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06 de mayo de 2024

Joaquín Achúcarro durate un recital

Joaquín Achúcarro en el Verbier Festival en 2021

Joaquín Achúcarro, la increíble vitalidad de la música: el pianista español arrasa en EE. UU. a sus 90 años

El más importante pianista español vivo triunfa con una gira de conciertos por las principales ciudades norteamericanas

Había un cantante ya fallecido, Goran Simic, que solía acudir a los ensayos en la Ópera de Viena vestido siempre con un mono azul, como el que usan algunos trabajadores en sus oficios. En una ocasión, un colega muy conocido, algo escamado ya, le preguntó el porqué de tan inusual atuendo para un escenario lírico. La respuesta del bajo serbio no se hizo esperar: «Porque soy un obrero, de la música, pero un obrero al fin y al cabo».
Joaquín Achúcarro (Bilbao, 1932), el más importante pianista español vivo, y uno de los más reclamados por los auditorios de Reino Unido, sobre todo a raíz de su victoria en el Concurso de Liverpool, en 1959, y Estados Unidos (aunque no solo: hasta la fecha ha ofrecido más de doscientos conciertos con las mejores orquestas del mundo), seguro que estaría de acuerdo con esa definición. Desde luego, casa muy bien con su propia naturaleza humilde, despojada de toda afectación, y su férrea disciplina próxima al estajanovismo, que él compara con la dedicación constante de Federer para llegar a perfeccionar un revés.

La búsqueda de la perfección

Me consta, porque una vez se lo he escuchado a él mismo en nuestra única conversación, que reivindica la labor diaria frente a la inspiración momentánea, a menudo traicionera. Esa búsqueda incesante de la perfección le ha llevado a alzarse en medio de la noche para conjurar algún mal sueño en el que erraba una nota o dos, y situándose presuroso frente al teclado espantar con más horas de práctica el inoportuno fantasma. O correr en procura de alguna de las grabaciones de Arthur Rubinstein, revisitadas una y otra vez con paciencia monacal, para comprobar cómo su adorado ídolo resolvía este u otro pasaje tortuoso.
A esa edad provecta en la que algunos han arrojado ya la toalla para aguardar, lo más pronto posible, la inevitable visita de la Parca, Achúcarro recorre aún hoy las principales ciudades de Estados Unidos para conmemorar sus primeros 90 años de éxitos, un aniversario que tendrá su colofón el próximo 3 de noviembre con un recital en el Guggenheim de su propia ciudad. Sin renegar del terruño, pero sin ejercer tampoco demasiado, a estas alturas se considera sobre todo ciudadano del mundo (cinco millones de millas acumulaba no hace mucho su tarjeta aérea de puntos), de allí donde aún le requieren para escucharle y ha recibido tanto cariño; pero sobre todo de la patria universal de los músicos que le han dado sentido a su vida, de Beethoven a Scriabin.

A Joaquín Achúcarro le mantiene fresco su pasión por la música, su capacidad para seguir estudiando, una y otra vez

Bilbao lo vio nacer y allí, donde aún pervive una de las sociedades filarmónicas más antiguas de España, Achúcarro se enamoró de la música. Acudió con la familia, de sólida tradición científica, a un concierto en el que se interpretaba el Concierto para violín en re menor de Brahms, y desde entonces tuvo claro que él también quería hacer eso. «No te preocupes que, para piano, Brahms compuso dos», le dijo su padre refiriéndose a los conciertos para dicho instrumento del compositor alemán, sendos monumentos de la literatura musical que luego ha tenido ocasión de interpretar muchas veces, junto a algunos de los más reconocidos directores.
Joaquín Achúcarro

Joaquín Achúcarro

A Joaquín Achúcarro le mantiene fresco como una rosa su pasión por la música, de eso no cabe duda, su capacidad para seguir estudiando, una y otra vez, esas grandes obras que no se agotan en Schönberg, Webern o Ligeti. Si de algo le han servido los años pasados en América, ha sido para cultivar un gran respeto hacia el jazz o la bossa nova, mostrándose un rendido admirador de Art Tatum, Oscar Peterson o el mismísimo Frank Sinatra. Su curiosidad es el acicate que aún le permite bucear, escudriñar y descubrir con inmenso asombro novedades ocultas como ese doble silencio que Beethoven prescribe cerca del final del enigmático segundo movimiento de su cuarto concierto para piano, y cuyo misterio no ha dejado de cautivarle desde que se lanzara a meditar sobre su significado en estos últimos años, después de haberlo tocado en numerosas ocasiones.

Llenar el sonido

Educado en centros musicales italianos y en la inevitable Viena, fue en esta ciudad donde recibió uno de los consejos que más y mejor le influyeron para toda la vida. Curiosamente no se lo dio otro pianista, o su buen amigo director, Zubin Mehta, sino un célebre coreógrafo y bailarín de la época, Alexander Sakharoff, quien durante una charla de café le procuró el secreto de toda interpretación, más allá de lo que él ya sabía, esa necesidad mecánica de repetir y repetir, el trasfondo metafísico de su Arte. «Lo fundamental es llenar el sonido», le dijo. Lo que en palabras del propio Achúcarro se traduce en captar «ese riego de lava subterráneo que transcurre por debajo de la música». Ahí y en la administración de los silencios, todo lo que ocurre entre nota y nota, aquello que permanece oculto a simple vista, como afirmaba Mozart, puede cifrarse el secreto.
Destinado a suceder a la gran Alicia de la Rocha como sumo sacerdote de la música de Granados, Albéniz o Turina, el pianista vizcaíno rechazó desde los inicios encasillarse en el repertorio hispano. Evitaba que solo le llamaran para interpretar la Iberia, cuando por temperamento sus intereses le acercaban más a Chopin (siempre admiró a Cortot) y a Debussy, declarándose fan de Arturo Benedetti-Michelangeli, quizá el intérprete más cualificado del compositor francés.

Para enseñar en una universidad española me exigirían como poco el título de doctor. En Estados Unidos, si sabes, te ponen la alfombra roja para que puedas compartir tus conocimientos sin cortapisasJoaquín Achúcarro

Pero una vez logró establecerse como un músico respetado en el repertorio internacional, su ligazón con el rico patrimonio artístico de su país era inevitable, y siempre, pero sobre todo en estos años, lo ha cultivado con una dedicación extraordinaria. Admira y conmueve, a la vez, descubrir la emoción en su rostro cuando hace unos años fue requerido por la Filarmónica de Berlín y su entonces director titular, sir Simon Rattle, para grabar las Noches en los jardines de España de Falla. Al concluir el último acorde, durante la grabación en imágenes, se puede apreciar el nítido brillo en los ojos del pianista, quizá consciente en ese instante de que nadie había hecho justicia jamás a la obra del genial compositor español como ahí, en esas condiciones ideales, con la mejor orquesta del mundo descubriendo gracias a él una de las piezas mayores de todo el piano del siglo XX.
Afortunadamente, de su magisterio han podido beneficiarse los alumnos que durante mucho tiempo le han seguido como a un Sócrates particular hasta la Universidad Metodista de Dallas, donde por cortos periodos transmite su sabiduría a unos pocos intérpretes, bien escogidos. Recuerdo que le pregunté si no echaba de menos hacer lo mismo en España, para alguna institución académica de aquí. Su reveladora respuesta no admitía réplica. «Uy, no, para enseñar en una universidad española primero me exigirían como poco el título de doctor, aparte de todas las trabas burocráticas imaginables. En Estados Unidos ocurre todo lo contrario: si eres útil, si sabes, te ponen la alfombra roja para que puedas compartir tus conocimientos sin cortapisas». Por eso, seguramente, la Fundación Joaquín Achúcarro, creada para apoyar a los jóvenes pianistas en el temprano desarrollo de sus carreras, tiene hoy su sede en Texas.
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