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La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz

La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz

El Perfil

Yolanda, cómplice por autocompasión

Tras los batacazos electorales, especialmente en su tierra Galicia, dijo que abandonaba, que lo de afrontar fracasos no era lo suyo

De blanco roto. Como su futuro político. Con los ojos inyectados en sangre y María Jesús Montero a su lado tirándole de la levita, Yolanda Díaz Gómez (Fene, La Coruña, 1971) gritaba esta semana desde su escaño de segunda vicepresidenta a Alberto Núñez Feijóo que había hackeado las elecciones en Galicia. Aquella gallega que no consiguió ni un escaño en su tierra, a la que ganó Vox ampliamente en las últimas autonómicas, acusa al PP de las cuatro mayorías absolutas de Feijóo y la quinta del actual presidente, Alfonso Rueda, de amañar las elecciones.

A falta de explicación moral sobre por qué continúa sosteniendo a un partido cuyos dos últimos secretarios de Organización están siendo investigados por corrupción y cuyo presidente está tocado por causas judiciales que afectan a su familia se dedica a esparcir porquería cuando tiene encharcado el suelo que pisa.

A lo más que ha llegado es a pronunciar esta cumbre de la ciencia política: «Los que vais al curre a currar no robáis, nadie roba en su puesto de trabajo. Claro que se pude acabar con la corrupción. Es una obligación acabar con ella. Hay países próximos a nosotros que han acabado con ella. La izquierda en nuestro país no roba, nos lo han enseñado en casa».

Esto lo sostiene mientras escucha de fondo una verdad dolorosa que le espeta la oposición en el hemiciclo: ¡cómplice! ¡cómplice! ¡cómplice! Pero prefiere mirar para otro lado no vaya a perder moqueta y coche oficial antes de que los españoles se los quite en cuanto su jefe convoque elecciones.

Las encuestas le dejan por debajo de su archienemigo Iglesias e incluso su diezmado grupo parlamentario acaba de perder una diputada de Mes-Compromís, Águeda Micó, que, ella sí, se va al grupo mixto en protesta por los sumarios que asuelan al Gobierno.

Y es que, si cae Pedro, cae Yolanda. Cayó Pablo y ella se fue de «proceso de escucha» mientras Iglesias era el muerto más vivo de la izquierda. Dijo Díaz que iba a liderar un espacio político.

La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz

La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz

Dijo que iba a fundar un partido. Escuchó mal, lideró poco y mal y fundó la nada. Tras los batacazos electorales, especialmente en su tierra Galicia, dijo que abandonaba, que lo de afrontar fracasos no era lo suyo. Que ella está hecha para subirse a unos tacones, decir nimiedades, besuquear a Unai y Pepe, y aplaudir a rabiar a Pedro.

Como antes lo hizo con Cerdán. Y antes con Ábalos. Ya no sabemos si lidera o no. Lo que sí sabemos es que es vicepresidenta segunda del Gobierno, desde donde dice tantas simplezas que es imposible sujetar la mandíbula cuando al escucharla.

Sabemos que conserva el carné de comunista, herencia de su padre el sindicalista Suso Díaz, pero ya no atiende a esas siglas, ni a las de Sumar, ni a las de Podemos. Ella es solo lo que diga Pedro Sánchez. Es su patrón. Solo a él se debe. Por él acudió en septiembre de 2023 a Bélgica en un humillante viaje a ver al prófugo Puigdemont.

Salió de la peluquería diciendo que iba a hacer historia en busca de Carles, para que apoyara con sus siete votos la investidura de Pedro; luego llegaría el inefable Santos Cerdán para firmar la claudicación del Estado ante el prófugo independentista. Con estos dos enviados, nada podía salir mal para España.

Y es que, si cae Pedro, cae Yolanda. Cayó Pablo y ella se fue de «proceso de escucha» mientras Iglesias era el muerto más vivo de la izquierda

Yolanda sabe que mientras mire para otro lado ante el latrocinio, todo va bien. Da pellizcos de monja por la inversión en Defensa, pero ahí se queda todo. Mientras Sánchez hace el ridículo en La Haya, su aliada dice que no somos vasallos de Trump. Alta diplomacia internacional se llama eso.

Ahora solo habla del Rey para criticarle, de la jornada laboral para reducirla a 37,5 horas semanales sin merma de sueldo y sin pactarlo con la CEOE, pero ni media palabra sobre el caso Ábalos. Ella, que llegó a nuestras vidas a rebufo del 15-M donde se gritaba aquello de «no hay pan para tanto chorizo», ha contribuido con su pasividad culposa a que haya toda una fábrica de embutidos en el Consejo de Ministros y en Ferraz.

Ya no se acuerda de esa Díaz de entonces que gritaba «no nos representan». Ahora calladita intenta estar más guapa. Porque la ministra no ha dicho nada de ese compañero de gabinete tan simpático, que era feminista a tiempo parcial, el «querido José Luis». Cuando estos días se le pregunta por Ábalos contesta que no va a participar en cacerías. Ella, que ha cazado a cualquiera que no llevara carné de progre en la boca.

La vicepresidenta Yolanda Díaz y el ministro Félix Bolaños, este jueves en sus escaños

La vicepresidenta Yolanda Díaz y el ministro Félix Bolaños, este jueves en sus escañosEFE

Iglesias, con su índice de macho-alfa, la ungió como su heredera, pero viendo que le salió rana, se sentó en la puerta del chalé de Galapagar y esperó pacientemente para ver pasar -tras una investidura, muchos mensajes cursis sobre el engendro de Sumar, varias fotos en los medios progres y algunas ondas al agua- el cadáver de su enemiga, embalsamado con su decreto laboral que prometió ser la joya de la corona de súperyol y que cayó en el Congreso.

Yolanda sabe bien que el escarmiento que le está propinando Podemos probablemente hubiera sido suscrito por otras muchas víctimas que fue dejando durante su periplo gallego, como Xosé Manuel Beiras o sus excompañeros de Izquierda Unida de Galicia, a quienes usó como un clínex y una vez que sirvieron a su ambición, si te he visto no me acuerdo.

Con 54 años, ha sido esta la primera vez que se ha encontrado con la horma de sus tacones de diez centímetros: Iglesias e Irene. Con esa Santa Compaña que encabeza va marcando su pasado con rencores y asuntos turbios que también tapó.

La novia del Franckenstein sabe que estos años de poder son un regalo inmerecido. De Galicia solo traía credenciales de escaso compañerismo, ambición desmedida y un nulo tirón electoral. Intentó ser alcaldesa de Ferrol, y nada de nada.

La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz.

La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz.EFE

Su única salida fue presentarse bajo el paraguas de otro destacado lumbreras galaico, Xosé Manuel Beiras, a cuya sombra logró colarse en el Parlamento gallego, para finalmente traicionarle cuando vio llegar los movimientos populistas de las mareas y Podemos. Se sumó a esa nueva fiesta para meter la cabeza en la Carrera de San Jerónimo, donde empezó a destacar -cosa nada difícil- entre la cochambre podemita.

Su proceso de pijificación, tan alejado de los usos del feminismo en el que dice militar, unido a su tono pedante y latoso han hecho de ella un bluf mediático que, por momentos, llegó a soñar con convertirla en la primera presidenta del Gobierno en España.

Hasta que se abrieron las urnas el 23 de julio y el castañazo sideral que se dio (31 escaños frente a los 38 de Podemos con Más País en 2019) le hizo tomar conciencia de que su tabla de salvación era que Sánchez se uniera a todas las excrecencias separatistas. Y, mientras tanto, iban cayendo por asuntos vomitivos todos sus mitos: Mónica Oltra, Ada Colau y el ínclito Íñigo Errejón, de cuyas andanzas acosadoras -aseguró- se enteró por la prensa.

Este fin de semana se ha ido a Budapest para participar en la marcha LGTBI. Así juega al facilón relato contra Orban, la ultraderecha, bla, bla, bla, y se gana alguna foto por la que mataría. Luego ya, de Ábalos y Cerdán, si acaso, hablará otro día. Y lo de dimitir, tampoco. Porque la izquierda ni es corrupta ni dimite.

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