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26 de abril de 2024

Coldplay en concierto

Coldplay en conciertoAFP

Coldplay y los días de amnesia

Tras el estreno de 'Music of the Spheres', sigue sin haber noticias de la banda que compuso 'Parachutes' o 'A Rush of Blood to the Head'

Algo raro se supo que pasaba el día que Chris Martin, líder de Coldplay, se puso a bailar tanto (o más) que a cantar sobre un escenario. Yo me acordé de la novela de Norman Mailer: Los hombres duros no bailan, y hasta me imaginé que el pobre, un decir, Martin había encontrado en la guantera de su coche una cabeza tras una noche de amnesia. Precisamente amnesia es lo que parece que va quedando del grupo que hizo Parachutes y A Rush of Blood to the Head
Entonces Chris Martin no bailaba ni parecía que fuese a hacerlo alguna vez. Allí había un piano y una voz nasal que alternaba la gravedad y el falsete con una solvencia encantadora como si allí dentro estuvieran Simon y Garfunkel. Las canciones eran íntimas, serias, pero provechosas. Dirigidas a un gran público naciente y paciente, pero no para el gran público. 
Todo el misterio de aquel debut permaneció casi intacto en el segundo capítulo, quizá algo desentrañado, pero aún presente la intimidad. Las puertas más abiertas, los hits más contundentes. Clocks, In my Place o The Scientist, además de Yellow, ya convertidas en himnos. Vinieron a España, a Vistalegre, en Madrid, allá por 2003, y no llenaron el coso taurino. 
Puede que por eso los asistentes luego cantaban a coro en la cola del párking de forma espontánea. Más que un concierto había sido una reunión. Todo el mundo había estado tranquilo y concentrado, esperando y siendo sorprendido una vez tras otra por un valioso y emocionante repertorio donde no se esperaba nada, ninguna canción para ponerse a gritar o a saltar (o a bailar) más lejos del natural mecido acuático o la música como el elemento líquido en el que se deja llevar.
Un escenario sencillo, un mar cálido en calma (como en aquella escena de La Delgada Línea Roja donde el protagonista, un desertor del ejército estadounidense en la II Guerra Mundial, aparece henchido de felicidad en el agua, mientras contempla la sencillez y la alegría de la vida de los aborígenes que lo acogen en una isla del Pacífico) y cuatro hombres jóvenes haciendo suaves olas con sus instrumentos como remos. Ese público se dejaba conducir por el río al atardecer en cuya superficie se reflejaba todo el globo terráqueo amarillo de su portada. 

Viva la Vida

Después de todo eso, demasiado pronto, la efímera felicidad, fue como si hubieran encontrado a aquel soldado huido. Apareció de pronto en un disco pastiche, aún de calidad. Un álbum puente, X & Y, casi trascendental porque puede que marcara el rumbo posterior. Pudo haberlo hecho en un sentido, pero lo hizo en otro. Los estadios llenos anunciaban un fenómeno cuyo contenido no se correspondía. Es como si alguien hubiera decidido que a toda esa multitud le faltaba algo: más ritmo, más movimiento, como si tuvieran que poner a toda esa gente a bailar con lo contenta que estaba simplemente flotando. 
Lo que vino luego fue el bombazo convencional. La libertad de Delacroix sobre la que pintan con brocha blanca Viva la Vida al modo del grafitero Samo, el inminente Basquiat. Los brochazos ya no iban a desaparecer sino a ponerlo todo perdido. El disco tiene meritorias canciones oscuras y al mismo tiempo luminosas, tapadas por el soniquete triunfal para todos los públicos que da título al álbum y que Guardiola les ponía a sus jugadores antes de saltar al campo. Esto ya es decir mucho, pero no todo, por desgracia. 
Life in Tecnicolor (sobre todo su versión larga) o Lovers in Japan son temas superiores, como casi todos los demás, que reflejan la influencia de Brian Eno en la producción. Pero no fue ese el camino escogido tras el éxito mundial y definitivo. A partir de entonces ya no se tienen noticias, tan sólo fiestas de los colores, como las de la India y Nepal, animadas por melodías elementales, erradamente (casi falsamente) experimentales y letras escritas como para concursos de misses, con las que Chris Martin baila todo el rato, bota (ya casi no canta ni toca el piano), como si cupiera llamarles Hotplay o como si se hubiera secado aquel mar en el que algunos, como el soldado de Malick, nos sentimos una vez un poco felices.
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