Escena de tortura en la película 'El crimen de Cuenca'

Escena de tortura en la película 'El crimen de Cuenca'fmiro

Torturados y condenados a prisión por asesinato, mientras el 'muerto' seguía vivo: el crimen de Cuenca

En 1910, la España rural acogió un suceso de injusticia judicial que terminó por mostrar la verdad de la manera más insólita

La crónica negra vive un momento de gran aceptación, gracias en parte a la gran proliferación de relatos literarios y documentales. Algunos de los crímenes más populares, tanto de España como de más allá de sus fronteras, deben su fama a tales trabajos, que terminaron por convertirlos en fenómeno cultural.

Más allá de la aceptación del público como género de entretenimiento, muchos otros casos coparon la actualidad mediática durante años. ‘El asesino de la baraja’, las niñas de Alcasser, el caso de Marta del Castillo o el ‘crimen de la Guardia Urbana’, son solo algunos de los fatales relatos que han cobrado gran popularidad en el denominado género del ‘True Crime’.

Analizar el éxito de tales fatalidades, protagonizadas por la tragedia ajena, merecería tema aparte, pero negar su popularidad resultaría engañoso. Muchos años antes de la actual tendencia, España recogía en su crónica negra algunos casos que poco a poco quedan relegados al olvido, pero que en su momento supusieron un gran impacto. Hace más de un siglo, la justicia e investigación de casos relaciones con la criminalística, distaban de los actuales procesos y daba lugar a historias como la del ‘Crimen de Cuenca’.

Un crimen que nunca fue y que arroja luz sobre la realidad de aquella España rural, anclada en el miedo y sometida a la palabra de la autoridad, la cual resultaba incuestionable. Una historia de total injusticia y abusos a los condenados, que jamás cometieron el crimen del que les acusaban y que tuvieron que esperar dieciséis años a que todo el mundo supiera la verdad.

La desaparición de ‘El Cepa’

Escena de la película, 'El crimen de Cuenca'

Escena de la película, 'El crimen de Cuenca'

El denominado para la posteridad como ‘Crimen de Cuenca’, aconteció concretamente entre las pequeñas localidades de Tresjuncos y Osa de la Vega. En la última población citada, Francisco Antonio Ruiz, alcalde del municipio, poseía la Finca el Palomar, donde trabajaba un joven pastor de veintiocho años llamado José María Grimaldos. Más conocido como ‘El Cepa’, su corta estatura e ignorancia le concedían rutinarias burlas que se convirtieron en parte de su existencia.

En la mencionada finca, acompañaban al pastor, León Sánchez y Gregorio Valero, mayoral y guarda de los terrenos respectivamente. Ambos con cultivada fama de anarquistas, convirtieron a ‘El Cepa’ en motivo de risa y burla. Con tal tesitura, llegaría la fecha que pondría en marcha el caso: 20 de agosto de 1910.

El joven pastor logró un buen negocio en la venta de unas ovejas y sin previo aviso, desapareció del mundo. Cosa de los pueblos, no tardaron en correr rumores. Natural de Tresjuncos, sus vecinos comenzaron a confeccionar cábalas en torno a su misteriosa desaparición. No cabía duda, a ‘El Cepa’ lo habían matado para apropiarse del cuantioso dinero de la venta de su ganado. ¿Quién podía haber sido? El pueblo dictó sentencia. Las burlas de León y Gregorio, conocedores de la beneficiosa venta y rutinarios burlones del joven pastor, se lo habían quitado del medio.

La familia con la cabeza llena de rumores y conociendo el trato que sus compañeros le daban, no tardaron en señalarlos como autores de lo sucedido y denunciaron la desaparición. Lejos de alertar del paradero desconocido, directamente acusaron a León y a Gregorio de haberlo matado provocando el primero de los interrogatorios. La evidente falta de pruebas, dejó la causa suspendida un año más tarde.

Acusación, tortura y condena

Escena de la película, 'El crimen de Cuenca', donde aparecen los condenados

Escena de la película, 'El crimen de Cuenca', donde aparecen los condenados

La familia no quedaría para nada conforme y en 1913, aprovechando la llegada del nuevo juez de Belmonte, Emilio Isasa, motivaron la reactivación del caso. Los sospechosos repetían, pero esta vez el interrogatorio no fue solo verbal y las torturas protagonizaron el proceso. Comiendo poco más que bacalao sin desalar, sin beber apenas agua, colgados de los genitales, extrayéndoles vello, uñas y dientes con unas tenazas, sumado a las recurrentes palizas, León y Gregorio confesaron el supuesto crimen.

Primero terminaron por acusarse mutuamente y finalmente, el 11 de noviembre se redactó el acta de defunción de José María Grimaldos, fruto del asesinato a manos de sus compañeros. A todo esto, el cadáver seguía sin aparecer, pero la forzada confesión tras las torturas suponía motivo suficiente para señalarlos. Injustamente condenados, sufrieron de tal manera que incluso inventaron que hicieron con el cuerpo, quemado, enterrado y finalmente concluyendo que lo descuartizaron para darlo de comer a los cerdos.

El dolor, el sufrimiento y la desesperación ante un hecho del cual eran completamente inocentes, se saldó con la confesión y el juicio se dispuso en 1918, tras cuatro años de prisión. La condena a muerte sobrevuela el proceso en los todavía años en activo del garrote vil. Finalmente, el jurado popular coincide en señalarlos como culpables y se les condena a dieciocho años de prisión.

Innumerables incongruencias y lagunas en el relato mantuvieron el caso en vilo y en 1924, ambos serían indultados, tras sumar un total de doce años en prisión, comprobando en su libertad que sus familias habían sido completamente apartadas de la sociedad.

Aparece ‘el muerto’

José María Grimaldo, 'El Cepa', estrecha la mano a su supuesto asesino, Gregorio Valero

José María Grimaldo, 'El Cepa', estrecha la mano a su supuesto asesino, Gregorio Valero

Confesar el asesinato les obliga a padecer el camino penal, pero la realidad de lo acontecido aquel día de verano de 1910 seguía siendo un misterio. Algunos rumores incluso empezaban a especular con que ‘El Cepa’ había sido visto, pero no dejaban de ser nuevas habladurías del pueblo. Así llegaría 1926 y un 8 de febrero todas las rumorologías acertarían en su contenido.

Como si de una comedia tratara, aquel día Pedro Rufo, cura de Tresjuncos y por cierto, uno de los personajes que más hizo por movilizar la culpa en dirección a los condenados, recibiría un auténtico golpe de realidad. Una carta llegó a sus manos. El remitente firmaba a nombre de otro párroco con titularidad en Mira, localidad también conquense, pero a 150 kilómetros de distancia.

La carta no contenía información a fin de revelar lo sucedido, pero la petición reflejada sobre el papel dejó helado al cura de Tresjuncos. En ella solicitaba información sobre una partida de bautismo con el fin de celebrar un matrimonio, nada más. La sorpresa llegó a la hora de leer el nombre del vecino que iba a casarse en la otra punta de la provincia y como imaginarán, no era otro que el de José María Grimaldo.

Como si de la canción de Peret tratara, ‘el muerto’ estaba muy vivo, tanto que pretendía contraer matrimonio, mostrando que había rehecho su vida. El cura Pedro Rufo quedó petrificado al comprobar que dos hombres habían pagado en sus propias carnes por un asesinato que nunca se produjo y decidió ocultar la carta. Pero la verdad sobre el caso ya era imparable, el propio José María Grimaldo, nervioso por no obtener respuesta, lo cual le impedía casarse, se presentó en Tresjuncos ante el estupor de todos los vecinos.

Por fin inocentes

Escena de tortura en la película 'El crimen de Cuenca'

Escena de tortura en la película 'El crimen de Cuenca'

No lo creerán, pero uno de los grandes sorprendidos fue el mismo ‘Cepa’, que con el bolsillo lleno por la venta de sus ovejas, decidió marcharse para empezar de cero y en dieciséis años sostenía no haberse enterado de nada. La prensa no tardó en hacerse eco de la noticia causando un gran revuelo en los años de dictadura de Primo de Rivera. Todo lo condenado quedó anulado, por supuesto, también quedó sin efecto el acta de defunción. Los torturados y condenados terminaron su vida en Madrid como guardas en el Parque del Retiro y en 1935 se les concedió una paga vitalicia de tres mil pesetas.

Los culpables del sufrimiento de Gregorio y León tuvieron mal desenlace. Emilio Isasa murió oficialmente de una angina de pecho, aunque siempre se barajó un suicidio, que sí fue causa de muerte del cura, Pedro Rufo, ahogado en una tinaja de vino. El resto de implicados fueron absueltos, tras el pertinente juicio en 1935.

Lo ocurrido, propio de una película de guion ‘oscarizable’, sirvió para su adaptación al cine que se estrenó en 1979 con el nombre ‘El crimen de Cuenca’. En la cinta se señala el horror cometido por la Guardia Civil en las diferentes torturas perpetradas, pero su proyección se prohibiría. La censura, en teoría desaparecida, pospuso el uso de la película hasta 1981, tras la orden de Ricardo de la Cierva, que ordenaba su retirada. Tal decisión convierte a la película en la única censurada en lo que va de democracia.

En cuanto a la literatura, autores reconocidos se inspiraron en el suceso. Luis Esteso y López de Haro le dedicó unas coplas (1927) y el escritor Ramón J. Sender criticó lo sucedido en su novela ‘El lugar de un hombre’ (1939). ‘El Cepa’, sin darse cuenta, propició uno de los sucesos más horrorosos de la crónica negra española, una injusticia sin precedentes en la historia moderna de España.

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