El rodadero de los lobosJesús Cabrera

Veranos sangrientos

Ésta es una constante que se mantiene verano tras verano, que horroriza de primeras, distrae durante un tiempo y luego se olvida

Actualizada 05:05

La maldad no conoce límites. Cualquier momento es bueno para cometer cualquier delito, aunque el verano parece que tiene atracción para aquellos con derramamiento de sangre. Los antiguos decía que era influencia de la luna de agosto, que incitaba al crimen más atroz pero, con independencia de lo que señalen las estadísticas, los meses estivales son terreno abonado para estos hechos y, lo que es peor, su consumo mediático.

Será por el periodo vacacional o por lo que sea, pero lo cierto es que cuando llega el calor hay una predisposición social a prestarle más atención a los crímenes que aleatoriamente van salpicando la geografía. Son los meses en los que a falta del volumen de información del resto del año los sucesos se erigen en los reyes de la actualidad. Esto es así desde que existía la prensa en papel -El periódico El Caso llegó a batir el récord con 480.000 ejemplares vendidos sobre los crímenes de Jarabo- y ahora, en la era digital, se comprueba fácilmente el número de visitas que tiene en la web cualquier noticia relacionada con la crónica negra.

Fotos de Jarabo que se conservan en archivos policiales

Fotos de Jarabo que se conservan en archivos policiales

Por cierto, los crímenes de Jarabo fueron un caluroso mes de julio, como también lo fueron los de Puerto Hurraco, los marqueses de Urquijo o los cometidos por la familia Manson con el asesinato de Sharon Tate, por demostrar que no es un fenómeno propio. Usted mismo puede ampliar la lista y comprobar cómo hay sucesos que se han quedado fijados en la memoria relacionados con la temporada veraniega.

Que nadie se apresure a pensar que esto es un fenómeno netamente hispano. En aquellos rincones del planeta donde los termómetros aprietan de lo lindo se reproducen los mismos hechos y es algo tan aceptado, que esto ha dado el salto a la literatura y la novela negra descubrió hace mucho tiempo que no hay nada como ambientar un crimen en un ambiente caluroso. Y si no que se lo digan a Patricia Hightsmith, a Vázquez Montalbán o a Andrea Camilleri.

A esta triste realidad se le quiere buscar una explicación y raro es el verano en el que no asoma por varios medios de comunicación el psiquiatra entrevistado que intenta dar una explicación a si hay un vínculo directo entre la elevación de las temperaturas y el despertar de los instintos asesinos. Como si fuera la rueda de una noria este ciclo se repite una y otra vez año tras año, lo mismo que también es habitual la presencia del espontáneo que deslumbrado por la cámara de la televisión contesta al reportero que el crimen se ha debido al calor.

Los gaditanos atribuyen efectos nocivos en el ánimo al cálido viento de levante, lo mismo que los de Gerona a la tramontana, como punto de partida de alteraciones que pueden acabar como uno mismo no quisiera que acabaran.

Como se ve, ésta es una constante que se mantiene verano tras verano, que horroriza de primeras, distrae durante un tiempo y luego se olvida hasta la aparición de un nuevo suceso que activa de nuevo el ciclo. Este fluir ha sido adoptado con triste naturalidad por una población que comprueba que poco o nada hay que hacer. Mejor así, porque si no pronto saldrán los iluminados de turno que culparán de los crímenes al cambio climático o, peor aún, propondrán medidas gubernamentales para reducir la criminalidad a costa de mutilar las libertades del resto. Todo es posible.

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