La verónicaAdolfo Ariza

Espero que El Corte Inglés me lo agradezca

«La Navidad, hasta sus observaciones más familiares e incluso cómicas de calcetines y cajas, está imbuida de esta idea personal de un secreto compartido entre Dios y el hombre»

Actualizada 05:00

Espero que El Corte Inglés me lo agradezca si no a mí, al menos, a Gilbert Keith Chesterton. Y la razón es muy sencilla puesto que Chesterton aboga por «la nota» de una «Navidad material» como la que dieron los Reyes Magos y la Estrella. Él lo tenía muy claro: «Los Reyes acuden a Belén trayendo oro, incienso y mirra»; «si solo hubieran traído Verdad, Pureza y Amor, no existiría el arte cristiano, ni tampoco la civilización cristiana». De ahí su «Teología de los Regalos de Navidad».
En esta «Teología» el postulado principal es «un regalo de Dios que puede verse y tocarse» y que «es todo el centro del epigrama del credo». Así, «el propio Cristo es un regalo de Navidad». Para Chesterton, «la Navidad, hasta sus observaciones más familiares e incluso cómicas de calcetines y cajas, está imbuida de esta idea personal de un secreto compartido entre Dios y el hombre – un gorro divino que encaja en cada cabeza humana-». En el orden de los ya raros christmas y felicitaciones navideñas, vía correo ordinario, es oportuno saber, por un lado, que «el cosmos está concebido como una oficina de correos central y celestial» y, por otro, que «el sistema postal es vasto y rápido, pero los paquetes están todos dirigidos a alguien, precintados; son inviolables». En definitiva, «el buzón es público simplemente para que las cartas sean privadas».
También esta sin par «Teología» recuerda que «los regalos de Navidad son una defensa permanente de la costumbre de dar, diferente del mero compartir que ofrecen las moralidades modernas como algo equivalente o incluso mejor». «La Navidad es mejor que algo para todos: es algo para cada uno». Pero intentemos desgranar el argumento con un interrogante chestertoniano: -«Preguntemos a cien niñas de un internado, a ver si no prefieren una flor para cada una, antes que un jardín para todas».
Desde estas premisas se entiende que esta particular «Teología» no conduce en los temas que atañen al Misterio de la Navidad sino a «eso que podríamos llamar su particularismo». No en vano, “la idea de encarnar la benevolencia – es decir, la idea de ponerla en un cuerpo – es la idea enorme, primordial, de la Encarnación.
En esto siempre hay quien se presta a confusión; véanse aquellas «teologías modernas» que nos dicen que «el Niño que nació en Belén no es más que una abstracción de todos los niños; que María de Nazaret es un símbolo metafísico de la maternidad». Y, sin embargo, prosigue Chesterton, «la verdad es que la Natividad es universal gracias únicamente a que es el relato literal de una sola madre con su hijo». «Si Belén no fuese particular, no sería popular». Por si acaso la afirmación no ha quedado clara, propone Chesterton un ejemplo clarividente: «De la misma manera, una canción de amor dedicada a una mujer desdeñosa puede ser tan desgarradora, tan punzante, que la canten todos los hombres desde el amanecer hasta la noche, desde el rústico que ara en el campo hasta el príncipe que monta en su semental. Pero todos dejarían de cantar de repente, si les dijésemos que la canción no habla de una mujer, sino de la mujer en abstracto».
En resumidas cuentas, habrá verdadera Navidad, con sus correspondientes regalos, si suena a «explosión», a «trueno», a «prodigio», a «fuego». «Si no es sensacional, no tiene sentido alguno». «Si el Evangelio no suena a detonación, no se ha pronunciado nunca». Remilgar la Navidad y su mensaje sonará «a vapor que sale despacio de un hervidor defectuoso», «entonces hasta el oído poco entrenado del lego, (que no sabe nada ni de química ni de teología) sabe detectar la diferencia entre ese sonido y una explosión».
¡Feliz Navidad! (y espero que El Corte Inglés me lo agradezca)
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