Imagen de cubierta de 'Tatá'
`Tatá': la revelación de los secretos familiares como vía de redención… o de perdición.
Entre la memoria íntima y el misterio: una novela que explora el peso del pasado y la fragilidad del presente
Agnès recibe una llamada telefónica de la policía para que acuda al tanatorio e identifique el cuerpo de su tía Colette. ¿Pero cómo puede ser, si su tía falleció tres años antes? No en vano, Colette lleva todo este tiempo enterrada en el cementerio de Gueugnon, una pequeña población de la Borgoña francesa. Pero no cabe duda: su tía ha fallecido… por segunda vez.

Duomo (2025), 560 páginas
Tatá
Este inicio, propio de novela negra, no debería confundir al lector. En Tatá (Duomo, 2025), de Valérie Perrin, hay mucho de todo, misterio e investigación incluidos, pero no es una obra noir. Se trata más bien de una novela sobre la autoexploración personal que, a base de ir añadiendo elementos narrativos, consigue seducir a un amplio rango de lectores, como demuestra el éxito que ha obtenido el libro, sobre todo en Francia, país natal de la autora.
Pero regresemos a la trama. Agnès, 38 años, cineasta que ha gozado del aplauso del público y de la crítica con todas sus películas, atractiva y desencantada, madre de una hija adolescente, está inmersa en una crisis personal tras divorciarse de su marido, un guapo actor del que sigue enamorada. Y, para bien o para mal, a partir de esa extraña llamada telefónica, Agnès comienza a destejer una serie de hilos que dejan al descubierto secretos familiares que abarcan varias generaciones.
El otro gran foco de la narración recae sobre la citada tía Colette, de profesión zapatera remendona, hincha del equipo de fútbol local, solterona, anodina y silenciosa, con quien su sobrina, siendo niña, pasaba las vacaciones de verano. Pero, una vez muerta –por segunda vez, recordemos–, la figura de Colette, Tatá, un ser acostumbrado a las sombras, gana interés conforme vamos conociendo nuevas facetas sobre su existencia.
Gracias a la técnica de analepsis, se narran las vivencias de la familia de Agnès y allegados en pleno siglo XXI a la vez que se retrotrae, una y otra vez, a épocas pasadas, incluso hasta la Segunda Guerra Mundial.
Por estas 560 páginas pasan, con mayor o menor presencia, la propia Colette, Agnès, sus padres, su marido y su hija, los amigos que ella dejó en Gueugnon y numerosos miembros de la familia, presentes y pasados, cuyas figuras reciben una revisión que arroja numerosos detalles hasta ahora inadvertidos, todo ello gracias a una abundante colección de casetes guardadas en una maleta que su tía había ido grabando con el paso del tiempo. La intención tras esas grabaciones resulta obvia: dejar testimonio sobre los deseos y las motivaciones que en vida ella se había encargado de mantener ocultos.
Misterio, secretos familiares, autoanálisis, asesinatos, música, cine, amor, desolación, infidelidad, vacío existencial, miedo… Todo esto nos llega gracias a la voz intimista y sensible de Agnès, una mujer en horas bajas que «ha perdido la alegría y el marido» y que, quizá de manera inconsciente, siente la necesidad de escrutar con lupa inquisitiva hasta el último detalle del árbol genealógico para redimirse… o quién sabe si para perderse del todo en sus propios fantasmas.
Valérie Perrin es una de las escritoras más populares de Francia hoy día, como demuestran las ventas masivas de sus –hasta la fecha– cuatro novelas publicadas. Aunque no he leído sus otros libros, no descarto que Tatá sea el más personal. Ella misma ha contado en algunas entrevistas que incorporó durante su escritura detalles de su biografía; por ejemplo, pasó temporadas siendo niña en Gueugnon, y su padre fue futbolista y zapatero.
Decía antes que hay mucho de todo en Tatá, y tal vez esa sea la parte que menos me ha cautivado: el aluvión de subtramas que se van amplificando y a la vez despegándose por momentos de la historia troncal. En mi opinión, el desarrollo de las vidas de tantos personajes secundarios y ciertos giros acaban por recargar la trama y despistar un poco al lector.
Dejando a un lado esa pulsión narrativa que, como digo, me resulta algo prolija, hay que reconocer que Tatá nos ofrece una lectura gozosa –y a la vez tortuosa, por lo mucho que nos toca el corazón– en la que todos, o casi todos los lectores, podemos encontrar un espejo en el que mirarnos. Al fin y al cabo, las inquietudes, las dudas y los temores de los buenos personajes literarios, y Agnès lo es, son inherentes a cualquier ciudadano de a pie.