
Jo-Wilfried Tsonga, en el Open de Australia, en 2017
Tsonga, la gran esperanza que tampoco pudo acabar con la sequía del tenis galo
El jugador de Le Mans se retira después de Roland Garros como otra de las promesas francesas que apuntaban a romper el maleficio de su país en los Grand Slams desde que Noah ganó por última vez en París en 1983
Yannick Noah, el jugador de Las Ardenas, también hijo de padre africano, como Jo-Wilfried Tsonga, ganó Roland Garros en 1983 frente al joven prodigio sueco Mats Wilander, ganador el año anterior (el más joven ganador de la historia hasta entonces) y hacía unos meses en Australia. Noah tenía 23 y no volvería a ganar un Grand Slam. Francia llevaba 36 años sin ganador de un Grande. El de Sedán sigue siendo el último que lo consiguió. 75 años y un solo ganador masculino desde que en 1946 Marcel Bernard ganara en París.
Aspirante a mosquetero
Más atrás quedaron los tiempos de Cochet, Brugnon, Borotra y Lacoste. Los felices años veinte de «los cuatro mosqueteros» que dan nombre al trofeo masculino. En casi un siglo, desde 1932, solo tres tenistas franceses han ganado un Grand Slam, una tremenda escasez comparable a la que sufrieron los británicos hasta que Andy Murray ganó el Open de Estados Unidos en 2012, luego de que su compatriota Fred Perry lo consiguiera en 1936.
La búsqueda continuaba y los talentos franceses se sucedían, las oportunidades de un Grand Slam, también
En los albores de Nadal figuraba su némesis francesa juvenil y gran esperanza gala: Richard Gasquet. Grandes rivales en la niñez, Richard acabó viéndose superado por el ansia de volver a encontrar a otro mosquetero que no era él. Tampoco lo fue Noah, a pesar de su triunfo. La búsqueda continuaba y los talentos franceses se sucedían, las oportunidades de un Grand Slam, también. Henri Leconte llegó a la final en su país en 1988. Cedric Pioline alcanzó sin éxito la última ronda en el US Open en 1993 y en Wimbledon en 1997.

Jo-Wilfried Tsonga, en Wimbledon, en 2012
Maleficio francés en el Grand Slam
Su poderío físico y sus cualidades en pista dura y hierba (además de finalista en Australia, lo fue también en el Masters de fin de año, dos veces semifinalista en Wimbledon y otras dos en Roland Garros) eran billetes ganadores. Una más que notable puesta en escena en tierra para su estilo de juego y características. Era el jugador francés con mayores expectativas que no se vieron cumplidas. La enésima decepción en el maleficio del país de Proust en el Grand Slam.
Jo-Wilfried Tsonga se retira a los 37 después de esta gira de tierra. Pondrá punto y final a una carrera de éxito que no colmó las esperanzas de sus compatriotas
Jo-Wilfried Tsonga se retira a los 37 después de esta gira de tierra. Pondrá punto y final a una carrera de éxito que no colmó las esperanzas de sus compatriotas, aunque puede que estas esperanzas no fueran tantas, acostumbrados a décadas de desengaño. Tsonga tenía muchas cosas, pero le faltaban otras tantas. Su salud nunca fue de hierro, a pesar de su fuerte apariencia. Recurrentes dolores de espalda y problemas abdominales se dieron en sus inicios.

Jo-Wilfried Tsonga, en Miami, en 2012
Sus rodillas también le afectaron, además de la drepanocitosis subyacente, una enfermedad genética que afecta a los glóbulos rojos y que provoca un gran cansancio que se manifiesta tras largos viajes en avión: «Cuando salgo del avión, ya no soy el mismo y necesito tres, cuatro, cinco días para recuperar mis capacidades físicas, me siento un poco cansado, como si tuviera algún tipo de gripe», dijo.
Canto de cisne
A pesar de todo, en forma y sin mácula, Tsonga era una fuerza imparable como demostró en aquel Open de Australia de 2008, donde solo le pudo parar Djokovic. Ganó a los mejores sin continuidad y el Masters 1000 de París y el Masters 1000 de Toronto, pero solo tuvo una vez la oportunidad del Grand Slam. Nunca volvió a disputar una final como la de sus comienzos. Un canto de cisne prematuro que pudo repetirse, pero no lo hizo. La sequía con la que tampoco pudo acabar el penúltimo de los franceses elegidos.