El portalón de San LorenzoManuel Estévez

Los calendarios

«Con estos fondos europeos, en medio de todo aquel torbellino de movilizaciones, surgió también un calendario bastante extenso de corrupciones»

Actualizada 05:05

En aquellos años de la llamada Transición, que ahora también empiezan a discutir algunas formaciones políticas, surgieron unas fuerzas paralelas de poder, los sindicatos «de clase». En realidad venían con el mismo talante político, si bien centrado en el control de las empresas y centros de trabajo, Con la euforia política del momento, todo el mundo creía que los sindicatos iban a ser la panacea para resolver todos los problemas en las empresas, que ya empezaban a acumularse con los coletazos de la crisis del petróleo. La prensa, las radios y la televisión estaban «a partir un piñón» con ellos, así que de forma continuada, día a día, iban dominando los ambientes de las empresas y la calle, o al menos así lo propagaban los medios de comunicación. Hasta el punto fue esto así que el PCE, que era el que estaba detrás de Comisiones Obreras, se creyó de verdad que en aquellas primeras elecciones libres en España de 1979 tenía muchas posibilidades, si no de ganar, al menos de ser imprescindible a la hora de formar cualquier gobierno. Pero las urnas, sin la presión de aquellas asambleas a mano alzada, contradijeron sus previsiones, asignándole sólo 1.938.487 votos y 23 diputados a Cortes.
Estos malos resultados, así como otros problemas internos, motivaron al poco tiempo expulsiones masivas del partido, de las que no se pudo escapar más tarde ni el mismo Santiago Carrillo, expulsado a raíz del XI Congreso del PCE celebrado en Madrid en 1983.
Un año antes, en 1982, el PSOE había arrasado en las elecciones generales tras los rescoldos de inestabilidad del Golpe de Estado. Llegó al poder de forma triunfal, y entre sus propuestas al electorado llevaba una que decía, literalmente: «OTAN, de entrada NO». Pero en política casi todo se cambia según sople el viento del interés, y de esta forma el PSOE dio un giro de 180 grados, pasando a elaborar un calendario de actuaciones para ir cambiando a su opinión pública y apoyar ahora el ingreso de España en la OTAN que había realizado la UCD en sus últimos coletazos. Quizás fue la primera vez que los electores de la joven democracia española se dieron cuenta de forma evidente de que una cosa es gobernar y otra criticar, lo de siempre de predicar o dar trigo. Para añadir más controversia (o cinismo) al asunto, años después, un destacado socialista, Javier Solana, llegaría a ser secretario general de la OTAN. Y hoy día, de jubilado, por si le faltara poco, le han dado el cargo de presidente del Museo del Prado.
Pegatina del PSOE

Pegatina del PSOELa Voz

Arrinconado a la izquierda, al final el PCE quedaba como único partido relevante contra la OTAN, por lo que también elaboraba su propio calendario de acciones que incluía todos los años una marcha a la base americana de Rota, que muchos se la tomaban conforme pasaron los años como un auténtico día de campo y diversión.
Aparte de estos calendarios OTAN, con nuestra entrada en Europa el Gobierno socialista también tuvo que elaborar un calendario para «integrarnos» y «homologarnos» en la CEE. Bajo palabras como «reestructuración», en realidad había un calendario para ir desmontando los sectores económicos que, según las autoridades comunitarias, no eran rentables o estaban recibiendo ilegalmente ayudas del Estado. Así empezamos con el sector pesquero, el carbón, los altos hornos, los bienes de equipo, la agricultura, los astilleros… en fin, todo lo que a Europa le estorbaba, porque «curiosamente» no pasaba nada con las ayudas a sectores donde Francia o Alemania eran potencias, como podía ser el de los automóviles en su momento.
Y a este calendario, que suponía inevitablementeel cierre de empresas, los sindicatos oponían su propio calendario de movilizaciones. Con este «sano» ambiente, media España estaba con huelgas, paros y despidos, sobre todo en la industria, pero empezaba a entrar dinero en forma de ayudas desde «Europa» y en España según el ministro de Economía Solchaga, era donde más rápido se podía hacer uno rico.
Así que con estos fondos europeos, en medio de todo aquel torbellino de movilizaciones, surgió también un calendario bastante extenso de corrupciones, que llegaron tan rápidamente como la línea del tren AVE de Madrid a Sevilla.
En época de Conde Pumpido como Fiscal General del Estado existían unos 730 casos de corrupción relacionados con los partidos políticos, encabezados por el PSOE, con 264 causas, seguido del PP con 200 y así hasta llegar al último partido con poder y mando. Por el orden quedaba demostrado que los que no tenían poder, o no habían gobernado nunca, de momento no podían corromperse, pero que a más poder la tentación era más grande. Que de la noche a la mañana, por delante de la mesa de un cargo pase tanto dinero causa estropicios en la moral y quita el sueño a muchos.
Esto no es ninguna novedad, con democracia o sin ella, pues ya Alfonso X en sus famosas partidas, en la Ley 6ª de Capitulo XVIII, viene a decir:
«Todo Alcaide que tuviere castillo de señor debe de ser de buen linaje de padre y madre, pues si lo fuere, siempre habrá vergüenza de hacer del castillo cosa que esté mal.»
Que era como decir ahora que cuanto más «tieso» esté el que llega al poder más provecho querrá sacar de él.
De las corrupciones tampoco han estado exentos los "otros políticos” de corte sindical o personajes cercanos al poder. Así, el comunista Carlos Soto, de la mano de la UGT, puso en marcha en 1988 una cooperativa de viviendas llamada PSV para la promoción de viviendas que causó un gran escándalo en 1993. Unos veinte mil trabajadores confiaron sus ahorros a esta cooperativa bajo la promesa de adquirir una vivienda algo más barata de lo habitual y lo que se encontraron fue una quiebra por una presunta mala gestión de 50.000 millones de pesetas. O el caso más reciente del sindicalista que compensaba la «dureza» de su colchón rellenándolo con billetes de cien euros como se publicó en el Caso de los ERE, donde al parecer nadie se enteraba de nada y todo el mundo es que sólo pasaba por allí. Y qué decir de los Cursos de Formación, la trama de «empresarios» afines y las facturas falsas, o lo de inflar unas supuestas vidas «laborales» para que sus beneficiarios disfrutaran de unos años cotizados, con sueldos y antigüedades que eran todo mentira. De esto tiene que saber bastante la jueza Alaya, a la que insultaron e intentaron degradar como persona, por haber tenido la «osadía» de querer sacar a la luz pública estas corrupciones.
Y aunque no es lo mismo, ni de lejos, existen también los calendarios de «Obras y Proyectos absurdos», donde también se dilapida el dinero de los contribuyentes por encabezonarse en ideas o comportamientos absurdos o por no exigir un mínimo de calidad en las obras. Por desgracia, en nuestra ciudad tenemos un calendario bastante completo de este tipo de eventos.
Tal fue el caso ya del primer Ayuntamiento democrático de Córdoba, que con su alcalde a la cabeza, y con su título de Historia sacado en la Universidad de Barcelona, encargó a una empresa constructora con sede en Cataluña la ejecución de unos aparcamientos subterráneos en el Gran Capitán. De nada le sirvieron los consejos y avisos que le dieron otras personas sobre lo que podría encontrarse en esa zona tan cercana al foro romano. Como historiador y hombre culto que era (y que nadie puede negarle) debería haberlo considerado, pero sin embargo se empeñó y las obras se iniciaron.
La empresa catalana levantó una buena zona de pavimento y a menos de tres metros ya empezaron a salir restos arqueológicos entre las calles Góngora y Conde de Robledo. Pero seguían adelante y el Ayuntamiento no daba su brazo a torcer. Con el paso de los días, y con más y más restos que salían a la palestra, aquello llegó a unos límites que finalmente, ante la presión y las manifestaciones de la Universidad y la propia Junta de Andalucía, el Ayuntamiento ordenó que con nocturnidad se parara todo y se enterraran aquellos excepcionales vestigios de la Córdoba romana. Aquella «Operación Walkiria» le costó cerca de 150 millones de pesetas a la ciudad, que encima la empresa catalana quiso cobrar como perjudicada.
No nos quedamos aquí, y todos las corporaciones siguientes han tenido su calendario particular: proyectos de edificios estratosféricos que se quedaron en los planos después de costar una millonada, carriles bici que no llevan a ninguna parte, puentes que tampoco, reparaciones que hubo que repararlas al día siguiente (y al otro), centros de interpretación de lo más diverso donde no entra nadie ni por equivocación, estadios que sea caen a pedazos nada más construirse, farolas que no dan luz, instalaciones sin uso, que se construyen primero y luego hay que pensar para qué puede servir aquello… Y esperemos que alguno de los proyectos que ahora nos venden no acabe por el mismo camino y nos acabe costando el dinero.
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