorias de esta forma: «La vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla». Y es que la vida son recuerdos que vienen y van, fogonazos fugaces: pasar por una calle, personas, libros, gestos y canciones, mientras se sigue avanzando en ese transitar sin detenerse que es la vida. Román Piña Valls ha conseguido, con Pisábamos los charcos (Ediciones del Viento, 2024), encapsular en su última novela la esencia de la juventud, donde los recuerdos se entrelazan con las emociones en ese momento vital en el que los adolescentes pasan a ser adultos que se quieren comer el mundo, sin ser conscientes de que es el mundo el que se los está comiendo a ellos.

Cubierta de 'Pisábamos los charcos'

Ediciones del viento (2024) 276 páginas

Pisábamos los charcos

Román Piña Valls

La enfermedad terminal de un amigo hará que Cristian decida escribir la novela que tiene pendiente consigo mismo, y, a través de sus vivencias, nos invita a una reflexión sobre la identidad, la pertenencia y la transición de la niñez a la adultez. La obra es un retrato honesto y crudo de las experiencias que marcan las etapas de la vida, utilizando el marco de los charcos como una metáfora del paso fugaz de la juventud, donde se deja atrás la inocencia, pero se ganan otros aprendizajes. La novela, marcada por un tono lírico y evocador, no solo aborda la madurez y el paso del tiempo, sino que también se adentra en las relaciones humanas, los vínculos familiares y las experiencias de crecimiento personal.

La trama comienza en el presente, pero rápidamente nos traslada, después de la mala noticia que marca el punto de inflexión, a la pensión donde Cristian ha comenzado a vivir tras abandonar su colegio mayor. «Había leído La busca, de Pío Baroja. El protagonista se había forjado en pensiones, y yo era consciente de estar inaugurando mi lucha por la vida». Y así, entre citas literarias y mucha música de fondo, conoceremos a Pedro, Edu, Joserri, Roque, Marta y los otros universitarios que pululan en la novela. Y a la bella Lelules, amor platónico de Cristian, que le robará horas al sueño, le hará escribir largas epístolas y a quien abrirá su corazón con toda la vulnerabilidad que da la inocencia del primer amor.

Uno de los mayores logros de Piña es su capacidad para crear una novela de prosa sencilla pero cargada de matices, porque la narración no solo fluye de manera natural, sino que, en su aparente simplicidad, transmite una gran profundidad emocional. La obra no busca una historia compleja, sino más bien una exploración introspectiva que invita a los lectores a identificar sus propios charcos. Y lo consigue.

El escritor se aleja de la idealización del tiempo pasado y se enfoca en lo efímero de las experiencias. Por momentos, el ritmo de la narración es pausado y contemplativo, y la falta de grandes acontecimientos o giros dramáticos convierte en un desafío su lectura, pues la obra exige la participación del lector al sumergirlo en los pensamientos y recuerdos del protagonista sin una estructura tradicional de acción.

Una de las virtudes más sugerentes de la novela reside en su banda sonora, sí, porque esta novela suena, acompaña la historia, la atraviesa, la habita y le da pulso. The Cure, Supertramp, Depeche Mode, Kiss, Sting y Golpes Bajos no son simples referencias, son latidos musicales que marcan el compás de la narración. Y es precisamente en uno de los versos de Cena recalentada, tema de Golpes Bajos, donde se encuentra el germen del título, como si la novela hubiese brotado directamente de una canción escuchada al caer la noche, en esa edad en la que la música es también una forma de vivir y buscar tu lugar en el mundo.

Pisábamos los charcos es una novela que refleja la transición y el desarraigo de la juventud. Román Piña consigue capturar las emociones universales de la experiencia humana, y lo hace a través de una prosa que invita a la reflexión y a la introspección. Es un libro para aquellos que disfrutan de una narrativa poética, rica en simbolismo y nostalgia. Tal vez no sea ideal para quienes buscan una historia más ágil o llena de acción, pero, sin duda alguna, es una lectura muy recomendable para bucear de nuevo, con o sin nostalgia, en esos años en los que todo lo que ocurre te convierte en el adulto del mañana, aunque tardes décadas en entenderlo.

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