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06 de mayo de 2024

César Wonenburger
César Wonenburger
Historias de la música

Entre los Dolomitas y el Gaiás, Bach a luz de Dostoievski

Las Suites para violonchelo de J. S. Bach, que han cautivado a los más grandes intérpretes del instrumento de la historia, resisten cualquier intento de apropiación o visión parcial: constituyen uno de los mayores enigmas de toda la cultura occidental

Actualizada 04:30

Los chelistas Pau Casals y Mstislav Rostropovich

Los chelistas Pau Casals y Mstislav Rostropovich

No se trata de un sesudo tratado de musicología, pero sí de un libro sin demasiadas pretensiones, aunque a su modo apasionante, concebido por un periodista, antiguo crítico de música pop para The Gazette de Montreal, que un buen día cayó rendido sin remedio bajo el influjo de las Suites para violonchelo de Johann Sebastian Bach, uno de los mayores monumentos musicales. Eric Siblin las descubrió durante un concierto y en ese preciso instante decidió iniciar una búsqueda que culminó con la publicación de The Cello suites. J.S. Bach, Pablo Casals, and the Search for a Baroque Masterpiece, título original de su primer libro (desconozco si más tarde se ha publicado en español). Su estilo ágil e ingenioso, pleno de abundantes y ricos detalles, se estira a través de las páginas de un estimulante ensayo que puede leerse casi como una novela de Chester Himes, con parejas dosis de suspense, imaginación y misterio.
El músico Johann Sebastian Bach

El compositor Johann Sebastian BachGTRES

En su amena indagación sobre la génesis y posterior difusión de estas piezas, Siblin cuenta dos historias, la del propio Bach y la de uno de sus mayores propagandistas, Pablo Casals. A través de la narración se entremezclan de forma paralela la creación de las suites y la aventura existencial de su primordial divulgador, el extraordinario violonchelista catalán que en 1890 se encontró por casualidad, en un pequeño negocio del Carrer Ample barcelonés, con la partitura que habría de acompañarle para siempre. Y a la vez, el autor da cuenta de su propia transformación individual, de cómo su obsesión por la obra le afectó personalmente, llevándole a viajar por todo el mundo en busca de cualquier indicio que pudiera aportarle algún nuevo dato. Incluso llegó hasta recibir clases del instrumento para profundizar, de ese modo, en el mensaje eterno de estas piezas.

Casals las interpretó en 1901

Siblin traza las huellas de Bach a través de los distintos empleos hasta su muerte. El manuscrito original de las suites no se conserva. Fue su viuda, Anna Magdalena, quien entre 1727 y 1731 realizó una copia para el violinista Georg Heinrich Ludwig Sachwanenberger. Sobre esa base, Friedrich Wilhelm Ludwig Grützmacher publicó después la edición que el joven Casals descubrió en 1890. El reinventor del violonchelo, del que el periodista comenta una de sus actuaciones más tempranas, en Santiago de Compostela, las interpretó por primera vez en 1901. «Tuve que esperar diez años para reunir el coraje de tocarlas», dijo el músico en una ocasión. Y las grabó en Londres en plena contienda fratricida española, convirtiéndose en un «best-seller» musical que no ha dejado de reeditarse a lo largo de los años (en 2009, una de las últimas), a pesar de no convencer del mismo modo a todo el mundo.
Ciudad de la cultura en el monte Gaiás

Ciudad de la cultura en el monte Gaiás

A los exquisitos oídos del más ortodoxo historicismo, las lecturas de Casals les suenan demasiado «románticas». El genial intérprete ya les contestó por esa época: «Fui el primero en combatir a los puristas de la escuela alemana que querían un Bach abstracto, intelectual. No me dejaré asustar, ahora, si algún crítico no desea que la música sea humana». Como Casals, otro enorme violonchelista pasó en su día por la capital gallega. En esa ocasión, durante 2011, me tocó a mí invitar a Mischa Maisky para que ofreciera la suites de Bach, divididas en dos sesiones, en el recinto que Manuel Fraga se empeñó en construir en el monte Gaiás, la aún hoy controvertida Ciudad de la Cultura. Al menos en aquella ocasión, la enorme biblioteca sin apenas libros del mausoleo sirvió para que unos cientos de personas peregrinaran hasta las afueras de Santiago con el objetivo de sumergirse en una música tan inconmesurable como las propias montañas.
El violonchelista Mario Brunello reunió en su momento, en otro libro delicioso, sus experiencias tocando estas mismas músicas al fresco, en parajes naturales de distintos países. Los Dolomitas, el Monte Fuji, el Timbain sahariano, … se convirtieron en sus improvisados escenarios. El instrumentista italiano, asiduo colaborador de Pollini, Argerich y Abbado, entre otros, establece en Fuori con la musica oportunos símiles entre las creaciones del Cantor de Santo Tomás y la naturaleza.

«Una música que conduce al alma»

«El perfil de los Dolomitas se asemeja al diseño de las notas de un preludio de Bach», sostiene. E inmediatamente pasa a narrar cómo al final de uno de sus conciertos con la suites, bajo las Torres del Vajolet, entre rocas y peñascos, se le acercó una señora ciega para decirle: «Me he hecho acompañar hasta aquí, caminando durante dos horas, porque mi sueño era escuchar la música de Bach en medio de las montañas». Para Brunello, «sus palabras pusieron en evidencia que la escucha debe estar acompañada de la disposición a abrir la puerta que conduce la música directamente al alma».
Al inhóspito Gaiás, casi siempre azotado por inmisericordes ráfagas de crudo viento, a menudo unidas a las delicadas gotas del mejor orballo compostelano, se suele llegar en coche. Y los conciertos se celebraron no entre eucaliptos, más bien en una de esas gélidas, indiferentes salas que lo mismo pueden albergar un quirófano que una biblioteca de acuerdo con el austero minimalismo de la mayoría de nuestros más conspicuos, modernos arquitectos. Pero aquellas dos sesiones con Maisky no resultaron, en cualquier caso, menos memorables. El selecto auditorio agradeció como pocos, al término de cada cita, la posibilidad de acceder a la «biblia personal», como el violonchelista denomina a este conjunto, que ha grabado dos veces hasta la fecha y que le acompañó y sostuvo, al menos mentalmente, durante los casi dos años en los que las autoridades soviéticas le condenaron a trabajos forzosos en la fábrica de un poblacho a cuarenta kilómetros de Gorki.
Maisky

El chelista Mischa Maisky

Su único delito había consistido en intentar comprar una nueva grabadora en una tienda reservada a extranjeros o miembros del partido, con la que deseaba preservar el registro de las clases que Mstislav Rostropovic le había impartido en el Conservatorio de Moscú. Tan pronto se liberó del yugo soviético, durante sus primer concierto con público, Maisky, que a los once años ya había descubierto la partitura de la suites gracias a un regalo de su hermano con la dedicatoria: «trabaja lo más duramente que puedas durante toda la vida para ser digno de esta gran música», interpretó la «Segunda», quizá la más dramática.

El regalo de un violonchelo y el éxito inesperado

Después de su auspicioso debut en el Carnegie Hall de Nueva York, un anónimo benefactor, seguramente conocedor de su azaroso pasado, le regaló un espléndido violonchelo del siglo XVI con el que, en 1985, realizaría su primer registro de la obra completa. El Times londinense destacó que había puesto toda su fuerza y curiosidad «al servicio del dictado divino». Aquel disco vendió más de trescientas mil copias, cifra insólita para una grabación de música clásica. Pero como Casals, también tuvo que recibir algunas críticas adversas que, en su caso, hacían referencia a una interpretación «emotivamente dostoiveskiana», demasiado personal, seguramente poco austera.
Siblin recoge la reacción del solista frente a los comentarios negativos en su libro. Para Maisky, «reducir a Bach a un compositor barroco es un insulto para un genio de su calibre. Bach era mucho más que esto. Fue un compositor barroco porque vivió en ese periodo, pero es el más romántico de su tiempo, el más grande moderno. Escúchese la zarabanda de la Quinta Suite: ¡podría haber sido escrita ayer!». Las suites bachianas «no pertenecen a ningún tiempo ni a ningún lugar», son una muestra de la grandeza del espíritu humano y una parte esencial de nuestra cultura occidental.
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