Subidos en los hombros de gigantesBernd Dietz

Tiempo de titanes

Actualizada 05:05

El discreto y providencial trabajo que el presidente Sánchez admite estar desempeñando para encajar el eje de rotación del planeta en su sitio no debería pasar desapercibido. Por ello resulta comprensible que, al expresar su admiración hacia este nuevo atlante ---tan hermano de Prometeo como su predecesor--, el jefe máximo de la UGT haya sido visto y escuchado desbordando alegría, mientras se refocilaba en el don de la ebriedad. Una beatífica condición que le ha inducido también a reclamar, con ínsita generosidad, que se reduzca la exigencia de años trabajados de quince a doce al acometer la reforma del sistema de pensiones, y que deje de impedirse el acceso a dicha prestación a quien no haya cotizado dos años durante los últimos quince. Unai Sordo, el secretario general de CCOO, estimulado por dicho ánimo altruista, se ha apresurado a declarar que doce sigue siendo mucho, que mejor bajar a diez. ¿Se picará Pepe Álvarez para apostar por ocho, luego Unai por seis, y así sucesivamente hasta llegar a cero? Y aún falta que Belarra y Montero realicen sus aportaciones numérico-festivo-mitológicas.
Con altos responsables políticos que se manejan así, la literatura fantástica y los dibujos animados proyectan un realismo tedioso. Verosímil es que puedan existir simpatizantes de estos personajes quienes, por creerles, los voten. Hay gente para todo y el cacumen no es igualitario. Pero cabe suponer que, entre sus banderizos e incondicionales, habrá una mayoría de descreídos movidos por otros motivos. Alguno recordará todavía cómo aquel molt honorable, catalanista de Iznájar con apellido de buen vino, explicó que el nacionalismo era un sentimiento, y cuánta razón llevaba. Igualito que el progresismo, otra pasión. Pero el magma de odio al enemigo inventado, en este caso España, y de victimismo monetariamente rentable, porque nadie abraza una causa que le dañe el bolsillo, serán siempre sus condiciones de posibilidad, su alimento y su gasolina. De forma análoga, la adhesión a nuestros uránidas seguirá tan firme como una lapa en la roca cuando baja la marea. Mientras haya mimos y financiación, el rencor envidioso a la meritocracia se mantendrá rozagante, por ciclópeo que sea el disparate, y letales los efectos previsibles. ¡Que en su día arreen otros, dirán, y encima quemaremos las calles, que para algo somos moralmente superiores!
En Córdoba, la Junta de Andalucía ha retirado una montaña de toallitas mal llamadas de bebé -porque limpian más cosas- que atascaba el Guadalquivir. No le ha faltado tiempo al ecologista José Larios para decir que así no se arregla nada, y que lo procedente es «eliminar de la venta las toallitas». Ya se aprecia que este señor no confía en el civismo y la educación populares, sino en prohibir. Contra la curda del sindicalista, ley seca. Contra el maltrato a la mujer, culpabilización anticipada del hombre. Contra las fake news, monopolio informativo que dirija un Pablo Iglesias. Muy sutiles propuestas.
A cualquiera de estas lumbreras le sucede lo que a Mao con los gorriones. Aplicando su mesianismo comunista al medioambiente, decidió que tocaba exterminar a todos estos pajarillos, que según él se zampaban las cosechas. El resultado, como es sabido, fue una proliferación de plagas que produjeron la Gran Hambruna China: un volumen de muertos de entre 15 y 45 millones. ¿Qué tendrá el comunismo que aboca a sus líderes a idear idioteces, imponerlas con fanatismo, y luego desentenderse de sus estragos, como en el caso de los innumerables violadores puestos en libertad por la inteligencia del gobierno?
El arbitrismo posmoderno es adanista, contrafáctico, ahistórico, infantil. Aunque más que oligofrénicos, sus ribetes son de marxismo puro y duro.
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