
Niños jugando a las canicas
El portalón de San Lorenzo
Cualquiera no es capitán
«Aquellas competiciones espontáneas generaban un sentido de respeto y admiración hacia los que destacaban, especialmente si las pruebas eran de las más difíciles u osadas»
Cuando éramos chiquillos en las calles de nuestros barrios, aparte de los partidos de fútbol con cualquier pelota, nos esforzábamos por ser los mejores en aquellos juegos que requerían cierta destreza, como el de mosca, el de a la una mi mula, el salto de longitud entre dos correas extendidas en el suelo, hacer el pino en la pared, las bolas (canicas), el trompo, gatear subiendo cualquier árbol o parilla elevados, o simplemente tener más tino lanzando una piedra contra cualquier objeto, fuese fijo o móvil. Incluso, los mayores se atrevían hasta con el reto de ver quién era el más rápido en cruzar el Guadalquivir por las peligrosas corrientes del Arenal, o cruzar de lado a lado el Puente de Hierro, colgando en el aire y agarrados a las traviesas.
No cabe duda de que aquellas competiciones espontáneas entre la chavalería generaban un sentido de respeto y admiración hacia los que destacaban sobre el resto, especialmente si las pruebas eran de las más difíciles u osadas. Sus hazañas les conferían automáticamente el título de capitán de aquel grupo de amigos del entorno o del barrio, sin necesidad de ninguna votación o procedimiento. Todos los chavales, de forma tácita, reconocíamos así a nuestros capitanes. Sin hacer trampas o cosas por estilo.
El capitán en el colegio
Tras nuestro paso por los juegos de la calle, los colegios de la Universidad Laboral fueron otro escenario de disputadas competiciones. Allí, aparte de la tradicional lucha por ser los mejores en las asignaturas de hincar los codos, también pudimos ser testigos del triunfo de aquellos compañeros que destacaban en las pruebas deportivas de la asignatura de Educación Física: los que más destacaban en los saltos de longitud o de altura, los que lanzaban más lejos el peso o disco, los más veloces en las carreras de 100 y 400 metros lisos o los que más aguantaban en las agotadoras pruebas de fondo. Fuera de las pistas, comprobábamos en el gimnasio quién subía con facilidad la dichosa y temible soga, quién saltaba con agilidad el aterrador potro o el plinto, o quién realizaba con facilidad los ejercicios de espalderas. Sin dejarnos atrás a aquellos que destacaban en el fútbol, balonmano o baloncesto. Y casi siempre eras tú con tu propia observación, sin que nadie te lo tuviera que decir, quien identificabas y reconocías a los mejores.
Durante el período que estuve en la Universidad Laboral (1956-1962), de haber habido entonces una votación expresa entre los alumnos, muy probablemente habría salido elegido como el atleta más completo, como nuestro capitán, un compañero llamado (ahí es nada) Gonzalo Fernández de Córdoba. Un as en todas las pruebas del gimnasio, en el lanzamiento de peso y jugando al balonmano. Los que lo conocieron después en el mundo laboral pudieron atestiguar que, además, era un trabajador y una persona inmejorable, donde la disciplina, el sentido del honor y el respeto fueron constantes a lo largo de su vida. Esos eran nuestros capitanes.
La figura del capitán en la historia
Por proximidad y paisanaje no tenemos más remedio que citar ahora a otro Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán (1453-1515). Al contrario que lo habitual en los mandos de su época, apartados en todo momento de los soldados y marcando su estatus, el Gran Capitán confraternizaba con los hombres a su mando y compartía sus privaciones como uno más. En el campo de batalla se condujo siempre como un hombre de honor, como demostraría en la batalla de Ceriñola contra los franceses (1503). En esta primera gran victoria de nuestro paisano, clave en la historia militar al derrotar las incipientes armas de fuego de la infantería española a las cargas de la hasta entonces todopoderosa caballería francesa, el Gran Capitán, mientras celebraba el triunfo con sus subordinados, distinguió a un paje apodado Vargas que se había puesto las ropas del Duque de Nemours, el comandante de las tropas francesas muerto en el campo de batalla. El Gran Capitán recriminó al paje y ordenó que se buscase el cadáver del Duque para colocarle sus ropas y darle los honores militares que se merecía por haber caído valientemente al frente de sus tropas. Tras los honores, envió el cadáver dentro de un digno ataúd al campo del enemigo para que le diesen cristiana sepultura. Se dice que también ofreció medio real a cada habitante de aquella zona del sur de Italia por enterrar a un soldado francés, tantas habían sido sus bajas, y que puso a disposición de los supervivientes dos barcos para que pudieran volver a su país.
Por ello Luis XII, entonces rey de Francia, diría:
«No tengo por afrenta ser vencido por el Gran Capitán de España porque nunca se ha visto ni oído a capitán a quien la victoria haga más humilde y piadoso».
Nuestro rey, Fernando el Católico, en cambio, le recriminaría el cederles las naves, a lo que contestó nuestro Gran Capitán: «Si nuestras fueran, se las diéramos; a Dios le gusta más usar la misericordia que la justicia. Imitémosle en ello ya que nos ha dado la victoria».
Y es que aquí puede verse una carga que, por desgracia, suelen llevar aparejada muchos de nuestros grandes «capitanes»: la envidia de quienes no quieren reconocer su valía.
Luego vendría Miguel de Cervantes, soldado y escritor, que reflejaría ese mundo de las virtudes castrenses y humanas en su don Quijote de la Mancha, que (seguramente a su pesar) no era capitán porque, a pesar de sus delirios de caballería, nunca perteneció a la milicia. Hombres valientes, líderes naturales llenos de experiencia que, por debajo de generales y altos cargos reservados a los nobles, comandaban a sus hombres y penaban con ellos en las batallas. Las innumerables guerras en Flandes y la audaz conquista de América dieron ejemplo sobrado de estos capitanes españoles que, seguramente, tenían como su mayor orgullo el ser reconocidos por sus soldados.
La figura del capitán en la política actual
Pasan los siglos… y llegamos a los momentos actuales. Y ya los líderes políticos son elegidos entre los que más voces pegan, entre los que mejor saben conspirar y a lo mejor más veces se han fotografiado debajo de cualquier pancarta, muchas veces sin saber qué es lo que piden o defienden. Hace pocos días, Pedro Sánchez se ha proclamado a sí mismo como el «capitán del PSOE», el que ha de llevar a su partido a «buen puerto». Pero es un capitán algo extraño, con unas características bien diferentes a las que estábamos acostumbrados.
NARCISISTA.- Se pavonea delante de los ciudadanos y exagera sus capacidades. Cuenta determinados episodios de su época deportiva en el Magariños como si fuese una estrella del baloncesto tipo Michael Jordán cuando, como mucho, debería ser el encargado de botar los balones para comprobar si estaban flojos para la competición.
Ciertamente, hay relatos de capitanes de aquellas guerras de Flandes un poquito fanfarrones, y que poco más o menos que atribuían a su actuación la victoria en la batalla. Pero al nivel de este personaje egocéntrico es insuperable.
MENTIROSO.-Su sello más característico. Pedro, como muchos políticos, sabe perfectamente que miente, una y otra vez, pero que la mentira de ayer se olvida con la de hoy, que se olvidará con la de mañana. Poco se puede esperar de quien dijo solemnemente en el Congreso de los Diputados que no haría pactos con determinados grupos, y luego se alió con ellos y hasta con el mismo diablo, partidos que apoyan a los terroristas incluidos. Aunque según sus propias palabras no es que mienta, sino que «cambia de opinión». Un capitán así no duraría mucho en el cargo.
MAL ACTOR.-Con un tono de voz entre susurros impostados, cada vez que sale ante las cámaras es como si de un espectáculo circense se tratara, tratando de engatusar al público con sus juegos malabares. La actuación en sus últimas comparecencias es tan grotesca, tan forzada (maquillaje de Drácula incluido), que ya lleva a la risa, siendo más un payaso que otra cosa, y un capitán del que se ríen hasta los suyos no es que tenga mucho futuro.
MENTALMENTE INESTABLE.-Esto ya es lo peor. No sé si hablamos de un caso de disociación, despersonalización, esquizofrenia, paranoia u otra cosa. Pero el rictus de este hombre, lo que transmite cuando se enfada por alguna alusión hacia su persona, no transmite nada bueno. Que un loco comande a la tropa es muy peligroso. Pues como dice Paco Vázquez Vázquez el eterno alcalde de la Coruña (1983-2006), formando parte de las filas del PSOE, que eres un políticos que por ser presidente del Gobierno te has aliado con todos los que dieron su voto negativo a la Constitución Española, y eso dice muy poco de tu honorabilidad.
Todos los que hicimos la mili sabemos bien que los capitanes tienen tres estrellas, y en este caso Pedro Sánchez apoyó parte de su capitanía en tres personajes «estrella» (Cerdán, Ábalos, Koldo) que le acompañaron en el ya famoso coche Peugeot para la campaña de recuperar la secretaría del partido de la que había sido expulsado, y en la cual, como hombres intrépidos en misión de «comando», deslizaron hasta votos falsos en las urnas para garantizar su victoria.
Pero esto, con ser grave y reflejar la catadura moral de los susodichos, es lo de menos. Con los recientes casos de corrupción detectados por la UCO, con una trama de saqueo generalizado, ha tenido que ser un Rufián cualquiera el que dijese las cuatro verdades del barquero, de que es todo un escándalo, porque la proclamada oposición parece que está en otra cosa a verlas venir.
Y es que en esto de los dineros de dudosa procedencia la capitanía de Sánchez es muy diferente a la de Gonzalo Fernández de Córdoba, el cual, en su día, a requerimiento de las insidias de Fernando el Católico, presentó las famosas ‘Cuentas del Gran Capitán’, mientras que Pedro no puede ni presentar cuentas atinadas y razonables de las grandes cantidades de millones de euros que se han recibido de la Unión Europea, y de los que se sospecha que una parte importante ha ido a saldar sus facturas personales con los independistas vascos y catalanes, a propaganda institucional para pagar favores y silencios periodísticos, a subvencionar fundaciones o ONG tapaderas, a lo mejor formadas por la suegra, un tío y un primo del pueblo, o a inflar a lo bestia contratos públicos a través de procedimientos excepcionales, para poder repartirse el botín entre allegados por las mordidas y comisiones que generosamente pagaban las empresas licitantes, como está dando a conocer la prensa, que nos está señalada como estos que aparecen en la foto y señalados por todo el mundo como periodistas o comentaristas mercenarios al servicio del poder por corrupto que sea.

Silvia Intxaurrondo, Jesús Cintora, Javier Ruiz y Xabier Fortes
De todo lo que se refiere a presupuestos y adjudicaciones la que debería estar al corriente es María José Montero como ministra de Hacienda. Y si saltamos del mangoneo patrio a algo más amplio, igual debería esta señora saber sobre la trama picaresca de hidrocarburos montada entre Venezuela, República Dominicana y España (Aldama, Koldo, Zapatero y Maduro mediante), sobre todo cuando nos dicen que Hacienda va a registrar hasta lo que pagamos por Bizum, lo que sacamos del cajero o las cuentas compartidas con los hijos.

'Meme' de la ministra María Jesús Montero con las manos quemadas
Pues bien, aunque parezca increíble, la ministra, que ponía hace pocos días su mano en el fuego por la honorabilidad de Cerdán, parece ser que no se enteraba de nada. Ella (y sus altos jefes políticos de Hacienda), por desconocer desconocía hasta que este navarro sencillo (que vive en un ático céntrico de 150 metros cuadrados, del que se desconoce quién le paga el alquiler) tuviese el 45% en propiedad de una empresa favorecida por las concesiones del gobierno regional. ¿Se imaginan un capitán que aceptara tener como segundo al mando a alguien tan despistado? Pues a Sánchez parece no importarle.
En lo que sí parece ser un buen capitán Pedro Sánchez es en la lealtad de los últimos que defienden su cuartel hasta el último aliento. Un cuartel donde hacen falta salas de banderas para meter a tanto seguidor del gran líder. Por allí pululan Armengol, la llorosa Chivite, el canario Víctor Torres, y hasta viejas glorias como el citado Zapatero o Pepiño Blanco, ese gran consultor que merodea por Bruselas. En el exterior de este búnker íntimo, aún resisten los reductos leales del Tribunal Constitucional (pongan las comillas donde quieran), de Red Eléctrica y sus apagones, los soldados de Telefónica (con el hijo de Conde Pumpido a la cabeza, una eminencia de 30 años), Correos y sus fontaneros, ADIF, RTVE, la Sexta, Tragsa, siempre benefactora de las jóvenes, el CIS del amigo Tezanos con sus «encuestas», donde el PSOE del capitán Pedro Sánchez siempre está subiendo en intención de voto...
La muerte es preferible a la deshonra
Ese lema de honor constituyó el comportamiento del capitán Enrique de las Morenas, de los últimos de Filipinas, que obtuvo la Cruz Laureada de San Fernando. Hijo del abogado Enrique de las Morenas Costadoat, y de Cecilia Fossi Mingueo. Al morir su padre que era natural de Baena (Córdoba), se trasladó a Cabra, donde residió hasta que, con diecinueve años, obtuvo plaza de cadete en la Academia Militar de Castilla la Nueva, ubicada en el palacete de La Moncloa.
El 2 de abril de 1875 ascendió a alférez y fue destinado al Regimiento de Infantería Lealtad n.º 30, encuadrado en una de las brigadas del Ejército mandado por Martínez Campos, con el que participó en la campaña contra las partidas carlistas de Cataluña que culminó el 26 de agosto con la ocupación de La Seo de Urgel, acción que le valió el grado de teniente.
Diez años después, el 14 de enero de 1896, ascendió a capitán de la Escala de Reserva y en septiembre pidió destino al Batallón Expedicionario de Cazadores n.º 9, uno de los quince enviados por Cánovas a Filipinas para hacer frente a la insurrección tagala, iniciada un mes antes. Superado un nuevo ataque de ciática y tras un mes de travesía, desembarcó en Manila el 2 de febrero de 1897 e inmediatamente marchó a incorporarse a su unidad, desplegada en la provincia de Nueva Écija, en la zona centro-oriental de Luzón.
En enero de 1898 al capitán De las Morenas es nombrado responsable de las tropas que tuvieron que aguantar hasta última hora recluyéndose en la Iglesia de la localidad de Baler. Al no poder llegar avituallamientos para la sitiada tropa, las enfermedades hicieron la aparición entre aquellos héroes. Con todas estas dificultades el 1 de julio De las Morenas fue conminado por primera vez a rendirse, y lógicamente rechazó esa posibilidad, y el cerco y las dificultades de ellos aumentaron hasta la desesperación. La falta de alimentos frescos y el aislamiento hizo aparecer la enfermedad del beriberi (una enfermedad causada por la deficiencia de vitamina B1, y que afectaba principalmente al sistema nervioso y cardiovascular), cuya primera víctima seria el párroco de la iglesia. Varias propuestas de que se rindieran les hicieron llegar al capitán De las Morenas, pero la actitud de este hombre fue siempre la negativa. Este gran español que murió afectado por la misma enfermedad aguantaría hasta el final con la sola compañía de un médico y un sanitario, tres cabos, un corneta y treinta y cinco soldados, este pequeño grupo resistió como pudo otros siete meses hasta el 2 de junio de 1899, y se erigió en una auténtica reliquia de la presencia española en Filipinas.

Placa dedicada al capitán Enrique de las Morenas en el instituto Aguilar y Eslava de Cabra
Su gesta fue reconocida y ensalzada por los propios filipinos, y supuso el único lenitivo del desastre ultramarino para los españoles. Sus restos junto a los demás héroes fueron enterrados en 1904 en el Panteón de Héroes de Cuba y Filipinas del madrileño cementerio de la Almudena.
Toda España reconoció su valor, porque era la misma España que, cuando fui joven, aún reconocía de forma espontánea a los que lo merecían. Cuando caiga el falso capitán Sánchez y su banda quiero pensar que les van a dar otra serie de reconocimientos. O no, porque, desgraciadamente, en este adormecido país nuestro cualquier cosa puede ya ocurrir mientras la gente sólo se preocupa del fútbol o de los programas de televisión, o de concursos tan culturales como ·’Agárrame si puedes’, que para más Inri forma parte de un negocio de la productora Mediapro del amigo Jaume Roures, que siempre se significó por su amor a España.