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Una muestra del linear B, la escritura griega más antigua, 1450 a.C., y una adaptación de la anterior escritura minoica Lineal A.

Una muestra del linear B, la escritura griega más antigua, y una adaptación de la anterior escritura minoica Lineal A.Wikimedia Commons

‘Indoeuropeos’, o de dónde venimos lingüísticamente

El profesor emérito J. P. Mallory, acerca el complejo tema del protoindoeuropeo al «gran público». ¡No lo desaprovechen!

«El balance final aquí es que hubo una lengua real, con unos límites geográficos y temporales tan difusos como los de cualquier lengua real conocida hoy, que alguna vez fue hablada en algún sitio. Con el tiempo, esta lengua se expandió para formar las diferentes lenguas indoeuropeas». Esa lengua no era otra que la conocida como protoindoeuropea.

Cubierta de 'indoeuropeos'

Desperta Ferro (2025). 432 páginas

Indoeuropeos. La revolución científica que está reescribiendo su historia

J. P. Mallory

Recuerdo perfectamente la primera vez que dije esta palabra («protoindoeuropeo») en público, como ingenuo estudiante de la carrera de Historia hace más de una década. En una cena distendida con amigos me atreví a intentar desviar el tema futbolístico hacia la antropología histórica con la teoría de Georges Dumézil (1898-1986) acerca de la «trifuncionalidad protoindoeuropea», aquel supuesto teórico que, apoyado en el estudio de las religiones comparadas, atribuye a las poblaciones protoindoeuropeas la creación de la división social entre agricultores (laboratores), guerreros (bellatores) y sacerdotes (oratores). Aquella tarde perdí unos cuantos amigos de los que no he vuelto a saber nada. ¿Fue por la pedantería que se gastaba aquel pretencioso estudiante de Historia? ¿O fue el miedo desatado por la ignorancia a la palabra «protoindoeuropeo»? Aunque seguramente sea lo primero, es ciertamente difícil calibrar hasta qué punto uno está siendo elitista, esnob o pedante, y cuándo los demás pretenden segar inmisericordemente cualquier escollo o brizna de aporte cultural que se salga del itinerario más transitado. En cualquier caso, aquella tarde me di cuenta de la acuciante carencia de conocimientos sobre nuestros orígenes lingüísticos de la población media española.

Dos libros acabaron con el total desconocimiento del tema para quien escribe (si no contamos con los típicos aportes de los profesores de latín y griego al señalar que ambas lenguas eran «indoeuropeas»). El destino del guerrero, publicado originalmente por Georges Dumézil en 1969, y traducido al castellano por la editorial Siglo XXI en 1971, en el que los postulados del historiador y mitógrafo francés quedaban bien representados: se abrió un surco imposible ya de cerrar. Pero fue, muy especialmente, la obra de Francisco Villar Los indoeuropeos y los orígenes de Europa. Lenguaje e historia, publicado en Gredos en 1991, y rápidamente revisado y aumentado en 1996, la que marcaría indeleblemente la percepción de lo indoeuropeo por parte de un servidor (siempre mero interesado y no especialista en el tema).

Y ahora aparece esta aportación de J. P. Mallory que refresca inigualablemente el tema indoeuropeo, especialmente para los legos en la materia, insuflando nuevos aires mediante la aplicación de nuevos parámetros que hace décadas asustaban por motivos más que lógicos: los estudios genéticos, en ADN antiguo (o ADNa). En Indoeuropeos. La revolución científica que está reescribiendo su historia, recién publicado por la editorial Desperta Ferro, el lector no especialista (que en materia de indoeuropeos seremos, seguramente, el 99% de la población) encontrará una magistral condensación de todo cuanto hay de seguro (que no es mucho) en el origen de esa lengua pretérita y común para millones de personas hoy que es el protoindoeuropeo. Además, las explicaciones de Mallory son tan entretenidas como pedagógicas (en el buen sentido del término, no se alarmen). Mallory es un profesor emérito de Arqueología Prehistórica (en algún lado había que colocarle, pues, como él mismo señala, su carácter y carrera excepcionalmente interdisciplinares le han dificultado a las instituciones imponerle unas u otras etiquetas) cuya labor en la Queen’s University de Belfast no ha pasado, en absoluto, desapercibida. En la situación actual de la Academia española, un genio tan multifacético como Mallory lo tendría considerablemente crudo con instituciones como la ANECA, pues ante la dispersión de sus estudios y su «inclasificabilidad» (perdón por el término) hubiera tenido que optar por otro sector, como el textil o el aeroespacial. Sin embargo, Mallory tuvo la suerte de caer en la Queen’s University de Belfast, «quienes ayudaron a garantizar que un arqueólogo con un conjunto de habilidades académicas inusual lograse escapar de la cola del paro y encontrara trabajo», en palabras del autor.

El viaje escrito que propone Mallory es interesantísimo y muy atinado de principio a fin. En la Parte I, titulada «La preparación del escenario», el autor recoge la historia de la investigación, o como se diría en ámbito académico, el status quaestionis del tema indoeuropeo con especial énfasis en el lugar originario de esa protolengua que originaría las ramas llamadas indoeuropeas (antes llamadas jaféticas o escitas), comenzando con las primeras teorías en los albores de la investigación y personajes de la talla de sir William Jones (1746-1794), fundador de la Royal Asiatic Society of Bengal, que realizaría la atronadora afirmación, allá por 1786, de que el sánscrito (la lengua clásica de la antigua India), el griego, el latín, el gótico y el céltico «manan de una misma fuente, la cual, quizás, ya no exista». En la actualidad este tipo de afirmaciones pueden parecer perogrulladas, pero en el siglo XVIII originaron una auténtica revolución científica que puso las bases del estudio de lo que hoy denominamos «protoindoeuropeo». En la Parte II, titulada «Las técnicas fundamentales del rastreo de la cuna», Mallory desarrolla el núcleo del problema: la búsqueda lingüística del origen, o cuna, del protoindoeuropeo, apoyándose en patas tan importantes como la paleolingüística, la antropología cultural y la arqueología. Resulta tremendamente satisfactorio ver cómo un académico cuya interdisciplinariedad sería penalizada en ciertos sistemas educativos consigue demostrar que sin esa necesaria interdisciplinariedad nada podría hacerse. Finalmente, en la Parte III, titulada «El nuevo camino que seguir», Mallory culmina la obra con el maravilloso aderezo de los estudios genéticos, cuya relación actual con los estudios lingüísticos está resultando trascendental, pues ilumina significativamente los principales modelos propuestos como posibles «cunas» del protoindoeuropeo (modelo anatólico, modelo caucásico y modelo de la estepa).

Mucho más se podría decir, pero el espacio es inmisericorde. Si un libro de ensayo tiene la misión de hacer entender a un público no especializado temas complejos o que están fuera del «gran circuito», este volumen cumple esa misión con creces.

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