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Cubierta de 'Aquellas noches eternas'

Detalle de cubierta de 'Aquellas noches eternas'Ediciones B

'Aquellas noches eternas': la lucha de una mujer en la Costa del Sol en pos de su emancipación

La novela aborda con fino bisturí las diferencias entre lo superficial y lo insustancial, y nos ofrece las vicisitudes de una mujer en su travesía del amor, de la vida y de las finanzas

La animada costa española supuso un brote de alegría y vitalidad en los años 60 y 70 del pasado siglo, en pleno franquismo. Fue una etapa refulgente –con sus luces y sombras– que reactivó la economía española e insufló renovadas ilusiones de vivir con frivolité. Esta mentalidad comenzó a asentarse en los años 50 y 60, cuando España se vio sometida a la tranquila invasión de esas suecas en bikini dorándose al sol que cambiaron la faz de nuestras playas y, por ende, nuestra forma de pensar, como muy bien explicaron Gabriel Cardona y Juan Carlos Losada en su ensayo La invasión de las suecas.

Cubierta de 'Aquellas noches eternas'

Ediciones B (2025). 398 páginas

Aquellas noches eternas

Silvia Grijalba

Finales de los 50, década de los 60 y de los 70… Un periodo como este, que tanto modificaría nuestro país, no se entendería sin su correspondiente registro literario. Sin ir más lejos, ya reseñé en este diario Vengo de ese miedo, de Miguel Ángel Oeste, novela de alto contenido autobiográfico ambientada en la Málaga de los 70, donde el ruidoso glamour del turismo convivía con el anónimo drama doméstico.

También está ubicada en Málaga, en la mayor parte de la narración, Aquellas noches eternas (Ediciones B, 2025), de Silvia Grijalba. La novela arranca en 1963 en Oviedo, ciudad natal de Maite, el personaje principal, cuando se ve empujada a tomar una decisión trascendente: marcharse a Torremolinos y abandonar a su novio Alfonso ante la pretensión de este de que se someta a un aborto en una clínica de Londres. Maite, que ni quiere abortar ni casarse con Alfonso (esto último no lo tiene claro del todo), aprovecha su «huida» para romper con las rígidas estructuras sociales de Oviedo (la vieja Vetusta de Clarín seguía presente) y conseguir «empoderarse», por usar un término actual.

Y así es como Maite se sumerge de la mano de su prima Cova en el mundo descocado y festivo de Torremolinos, en claro contraste con el austero tradicionalismo de Asturias.

Primero como empleada en el hotel Pez Espada y luego como empresaria, Maite acaba por descubrir el adictivo poder de la autonomía financiera y la libertad de costumbres.

Tras su estancia en Torremolinos, Maite se muda a Marbella antes de que se convierta en ese foco turístico internacional que llenaría las portadas de numerosas revistas del corazón. Y mientras Marbella y la propia Maite van creciendo, ensanchando sus horizontes, por el texto desfilan, con mayor o menor relevancia, a veces a modo de simples cameos, personajes emblemáticos como Brian Epstein, Ira de Fürstenberg, Roman Polanski, Hugh Hefner, Gunilla von Bismarck, Baby Pignatary, la banda musical Los Tartessos, Sean Connery, Pilar Banús, Jaime de Mora o Stewart Granger.

Aun siendo una mujer emprendedora, Maite no es ajena –como nadie lo es– a ciertas flaquezas y tentaciones desestabilizadoras. Pero es fuerte y a la larga se las apaña para asentarse en territorio fértil, aprovechando las oportunidades empresariales que le ofrece el boom marbellí, sin abandonarse a los habituales excesos asociados al ocio nocturno.

La novela aborda con fino bisturí las diferencias entre lo superficial y lo insustancial, y nos narra las vicisitudes de una mujer hecha a sí misma y de numerosos personajes, familiares y amigos, que de un modo u otro la acompañan en esta larga travesía (del amor, de la vida, de las finanzas).

Aquellas noches eternas retrata con buen pulso el glamour, la rebeldía, la fama y los intereses espurios que pululan en la ociosa noche de las discotecas de moda, esas noches que se hacen «eternas» y que, pese a sus fastos, después de cierto tiempo pueden provocar hastío y cansancio existencial.

Bien escrita, evocadora, amena y fácil de leer, encuentro el talón de Aquiles de Aquellas noches eternas en las últimas páginas, demasiado almibaradas para mi gusto.

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