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05 de mayo de 2024

César Wonenburger
César Wonenburger
Historias de la música

Tomás Luis de Victoria y su 'Réquiem' para la eternidad

El Officiun Defunctrorum, cima de toda la música ibérica, y no tan popular como otras composiciones menos trascendentes, merece conocerse al menos como la pintura de Velázquez o El Quijote

Actualizada 04:30

Tomás Luis de Victoria

Tomás Luis de Victoria

Los días de asueto navideño, que sumados a los puentes recién transcurridos abarcan ya casi todo diciembre, dejan algunas horas para el imprescindible cultivo del espíritu. Hay quien quizá aproveche este tiempo para retomar la lectura inconclusa, posiblemente abandonada durante las ociosas jornadas del último estío, de Guerra y Paz de Tolstoi. O acaso pueda resultar que reserve unas cuantas de esas horas hurtadas a los afanes diarios para tapar huecos pendientes en las filmografías de genios prolíficos como John Ford, Alfred Hitchcock y Luis Buñuel, en cuyas primerizas obras, no siempre atendidas por quienes se lanzan a saborear principalmente las piezas mayores (Vértigo merecería la pena disfrutarse al menos una vez por año con la fruición de quien aspira a realizar nuevos descubrimientos en los filmes ya conocidos), se anuncia ya su inmediata grandeza.

Ninguna de estas manifestaciones puede siquiera aspirar a competir con la oferta gloriosa e inabarcable del Prado

Ciudades como Madrid, con su amplia red museística, ofrecen un abanico tan amplio como puedan serlo nuestros deseos de belleza. Las exposiciones, cada vez más sometidas al albur de la actualidad (lo cual permite, por ejemplo, descubrir a pintoras relegadas en el pasado; o vincular a los artesanos de la moda, hoy elevados inopinadamente a la categoría de nuevos Buonarottis, con los grandes maestros del pincel), florecen por semanas. Pero ninguna de estas manifestaciones puede siquiera aspirar a competir con la oferta gloriosa e inabarcable del Prado. Ni veinte vidas como las de Abraham alcanzarían para saciar el apetito de riquezas artísticas, la curiosidad del visitante más asiduo a ese templo.

Proliferan las «Novenas», con el positivo mensaje de Schiller

¿Y en la música…? Mientras hasta los más pequeños comercios afloran en el ambiente mil versiones espurias del socorrido «Santa Claus is coming to Town…» (al menos si fuera la de Frank Sinatra…), que parecen haber triunfado definitivamente sobre La Virgen lava pañales, arrecian por doquier los anuncios de «Novenas» de Beethoven. Por alguna razón desconocida esta sinfonía se prefiere entre todas sus hermanas para esta época del año. Seguramente porque toque renovar votos, aquellos que impelen a recuperar la fe pérdida en los seres humanos, supurar amargas traiciones y perdonar iniquidades. Los versos de Schiller, iluminados por el extraordinario impulso de la música del compositor alemán, se encargan de enfatizarlo con una emoción febril, capaz de inundar los corazones al menos hasta que dure el último acorde.

Creado a mayor gloria de la emperatriz María de Austria, el compositor abulense publicó su también llamado 'Réquiem' en 1605

Proponemos algo distinto, no ciertamente original, pero al menos contrario a las costumbres de este tiempo. A quienes no pudieron acercarse estos días pasados hasta la sala de cámara del Auditorio Nacional para escuchar la maravillosa interpretación que del Officiun Defunctorum de Tomás Luis de Victoria, quizá la principal de entre todas las aportaciones ibéricas a la gran música, sirvieron los integrantes de Vox Luminis, que busquen durante estos días, al menos, una grabación. No son tantas, pero por ejemplo está la que en su día registró el especialista belga Philippe Herreweghe con miembros de su extraordinario conjunto, el Collegium Vocale de Gante.
Los integrantes de Vox Luminis

Los integrantes de Vox LuminisCentro Dramático Nacional

Creado a mayor gloria de la emperatriz María de Austria, el compositor abulense publicó su también llamado Réquiem en 1605. Antes de fallecer, la hermana de Felipe II decidió pasar sus últimos años en el monasterio de las Descalzas Reales, esa joya madrileña casi escondida entre atestadas arterias comerciales por las que cada día discurren decenas de miles de viandantes ensimismados en su voracidad consumista, ajenos a las sutiles riquezas artísticas allí custodiadas, y que pueden visitarse mediante cita previa. En ese mismo lugar, la también princesa de Portugal tuvo como capellán personal a Victoria, cuyos restos también reposan en el sitio.

El Concilio de Trento y la música

Tomás Luis de Victoria consagró toda una vida a un único fin, aplicar sus únicos talentos para la composición de obras que sirvieran exclusivamente a aquello que Gerardo Diego resumió así: «Llegar al corazón encendido del cristiano y los oídos humanos del Dios Encarnado». El Concilio de Trento había amenazado con excluir de toda celebración litúrgica cualquier manifestación musical que se apartara del propósito esencial, iluminar los textos sagrados. Nada de adornos ni de meandros expresivos en los que desviarse o entretenerse para simplemente deleitar los oídos con melodías seductoras. El propósito fundamental no debía eludirse en ningún caso: difundir el mensaje de los evangelios, claro, seco y conciso.
Monasterio de las Reales Monjas Descalzas

Monasterio de las Reales Monjas DescalzasLuis Garcia

A decir de su propia vida e intereses, únicamente encaminados a expandir los dones de la Divinidad, Victoria no precisó de esa o parejas advertencias. Ya era un convencido desde los tiempos en los que había frecuentado a Felipe Neri durante su decisiva etapa formativa en Roma. La Congregación del Oratorio, obra de Neri, prescribía como máxima: «Excítense a la contemplación de las cosas celestiales mediante la música». Apartado voluntariamente de lo que él mismo consideraba «un ocio inerte y vergonzoso», el también creador del Oficio de Semana Santa parecía tener muy clara su exclusiva vocación. Y a ella consagró sus días, logrando alcanzar la máxima depuración expresiva a través de la íntima fusión entre texto y música, con fines proselitistas, aunque su influencia excediera los límites de su finalidad más perentoria.

Escuchar ahora su mayor creación permite apreciar íntimamente esa entusiasta tarea de proclamación del sometimiento del hombre ante el poder de un ser superior

Escuchar ahora su mayor creación, la más alabada, para algunos auténtica cima de la composición musical ibérica entera, por descontado en una interpretación tan diáfana y reveladora como la que acaban de ofrecer los integrantes de Vox Luminis (bajo la inspirada dirección de Lionel Meunier), pero también en grabaciones, permite no solo apreciar íntimamente, en toda su dimensión, esa entusiasta tarea de proclamación del sometimiento del hombre ante el poder de un ser superior en el decisivo momento de la verdad, cuando este se humilla definitivamente para solicitar la gracia del perdón redentor que le permita hallar la paz eterna.

«Maestro de la más aguda emoción»

Como sugiere otro músico, Josep Soler, en el interesante ensayo que dedicó a este compositor, «Victoria se confinará voluntariamente en las voces humanas y en la música estrictamente funcional para la liturgia católica; pero, aún con esta limitación y, a pesar de la extrema austeridad de su escritura armónica y contrapuntística, fue y sigue siendo el maestro de la más aguda emoción: esto no puede analizarse ni expresarse más que de forma harto indirecta con palabras».
Efectivamente, inclinados o no a dejarnos convencer por la temática religiosa a la que sirve, su obra permanecerá por los siglos con esa misma plasticidad, y a la vez férrea determinación, que induce casi involuntariamente a la contemplación, sugiriéndonos infinitas posibilidades para llegar a establecer a través de ella asociaciones tan imprevisibles como nos sean otorgadas por nuestra imaginación, sensibilidad y cultura.

Su intención se limitaba a cantar las glorias eternas de Dios, considerando el resto de las músicas como una dedicación indecorosa

Incluso en su apacible serenidad, puede dirigirnos hasta las formas más elevadas de concentración, como ese sueño plácido en el que el otro día se halló sumido, durante una buena parte del concierto en el Auditorio Nacional, uno de los críticos más conocidos de este país. Casi todo resulta lícito con Victoria. Aunque su intención se limitara a cantar las glorias eternas de Dios, considerando el resto de las músicas como una dedicación indecorosa, escasamente edificante, su influencia desborda cualquier objetivo o planificación, por más noble que sea. En cualquier caso, y como alguien ha sugerido, «la música salva porque aleja». Toda interpretación que haga justicia al Réquiem victoriano suscita en el oyente esa ilusión del tiempo suspendido, su conversión en espacio, en la que ninguna de las penosas circunstancias de nuestra realidad más inmediata, ninguna vileza, dolor o resentimiento puede siquiera rozarnos. Al contrario, llega a procurarnos una dicha inefable.
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