Detalle de cubierta de 'Una buena pieza'
‘Una buena pieza’. En defensa del relato corto policial
En Bartlett, como en la vida real, el crimen es cosa manida, pues —así lo asegura su inspectora—, «El mal siempre se disfraza de rutina»
Hace cuatro o cinco años publiqué en la prensa un artículo, «En defensa de la novela negra», en el que abogaba por las bondades de un género, el policial, al que en determinados ambientes elitistas no se tiene en gran estima. En algunos círculos culturales todo lo que vende mucho resulta demasiado y, por ende, está reñido con la alta literatura. La novela negra encaja en ese estigma de literatura popular, por mucho que, bien leídos, Andrea Camilleri, Raymond Chandler, Vázquez Montalbán, Patricia Highsmith, Georges Simenon, Chester Himes o Leonardo Sciascia, entre otros, merezcan nuestro respeto y reverencia.

Destino (2025), 288 páginas
Una buena pieza
En fin, no voy a ponerme a buscar estadísticas para demostrar lo que todos sabemos ya: la novela negra se lee con fervor, ahora y siempre. Pero ¿qué ocurre con su hermano pequeño, el relato corto policial? Digamos que tiene resonancia, pero no tanto, pues ni se escribe ni se publica al mismo nivel que la novela. Aunque, claro está, ejemplos no faltan: Poe, Conan Doyle, James Ellroy... En clave española moderna, podría citar el meritorio libro de relatos cortos policiales Una buena pieza, de Alicia Giménez Bartlett (Destino, 2025), creadora del personaje icónico Petra Delicado, inspectora de homicidios que mezcla humanidad, escepticismo y sagacidad a la hora de resolver los crímenes.
Una buena pieza nos ofrece seis relatos cortos en los que Petra Delicado y su compañero, el subinspector Fermín Garzón, han de poner en marcha su olfato detectivesco para encontrar a los responsables de los seis asesinatos, uno por cuento. Petra y Fermín forman una excelente pareja de baile, cada cual con sus singularidades: ella, una mujer incisiva que se lleva el trabajo a casa –es incapaz de desconectar cuando está inmersa en una investigación–, y él, un hombre de sabiduría doméstica, un Sancho Panza cargado de sensatez al que le gusta compensar los sinsabores de la vida con las pasiones terrenales, con especial querencia por las comidas suculentas.
Cada uno de los seis cuentos corresponden, como decía, a un asesinato. Desglosaré con brevedad cada uno de ellos. En «Una mala mujer», una señora de cierta edad, a priori una prostituta, aparece asesinada en Barcelona, como también aparecen asesinados en los siguientes cuentos un árbitro de fútbol de ligas menores («Una siniestra esperanza») y un joven al que alguien introduce descuartizado en la maleta de una chica que viaja en autobús («Un auténtico viaje»). En «Cuando llega septiembre», nuestra pareja de policías ha de resolver si el hijo adoptado de una familia bien se ha suicidado, y en «Todos quieren ser hermosos», un señor es envenenado con matarratas. Pero de todos mi preferido es «Una jornada inusual», que saca a Petra Delicado de su zona de confort –si acaso eso existiere en su profesión–, cuando es raptada por una joven desnortada que pretende canjear a Petra por su novio, en ese momento en la cárcel.
Tal vez las narraciones policiacas (novelas o relatos) de Alicia Giménez Bartlett no sean tan intelectuales como las de Vázquez Montalbán, ni tan político-filosóficas como las de Sciascia, ni tan introspectivas como las de Patricia Highsmith. El de Bartlett es otro estilo, más amigable y mundano, más de barrio si se prefiere, eso sí, dotado de un humor y una ironía memorables que le permiten poner en tela de juicio las estructuras sobre las que se asienta nuestra sociedad.
En Bartlett, como en la vida real, el crimen es cosa manida, pues –así lo asegura su inspectora–, «El mal siempre se disfraza de rutina».
Los libros noir que recogen las andanzas de Petra Delicado, enérgica, independiente y con buen fondo, una mujer que ha sabido destacar en un entorno tradicionalmente reservado a los hombres, seducen a un rango de lectores muy amplio y sirven de rampa de lanzamiento para leer a otros escritores de novela negra a los que todo buen lector, incluido el más elitista, debería darles una oportunidad.
La novela negra, y también su hermano menor, el relato corto, rezuman buena salud, tanto que, bien mirado –ahora caigo en ello–, mi defensa del género quizá resulte innecesaria.