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29 de marzo de 2024

Rosalía, en una imagen de su Motomami World Tour

Rosalía, en una imagen de su Motomami World TourInstagram @rosalia.vt

Desmontando las críticas contra Rosalía y su Motomami, punto por punto

Más allá de las críticas del disco, el Motomami World Tour está dejando comentarios ácidos y polémicos que no se corresponden con la realidad de los conciertos de Rosalía, y en El Debate explicamos por qué con argumentos

Está siendo una auténtica revolución; una rotura de esquemas que comenzó ya en 2019 con el certero El Mal Querer, un álbum que dio la vuelta al mundo para aterrizar en el centro mismo de la innovación y la excelencia musicales. Pero como siempre, Rosalía genera, además de amor y un seguimiento casi reverencial, polémica entre sus detractores.
El último debate se produjo cuando la catalana lanzó su esperadísimo disco Motomami, el tercero de estudio y una auténtica declaración de intenciones. Frente al flamenco Los Ángeles y al romance por capítulos que fue El Mal Querer (proyecto personal de Rosalía, que llevaba toda la carrera de música con la idea de ese disco en concreto en la cabeza), los 16 temas de Motomami desafían la capacidad de comprensión de muchos de un fenómeno que es heredero del hip-hop, el trap, el reguetón y otros ritmos urbanos, pero cuyo resultado es mucho mayor que la suma de sus partes.
Sobre el disco se han escrito ríos de tinta y gigabytes de información. Pero la polémica real ha venido, curiosamente, una vez que se ha puesto en marcha el Motomami World Tour, una ambiciosa gira de conciertos que Rosalía comenzó el pasado 6 de julio en Almería y que la llevará por 46 ciudades, incluidas paradas en toda Iberoamérica, Europa y Canadá, hasta cerrar el 18 de diciembre en París.
Las críticas le han llovido a la de Sant Esteve Sesrovires por todos lados, pero especialmente desde las trincheras (masculinas, por cierto) de la izquierda: de los periodistas de El País a multitud de críticos musicales, influencers o tuiteros aficionados, incapaces de leer la cultura contemporánea... y de entenderla. Recogemos las principales críticas en diez puntos para tratar de explicar lo que Rosalía, con R de reinona, ha hecho para coronarse como emperatriz de la música mundial
Rosalía, en el inicio de la gira 'Motomami', en Almería

Rosalía, en el inicio de la gira 'Motomami', en AlmeríaGtres Online

«No es un concierto porque no hay banda»

Cuando Rosalía explica lo que ha querido hacer con Motomami, lo califica como un disco minimalista. Es decir, que la voz está muy desnuda en todo el disco. La artista explica que para algunas canciones llegó a grabar incluso dos versiones con elementos de cuerda, pero que finalmente ella, como productora del disco que también es (para quien no lo sepa), tomó la decisión de eliminar los artificios.
La setlist del concierto incluye 31 temas. Su amigo, el músico Lorenç, la acompaña con el teclado a lo largo de los cerca de 100 minutos que dura (por cierto, en la gira anterior tampoco había instrumentos solo el Guincho haciéndolo todo). En dos ocasiones es la propia Rosalía la que coge la guitarra eléctrica (cuando canta Dolerme) o se sienta al piano (con la polémica Hentai) para interpretar, junto a su voz, algunas de las canciones más destacadas de su repertorio.
Si el disco es un ejercicio de minimalismo, el concierto también tiene que serlo. Pero es que además, se trata de un disco complejo con multitud de capas sonoras, imposible de recrear «en directo». El concierto debe ser una celebración del disco y de la narrativa creada en torno a las canciones, por lo tanto no puede tener banda. De hecho, es que la banda no tendría nada que tocar en un disco como Motomami.
Y como dijo Alaska en defensa de Rosalía, «en el año 82 vinieron a tocar Soft Cell con Azul y Negro al Palacio de los Deportes, y fue un concierto de música electrónica. Hubo críticas que decían que hacían playback. Vamos a ver, señores, ¿ustedes no saben lo que es la música electrónica?».

Falta de instrumentos

Como consecuencia del punto anterior, aunque Rosalía tiene un manejo total y completo de la música, también lo tiene de los sintetizadores y de las herramientas modernas de creación y producción musical, que no es poco. Los estudios superiores los hizo en el Taller de Músics y luego fue a la Escuela Superior de Música de Cataluña. Y ha seguido formándose desde entonces.
No solo sabe tocar la guitarra y el piano, además del mejor de sus instrumentos, que son sus cuerdas vocales. Sino que maneja las producción hasta el punto de, por ejemplo, mantener una misma melodía en ostinato y cambiarle el grado armónico a través de reverbs. Sabe mezclar los estilos musicales que la influencian y ha encontrado el filón en un sonido fusión que no había llegado al gran público.
Por ejemplo, en Chicken Teriyaki, Rosalía emplea su propia voz para crear un chop que, reducido y reproducido, crea una base a la que luego añade el beat de reguetón, los drums y un bajo en algunos momentos. En Candy solo se aprecia la percusión filtrada sin ad-libs, y encima su voz. Casi todas las canciones constan de un instrumento «tratado» (dos, en ocasiones) y después su voz. «Quería 'pelar' capas, ir a la esencia dentro de lo posible. A veces las canciones, en sus versiones iniciales, tenían muchas capas y demasiada instrumentalización, por lo que se perdía el feeling. Así que pasé casi un año trabajando la producción para ir 'pelando' las canciones», explica Rosalía en el vídeo junto al músico Jaime Altozano. «Si algunas canciones tienen una estructura más clásica, es intencional que sea así, para que luego, a nivel de producción, pueda llegar un poco más lejos».

Puesta en escena

Entramos en otro de los puntos polémicos. ¿Qué sucede sobre el escenario del Motomami World Tour? Todo lo que esta generación se esperaría, y todo lo que la generación anterior rechazaría.
Ya hemos dicho que el disco es minimalista, y por lo tanto, la puesta en escena también lo es. Un escenario desnudo, en blanco, y tres pantallas. Pero en ellas, en ocasiones un simple plano de Rosalía, en ocasiones efectos de cámara con una producción audiovisual digna del futuro. Y sí, también un cámara que lleva una steadycam y que, sinceramente, es la envidia de todos los que estábamos en el concierto. A quien le moleste que en el año 2022 haya un cámara sobre el escenario, sinceramente, debería meterse en la cueva del «las cosas ya no son como eran antes» y deje Twitter.
Detalle de una cámara grabando desde el patinete que Rosalía monta mientras canta en Motomami World Tour

Detalle de una cámara grabando desde el patinete que Rosalía monta mientras canta en Motomami World Tour

También hay cámaras de mano que los bailarines se pasan o que la propia artista coge para mirar «a los ojos» a todo su público; con ella baja al foso e interactúa con el público (este punto lo desarrollamos más adelante), o la deja en el suelo y se tumba para cantar en primer plano La combi Versace.
Mucho se ha hablado del espectáculo que crea C. Tangana (también en El Debate) sobre el escenario. Pues bien, el de Pucho, además de estar plagado de cámaras y convertirse en una auténtica película musical, sigue también la línea estética y la propuesta que él mismo hace en El Madrileño. Por lo tanto, la coherencia se ve en ambos artistas.
Es claro que hay un cambio visual en la realización audiovisual en los conciertos: lo hemos visto ya en C. Tangana, Nathy Peluso, Rosalía... y el pionero fue Kanye West proyectando la iluminación del escenario para salir perfecto en las pantallas. Es un nuevo lenguaje.

«Es egocéntrica»

Decía cierto periodista que el concierto parece «un selfie televisado». Lo cierto es que Rosalía es Rosalía. Es ella, ella llenando el escenario, ella proyectando su voz, ella con sus bailarines alrededor. Pero también ese «exceso de selfie» del que la acusan nos permiten verla sonreír, llorar y gesticular; vemos sus gestos, y vibramos con ella; vemos su zapateao y sus movimientos de cadera a lo Beyoncé; lo vemos todo, que es a lo que hemos venido.
Es curiosa la crítica a una mujer que ha luchado, a base de trabajo, dedicación, estudio y más trabajo, por hacer la música que ella quiere hacer, sin importarle que guste o no, que se entienda o no. ¿Es Bruce Springsteen egocéntrico? ¿Son egocéntricos Bob Dylan, Michael Jackson o Elvis Presley? Como ella misma canta en Sakura, una de las mejores canciones del disco, «La que sabe, sabe / Que si estoy en esto es para romper / Y si me rompo con esto, pues me romperé».
Otro punto es la controversia a su alrededor. Si otro artista hace un espectáculo, nadie se mete a analizar cada una de sus decisiones, pero haga lo que haga Rosalía es controvertido, porque en ella hay una mezcla de tradición e innovación que es su sello desde su inicio.

«Lo que importa es el envoltorio»

También hay quien no se aclara, porque por un lado piensa que la puesta en escena es deficitaria por simple y por otro cree que es superficial y únicamente centrada en la estética. Motomami World Tour es uno de los «ejercicios de branding» mejor desarrollados, con unidad estética a todos los niveles, y sobre todo al nivel que a Rosalía le interesa.
Atrás han quedado las uñas que la caracterizaban, los looks estrambóticos o incluso abiertamente chonis, los kilos de maquillaje y las altas coletas tirantes, los colores estridentes. Ahora es Rosalía, sin apenas maquillaje, con su traje de cuero motero. Va contracorriente, no se cambia de vestido cada dos canciones, no se rodea de un escenario lleno de efectos especiales, fuegos artificiales o confeti.
Cuando canta De Plata va con el top de cuero motero, se pone una cola de faralaes realizada por el mismo que le diseñaba a Lola Flores o a Rocío Jurado los vestidos, con cola negra (en señal de luto, sin adornos), que invade el escenario blanco, y con la guitarra eléctrica se lanza con una saeta, sin adornos musicales.
Y precisamente en este show, alerta spoiler, Rosalía se sienta ante un tocador y se corta las trenzas y se las deshace para proceder a desmaquillarse. En el mundo en el que vivimos, especialmente las mujeres, quedarte despeinada, sudada y desmaquillada delante de decenas de miles de personas es uno de los ejercicios más íntimos que se pueden hacer.
Y esto lo hace mientras canta Diablo, una compleja canción en la que da voz a los que la critican («Tú no has vigilao, se ha ido tu pureza / Ya no sé quién eres, diablo») y en la que ella les responde: «Yo mi lealtad nunca la pierdo / Ni por el dinero». Los que antes la ensalzaban, ahora tratan de hundirla; los que le decían «como tú ninguna, brillas como la luna», ahora dicen no reconocerla. Ella se desmaquilla mientras canta: «This must be the other side of me». Y el público enloquece.

Qué pasa con los bailarines

El trabajo coreográfico es divertido, exigente y a la vez teatral. Es un más, no un menos: la danza es un arte complejo y transmitir su trascendencia no está al alcance de todos. Los ocho bailarines del Motomami World Tour son auténticos artistas, coordinados entre sí y con ella, pero también hacen lo que se espera de ellos: invitar a todo el público a bailar con ellos.
Con fondo blanco de estudio fotográfico, los bailarines se enredan en una coreografía casi infinita que se observa a través del amor por los planos contrapicados y dos pantallas verticales que retransmiten cada movimiento en un espectáculo que parece un Tik Tok en directo, como el que realizó Rosalía para presentar el disco. Incluso sin ella en el escenario, muchos habríamos pagado por ver el increíble ejercicio de danza contemporánea de los ocho genios sobre el escenario.

Los referentes de Rosalía no son los tuyos

Cuando en 1991 U2 lanzó el álbum Achtung Baby, muchos incondicionales no entendieron nada. Influencias del rock alternativo, música industrial, música dance electrónica conformaban el álbum más oscuro e introspectivo de su carrera. Entonces llegó la gira Zoo TV Tour y sus detractores se contaron por millones.
Hay un paralelismo claro entre Bono y Rosalía en este sentido: los puristas no están dispuestos a que sus grupos evolucionen. Leiva lo ha escrito en sus redes sociales: «Supongo que no es más que miedo a no entender lo que está sucediendo. Clásico mecanismo para no sentirte fuera. Rechazarlo». Por eso cabe también realizar la reflexión de que quizá Rosalía no gusta a muchos simple y llanamente porque no está hecha para ellos; porque no comparten lenguaje, ni referentes, ni bases culturales, ni prácticamente nada. Pero una cosa sí comparten, y es el amor por la música: por ello es digno de admiración quien dice «reconozco la calidad musical, aunque conmigo no conecte».
Hay un momento del concierto en el que Rosalía sube a algunos escogidos del público al escenario, y juntos bailan temas como Relación, TKN; Yo x Ti, Tú x mi o Gasolina, temas míticos del reguetón, especialmente el de Daddy Yankee, al que Rosalía referencia en multitud de ocasiones. Si no compartes estos referentes, si no has pasado tu adolescencia llorando y gritando cada vez que sonaba «Zúmbale mambo pa' que mis gatas prendan los motores»... es normal que no conectes con ella. De todas formas, en los conciertos de Motomami se ve a gente de todas las edades, y eso tampoco es tan habitual.

«No interactúa con el público»

Ha ido quedando claro que su interacción es máxima, hasta el punto de que llega a subir gente al escenario. Pero no sólo eso. Rosalía se para y lee cada una de las pancartas que alcanza a ver, haciendo chistes al respecto. Celebra el amor de dos que se aman, le dice a otro que no puede adoptarle «como motomami» porque tiene «mucha faena» e incluso llega a parar uno de los conciertos al enterarse de que alguien se ha desmayado.
Baja al foso, se abraza a gente de las primeras filas, saluda a personas de las gradas. En el concierto de Madrid le dio las gracias a una artista por haber realizado una versión de una de sus canciones porque sí, la había visto y sí, la había reconocido entre el público.
Este es un espectáculo para sus seguidores. Con ella sucede algo único: todas las canciones son cantadas por el público, incluso las inéditas que sus seguidores se han aprendido de un concierto a otro, como Despechá o Aislamiento.

Su mensaje

En Diablo, Rosalía se quita todo lo accesorio y se muestra tal cual es. Ella puede ser lo que quiera y cuando quiera, no lo que la gente le exija o le reclame. Por ello arranca el concierto con Saoko y su «yo me transformo, yo soy muy mía, soy toa' las cosas»... Es cantaora («Soy igual de cantaora (dale, dale) / Igual de cantaora con un chándal de Versace que vestíita de bailaora», canta en Bulerías), reguetonera, cantante pop, bailaora, la que perrea y toca el piano pero también la melodiosa y la niña que juega.
Realiza una reflexión sobre la fama y sobre su esencia. Canta en Sakura: «Flor de sakura / Ser una popstar nunca te dura (...) No pa siempre pues ser una estrella y brillar / Vy'a reírme cuando tenga 80 y mire pa'trás». Es ella, en estado puro, ella sola, su voz sola, su alma sola.
Y el cierre del concierto es la declaración de intenciones final: canta Cuuuuuute, despertándonos, reclamándonos a mirar las cosas maravillosas que hay en la realidad: las mariposas están ahí, y el mayor artista de todos es el que ha hecho esa realidad: «El mejor artista es Dios».
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