El escritor austriaco Thomas Bernhard
'Andar': la novela que encierra toda la literatura de Thomas Bernhard
Novela breve que condensa el desgarro, el humor y la lucidez de toda su obra
«Pretendo omitir por completo las cosas que todo el mundo sabe. Sólo estorban, carecen de interés. Los procesos interiores, que nadie ve, son lo único interesante en la literatura en general. Todo lo exterior se conoce. Lo que nadie ve es lo que tiene sentido escribir». Estas palabras de Thomas Bernhard, extraídas de la obra Un encuentro. Conversaciones con Krista Fleischmann (Tusquets, 1998), enmarcan la errabundia y la itinerancia que presiden el quehacer narrativo del escritor austríaco.

Traducico por Virginia Maza. Ilustrado por David Adiego. Contraseña (2025). 120 páginas
Andar
Publicada originalmente en 1971, Andar (Gehen, en alemán) marca un momento crucial en la trayectoria de Thomas Bernhard, al constituir una transición entre la narrativa estructuralmente más convencional de sus primeras novelas –como La Calera (1970)– y la prosa despojada y radicalmente introspectiva de sus obras autobiográficas, iniciadas con El origen (1975). Lejos de tratarse de un texto menor o meramente transitorio, Andar condensa en su brevedad los principios fundamentales del proyecto estético y filosófico del autor, erigiéndose como una pieza clave para comprender el giro decisivo hacia un estilo que alcanzará su plena madurez en Corrección (1975) y Sí (1978). En esta obra, Bernhard comienza a prescindir de la estructura narrativa tradicional, adoptando una forma monológica que simula el flujo continuo del pensamiento, donde la digresión, la reiteración y la circularidad no representan fallas estructurales, sino recursos esenciales de su poética.
Andar puede entenderse, así, como una etapa de condensación formal y temática. Si bien ya desde Helada (1963) el autor había explorado la figura del pensador al margen de la sociedad y la tensión entre lenguaje y realidad, es en Andar donde esos elementos se radicalizan: la acción se reduce a un mínimo esencial –el caminar de dos personajes que rememoran a un tercero caído en la locura– mientras que el lenguaje asume todo el peso de la narración. En ese sentido, la novela funciona como una matriz estética desde la cual Bernhard desarrollará, a lo largo de las siguientes décadas, un corpus literario caracterizado por el pensamiento obsesivo, el humor negro, el ataque constante a la mediocridad social y cultural austriaca, y una reflexión insistente sobre la enfermedad, la muerte y el suicidio. Su posterior trilogía autobiográfica no hará sino confirmar la coherencia y profundidad de este universo, cimentado ya en Andar con una economía narrativa que no renuncia a la complejidad especulativa.
La novela se inscribe, además, en un contexto de consolidación de Bernhard como escritor europeo relevante: después de haber ganado el Premio Georg Büchner en 1970, el autor se hallaba en un momento de reconocimiento institucional que contrastaba con su actitud corrosiva frente a las estructuras culturales de Austria. Esta contradicción atraviesa también Andar, en la que el gesto de caminar se convierte en una forma de distanciamiento y denuncia, en un acto casi político de errance física y discursiva frente a un entorno que se presenta como moralmente putrefacto. En este marco, Andar no solo condensa los rasgos de la voz bernhardiana que alcanzarán su plenitud en los años siguientes, sino que también actúa como bisagra entre la ficción literaria y la meditación ensayística, entre la narración y la exposición filosófica, anticipando las preocupaciones centrales que recorrerán su obra hasta Extinción (1986) y más allá.
Lejos de construir una trama convencional, Bernhard se vale del acto de caminar de sus protagonistas, Oehler y el narrador, para desplegar un monólogo que es a la vez reflexión, catarsis, análisis filosófico y desahogo existencial, en el cual la narración de la supuesta locura de Karrer se convierte en el núcleo de una meditación sobre la imposibilidad del pensamiento sin abismo, la patria inhóspita, la enfermedad, la inminencia de la muerte, el colapso de la identidad, el peligro de la locura o la crítica mordaz a algunas políticas estatales. La relación entre pensar y enloquecer, entre comprender y destruirse, es uno de los núcleos conceptuales de la novela. El personaje de Oehler representa al pensador que se contiene por miedo al colapso, mientras que Karrer encarna la lucidez sin contención, aquella que inevitablemente deriva en el desastre. En esta dinámica se evidencia la radicalidad filosófica de Bernhard, que sostiene que el pensamiento auténtico no puede sino conducir al rechazo del mundo, a la constatación de que la existencia es una cadena ininterrumpida de deterioro y descomposición. Esta visión nihilista se complementa con una crítica feroz a la sociedad austriaca, a la que Bernhard retrata como hipócrita, conservadora y culturalmente muerta, y cuya herencia ideológica, marcada por el pasado nazi, impregna hasta los discursos más triviales del presente.
Pero la novela no se agota en su pesimismo; en Andar también emerge un humor corrosivo, un sarcasmo que roza lo grotesco y que, lejos de suavizar el tono trágico, lo intensifica, al confrontar al lector con lo absurdo de los gestos cotidianos, los discursos oficiales y las instituciones culturales. La comicidad aparece, como en gran parte de la obra bernhardiana, como una estrategia para soportar la insoportabilidad del mundo, como una forma de resistir desde la inteligencia, de exponer lo grotesco a través de la lucidez.
Desde su estructura discursiva hasta sus obsesiones temáticas, la novela despliega una prosa que rehúye las convenciones narrativas en favor de una lógica interna profundamente personal, que responde más al ritmo del pensamiento que al de la acción externa. Bernhard construye su relato mediante un flujo verbal ininterrumpido, sin concesiones al lector casual, generando un texto que opera como un artefacto sonoro, casi musical, cuyas cadencias obsesivas y reiteraciones generan un efecto hipnótico que desorienta y fascina a la vez. El estilo, compuesto por frases larguísimas, repeticiones léxicas y sintácticas, digresiones casi infinitas y un léxico preciso hasta la extenuación, no es un mero capricho formal, sino la manifestación del pensamiento llevado a sus límites expresivos, del intento de decir aquello que resiste ser dicho, de nombrar lo innombrable. En este sentido, Andar ejemplifica lo que Javier Marías ha descrito como «errabundia», es decir, una deriva discursiva cuya finalidad no es concluir sino intensificar, cuya forma no es la del trayecto rectilíneo sino la del espiral, donde la digresión no es distracción sino método.
El lenguaje, en Andar, es a la vez vehículo de conocimiento y prueba de su imposibilidad. La palabra no puede sino traicionar la experiencia, falsearla, deformarla, pero es también el único medio a través del cual la experiencia puede ser sostenida y comunicada. Esta tensión entre el decir y el no poder decir resuena en la influencia de Wittgenstein, cuya sombra atraviesa toda la obra de Bernhard, y cuya concepción del lenguaje como límite del mundo se articula aquí como una forma de trampa ontológica: aquello que no puede nombrarse no puede ser pensado, y aquello que se nombra queda reducido a un sucedáneo de lo real. En este contexto, el relato se convierte en un ejercicio paradójico: busca una verdad que sabe de antemano inalcanzable, pero insiste, con obstinación, en la necesidad de intentarlo.
Leer Andar no es una experiencia cómoda; exige una atención constante, una entrega sin reservas a un ritmo y una forma de pensamiento que escapan a los parámetros convencionales de la narrativa contemporánea. Sin embargo, una vez superada la barrera inicial de su aparente densidad, el texto se revela como una fuente de placer estético y filosófico singular, una experiencia inmersiva que transforma la relación del lector con el lenguaje, el pensamiento y la literatura misma.
Este es el llamado «efecto Bernhard», un fenómeno que tiene que ver con una forma de identificación con una intensidad verbal que no se detiene y que no se permite descanso, y que confronta sin intermediarios las zonas más oscuras de la conciencia. Andar se presenta así como un texto de iniciación para quienes se acercan a Bernhard, una suerte de piedra angular donde se condensan los motivos, recursos y obsesiones de toda su obra posterior. Es un libro que no pretende entretener ni consolar, sino que actúa como espejo deformante, como discurso crítico que obliga al lector a replantearse no sólo el sentido de la literatura, sino también el sentido de la existencia misma. En su radicalidad estilística, en su ambición especulativa y en su capacidad para convertir lo mínimo en catástrofe filosófica, Andar confirma el lugar de Thomas Bernhard como una de las voces más desafiantes e imprescindibles del siglo XX.