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A vuelta de páginaFrancisco Rosell

Air Europa: Sánchez tiene un amigo que...

Bien que el elefante del exlugarteniente de Sánchez habita el despacho presidencial tras revelar los mensajes de WhatsApp entre ambos, refrendando la veracidad que los jueces confieren al comisionista/comisionado Aldama

Actualizada 07:14

Cuando el manual de resistencia se cifra en vivir de la mentira y en consagrar la farsa como género político, a veces, un «lapsus linguae» o un desahogo pueden ser esclarecedores. Así, cuando una ministra-portavoz confunde el nombre del colega que le acompaña en la rueda de prensa del Consejo de ministros y llama Ábalos a Bolaños puede entrañar dos cosas compatibles entre sí. Bien que el elefante del exlugarteniente de Sánchez habita el despacho presidencial tras revelar los mensajes de WhatsApp entre ambos, refrendando la veracidad que los jueces confieren al comisionista/comisionado Aldama. O bien que Bolaños ha asumido el rol de Ábalos como «señor Lobo», al modo del personaje de «Pulp Fiction», para borrar las huellas de las fechorías sanchistas. En todo caso, nada que ver con un WhatsApp de primos, salvo que se tenga a los ciudadanos por tales, como soltó la vocera socialista Esther Peña para negar que fuera nada lo del ojo cuando lo llevaba en la mano.

Mucho más cuando la tolvanera de WhatsApp da carta de naturaleza al desahogo de la jefa de compras de Puertos del Estado, Aránzazu de Miguel, cuando, a propósito de la compra de mascarillas defectuosas a precio exorbitante en el COVID, se desfogó con aquello de que, tras esa experiencia, ya estaba lista para «gestionar el cártel de Cali», si bien esperaba «no acabar en el Manzanares con una losa de hormigón en los pies». Como la corrupción no desaparece, sino que se asoma y esconde como el cuco del reloj, su desempacho rememoró aquella otra grabación en la que Laura Gómiz, presidenta de la entidad pública andaluza de capital riesgo Invercaria, conminaba a un directivo a montar «a posteriori» los expedientes de subsidios otorgados de antemano a paniaguados socialistas. «Si me comprometiera con la ética -le instó-, no estaría trabajando en esta organización» .

Pero, junto a lapsus y desahogos, figuran las máscaras. Como la de Sánchez para dar su ominoso rescate a «Air Europa» a instancias de su «consuerte» Begoña Gómez, cuyos enjuagues privados patrocinaba esta firma. Se efectuó en un tiempo récord, pese a repartirse sus propietarios más de 35 millones en las vísperas, tras registrarse una triple reunión -de Ábalos con Sánchez y su vicepresidenta Calviño; de Ábalos con Aldama e Hidalgo; y de Hidalgo con la mujer de Sánchez- un mes antes de formalizar la solicitud. Todo fue precedido de viajes a Rusia de su CEO, Javier Hidalgo, con Begoña Gómez, así como de visitas discretas de la tetraimputada a una corporación que se cobró una deuda del régimen de Maduro gracias a dejar Sánchez en la estacada al opositor Guaidó. Luego, Aldama mediante, Venezuela financiaría su asalto a la Internacional Socialista.

Por eso, a los cinco días de recibir su mujer la llamada de socorro de su mecenas, dispuesto a cortarse las venas, Sánchez apremió a Ábalos bajo la fórmula heterónima: «Tengo un amigo que…» reenviándole los requisitos que le transmitió su anónimo comunicante y que -oh sorpresa- eran coincidentes con las de Air Europa para mantener su control con el sostén del Estado. Como en política, no hay casualidades, sino «causalidades», el hijo del torero «Carbonerito» debió reírse para sí cuando el «amigo» Sánchez le indicó que quería implicarse en lo concerniente a la aerolínea que hacía volar los negocios de «Lady Europa».

Nada igual desde que Chaves, cuya corrupción guarnecía en las tertulias televisivas como novicio socialista y al que indultó su camarlengo Conde Pumpido, estipuló 10,1 millones a la mina que apoderaba su hija Paula. Ello convierte en un pobre diablo a Juan Guerra, a cuyo «enmano Arfonso» le costó ser despeñado desde la cumbre. Pese a penalizarlo entonces González, el tráfico de influencias engrasa hoy como nunca la maquinaria del poder.

Al desatar esta tormenta de WhatsApp con abundante aparato eléctrico, Ábalos se niega a ser cabeza de turco de un Sánchez del que no se considera de peor condición, pues nadie conoce mejor a su señor que su ayuda de cámara. Al levantar el secreto de sus mensajes con Sánchez, al igual que «El diablo cojuelo» destechó las casas para que el granuja de Cleofás fisgoneara desde el aire las miserias del vecindario, los agradadores presidenciales tratan de cubrir la desnudez del déspota. Estiran la manta que utilizó el sofista Zapatero para refutar el «Begoñagate». Al publicarse las cartas de recomendación de las que se sirvió el empresario y amigo Barrabés para acopiar adjudicaciones públicas, Zapatero vertió la estupefaciente tesis de que, «si la mujer del presidente quisiera hacer tráfico de influencias, ¿firmaría un papel público?». Con tal necedad, Nixon se habría ido de rositas del «caso Watergate» alegando en el Tribunal Supremo que él fue quien ordenó el operativo secreto que grabó las cintas que probaron que anduvo tras el espionaje del cuartel demócrata.

Pero es que, además, este rescate de parte y de partido de Air Europa, pone al retortero a María Jesús Montero y Nadia Calviño. En especial a ésta última al tener que rendir cuentas al Banco Europeo de Inversiones (BEI) que preside y cuyas exigencias éticas están a años luz del apagón español. De allí, tras ser encausada por los ERE, marchó Magdalena Álvarez, la simpar «Lady Aviaco» al disfrutar de 444 vuelos familiares «gratis total», sin que le valiera blandir «antes partía que doblá».

Al modo de las Vidas paralelas de Plutarco, las andanzas de la «Lady Aviaco» Álvarez cobran semejanza con las de Calviño, al transigir con Air Europa por imposición de Sánchez, sin que le vaya a la zaga la hoy vicepresidenta Montero, gran benefactora primero de Plus Ultra -ligada al chavismo y a la que se inyectó 53 millones- y luego de Air Europa junto con su antaño «tronco» y hoy perfecto ignorado Ábalos. Ante tanta mentira y farsa del «amigo» Sánchez, la hipocresía se adueña de esta España como de la URSS de Solzhenitsyn. «Sabemos -consignó el Nobel- que nos mienten. Ellos saben que mienten. Ellos saben que sabemos que nos mienten. Sabemos que ellos saben que sabemos que nos mienten. Y, sin embargo, siguen mintiendo».

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