Le llaman congreso del PP, pero será una convención electoral
Llegado a Génova desde el coche oficial de omnímodo presidente gallego, Feijóo está avisado de que, en estos tiempos inéditos desde la restauración de la democracia, no cabe el confort de mesa camilla, sino enfundarse el traje de faena

El presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, interviene durante la romería organizada por el PP de La Coruña
En esta descacharrada España sanchista, en la que la corrupción se configura como gobierno y la rendición al separatismo como norte, cobra realidad la respuesta que el periodista mexicano, Manuel Buendía, asesinado en 1984 tras denunciar la narcopolítica, brindó a un colega estadounidense que le planteó que le resumiera en una frase como se ejercía el mando al sur del Río Grande. Buendía fue lapidario: «Cuando 2+2 nunca suman cuatro». Previamente, ya había colegido que, «si Kafka viviera en México, sería un escritor costumbrista.» Al cabo de los años, aquel preclaro diagnóstico casa con una España que, a lo kafkiano, agrega lo esperpéntico. Ello se agudiza a medida que la debilidad de Sánchez fortalece a quienes parasitan España y la degrada a «Stato licenciozo» con la democracia degenerando en tiranía. Con la mediocridad como mérito y la codicia como manto, se pervierten leyes en nombre, claro, del pueblo.
Con tal telón de fondo y la perspectiva de que las venideras citas con las urnas no se atengan a las reglas de siempre por quien se blinda ante una eventual imputación, tras ser encausada su familia directa y «la banda del Peugeot» que le condujo a la Moncloa con las alzas separatistas, el jefe de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, afronta el primer fin de semana de julio un congreso del PP en el que, sin tutelas y sin tutías, que le dijo el fundador Fraga al refundador Aznar en 1990, debe sentar las bases para liderar la derogación del sanchismo como malformación democrática. Por plegar esa bandera en la campaña de julio de 2023 y abrir la sombrilla del «Verano azul», Feijóo no gobierna, pese a ganar, al reavivar el fantasma de Rajoy y ser percibido por un escamado votante como «Feijoy» sin que ello le acarreara una fortuna que hizo más por su paisano que el expresidente por sí mismo.
El presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo junto a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso
Sin duda, un error de libro ante quien, con la prerrogativa de competir desde el poder, hizo oposición a la oposición con el cuchillo en la boca para no ir de la poltrona monclovita al banquillo. Feijóo operó como si fuera a heredar al PSOE. Tal que Rajoy con Zapatero a raíz de la dimisión forzada de éste a causa de la crisis financiera de 2008 y su empecinamiento en no ver un iceberg cuya mayor parte afloraba. Cual fiduciario de Zapatero, un agradecido Rajoy mantuvo incólume su legado y luego Sánchez pudo reemprender su ruta, pese a dos legislaturas del PP, una con mayoría absoluta, de cuya costilla surgieron Cs y Vox.
Suicidado Cs, Feijóo tendrá que establecer una entente con Vox, más allá de que cada uno busque sus réditos. En un mapa tan fragmentado, ni el PP obtendrá mayoría absoluta ni Vox le dará el «sorpasso» que Ribera persiguió con Cs para expirar con Arrimadas tras el canto del cisne de sus fallidas mociones de censura con el PSOE. Para finiquitar la anomalía de Sánchez, primer presidente que gobierna sin ganar y que arribó a la Moncloa con el peor bagaje de su formación, no cabe otra. Aunque rehúyan alianzas permanentes, Feijóo y Abascal deben «confiar prudentemente en alianzas temporales para emergencias extraordinarias», como expresó George Washington en su «Discurso de despedida» de 1796. A tenor de lo vivido en Portugal, no tiene por qué serles negativo. Tras la reválida de Montenegro como primer ministro, Chega (la Vox lusa) está a 52.000 sufragios del PSF, quien más ha gobernado el país vecino.
Con una directiva híbrida para contentar a todos y cerrar las heridas abiertas por Casado, a quien sus celos contra la que presentaba como «la niña de mis ojos», devoraron al PP y al aprendiz de Saturno, Feijóo no atendió a una máxima napoleónica «Si empiezas a conquistar Viena, conquista Viena». Bonaparte lo tuvo en cuenta en Austerlitz, pero lo desdeñó en Waterloo capitulando ante Wellington. Si soñó heredar a Sánchez, Feijóo erró en ello como en que hubiera otro PSOE no sanchista, evocando su condición de votante de González en 1982 y cuyo favor le devolvería hoy con agrado el refundador del socialismo dado, pero que no lo hará, por lo que debe perder toda esperanza.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez en la presentación del informe de la Fundación COTEC
Llegado a Génova desde el coche oficial de omnímodo presidente gallego, Feijóo está avisado de que, en estos tiempos inéditos desde la restauración de la democracia, no cabe el confort de mesa camilla, sino enfundarse el traje de faena. El mundo de ayer no regresará con un PSOE que tiene de socialdemócrata lo que Maduro de liberal y con un agraz nacionalismo que ha atravesado el Rubicón independentista, a la par que saquea a España hasta que deje de serle un negocio del que vivir ociosamente.
A nadie escapa que un auténtico congreso acontece tras el desenlace de las urnas, pero nunca en la rampa de lanzamiento electoral, por lo que el cónclave juliano tiene los visos de convención que refrende en loor de militancia a su jefe de filas como el aclamatorio 41º Congreso del PSOE. De hecho, divinizó a Sánchez y a su «consuerte», como en la época de Calígula y su hermana, y el debate ideológico se escamoteó con el paripé de unas mesas redondas para arropar la deificación del «Puto amo». Dado que el tiempo es más importante en política que en gramática, según Churchill, en prolegómenos electorales, nadie se mete en un berenjenal para que el fuego amigo haga el trabajo rival. Por eso, denominándole congreso, supone una convención para procesionar al Apóstol Feijóo. Podía, sin duda, haberse optado por la fórmula de una conferencia política, pero ello hubiera emergido el conflicto latente entre las familias ideológicas que capitanean Díaz Ayuso y Moreno Bonilla con Feijóo como «primus inter pares» templando gaitas.
Es más, de ser un congreso, el borrador de ponencia ideológica hubiera sido labor de intelectuales del partido, aunque se bromee con que ambas cosas son incompatibles, al modo como Unamuno se burlaba de la cabecera «El Pensamiento Navarro», y no de personas de acción como Moreno Bonilla y Fernández Mañueco pendientes de sus envites en Andalucía y Castilla y León. Ahora bien, Feijóo se equivocaría de pitón a rabo, si no se ata los machos, haciendo oficio de su debut como aficionado en La Maestranza y de confirmarlo luego en Las Ventas compartiendo burladero con «El Niño de la Capea», y disipa la oportunidad. De un lado, para dotarse de un sólido equipo como semilla de un «gobierno a la sombra» y fijar su huella dactilar en una ponencia marco que, aunque la signen los estipulados, plasme una ambiciosa reforma de país.
Ello transita por abolir el sanchismo, descolonizar las instituciones y reafirmar una nación fuerte que no reduzca a sus ciudadanos a la impotencia, mientras consiente que el despotismo y la barbarie campen a sus anchas. Unos compromisos que deben respaldarse con los hechos hablando suave y portando un bastón grande, según el proverbio de Theodore Roosevelt. Para cocinar una tortilla española con esos ingredientes, más allá de añadirle cebolla o no, cuestión esta última elevada a asunto de seguridad nacional por Sánchez en el Gran Apagón, según un micrófono indiscreto, Feijóo habrá de romper huevos si quiere satisfacer extramuros de Génova y sus paredes no vuelvan a ser, tras la amarga victoria de julio de 2023, muro de lamentaciones.