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Post-itJorge Sanz Casillas

Y entre tanto adanista, la imagen de Dios

Recordar a las víctimas de la DANA en una catedral supone una mejora con respecto a pebeteros inanes como los de la pandemia. Es, sobre todo, el reconocimiento a la confesión mayoritaria de los españoles, también la de aquellos que murieron bajo el agua

Actualizada 04:30

Hace justo un mes, Pedro Sánchez adelantó un Consejo de Ministros del martes al lunes para poder viajar con calma hasta la cumbre del clima de Azerbaiyán. No lo hizo por la DANA de Valencia, pero sí para darle un nuevo calentón al Falcon de camino a Bakú, donde aseguró que «el cambio climático mata», como si los 229 muertos que dejaron las riadas fueran culpa de los coches sin etiqueta que había en los garajes.

Existe cierto consenso en que uno de los males principales de nuestra clase política es el adanismo, ese convencimiento orgulloso de que todo comenzó con ellos. En las últimas semanas hemos visto a representantes públicos anunciar como novedosa la creación de una empresa nacional de vivienda e incluso asegurar que la democracia empezó con Felipe González (tercer presidente desde el fin de la dictadura). Ese adanismo sería el primer defecto, el segundo quizá sería alejarse de la ley de Dios. Renunciar a la fe para abrazar la creencia de que el hombre lo puede todo es un acto de vanidad que conduce a los errores más gruesos. Muchos de nuestros gobernantes no tendrían hoy problemas con el Código Penal si hubieran estudiado antes los Diez Mandamientos, que son mucho más breves.

Recordar a las víctimas de la DANA en una catedral supone una mejora con respecto a pebeteros inanes como los que se utilizaron por la pandemia. Es un salto de calidad, pero sobre todo el reconocimiento a la confesión mayoritaria de los españoles, empezando por la de muchos de los que murieron ahogados. De hecho, de acuerdo con el CIS del pasado mes de abril, el 54,9 % de los españoles se declaran católicos, muchos más de los que se definen «sanchistas» o auspiciados por banderas multicolor.

El peso de la historia, el arte y la fe de una catedral como la de Valencia supera por mucho a cualquier ceremonia civil. Hay en los templos una superioridad espiritual, histórica pero también estética. El arte y la fe son dos expresiones del ser humano mucho anteriores a nosotros, pero también posteriores, pues nos iremos de aquí y seguirán rezando y pintando a Dios. Por eso, permitir su entrada en la vida pública no es solo un gesto amable con esa mitad de españoles que cree en Él, sino un gesto de caridad para con todos. Al final, ante el momento último, solo hay dos formas de afrontarlo: desde el convencimiento de una vida eterna o como un gran apagón y el vacío. La nada.

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