Aquellos flequillos dignos de los Maristas
«Eso era amor. El amor que se tiene a los dieciocho años: una mezcla de las baladas empalagosas de Aerosmith con la llamada de la jungla»
A aquella feria de Córdoba, en la que bailamos al ritmo de Livin' la vida loca de Ricky Martin, fui todos los días con mi amigo Manolo Blázquez. Hasta con chubasquero acudimos. Luego pasamos tres semanas preparando igual de intensamente la Selectividad. Apenas unas horas después del último examen, llegó otra feria: la del pueblo de mi padre, Santa Eufemia. Y, a mi regreso a la capital, el Córdoba CF ascendía a Segunda división con el «cartagenazo» del que ya hablé algunos PaTEOs atrás.
Era junio de 1999, estábamos empezando a vivir y nos despedíamos del Colegio Cervantes tras un curso que ya antes de ese sprint final había sido muy especial. Del mismo habría que destacar el viaje fin de estudios a Italia, del que apenas recuerdo nada más allá de lo que rescato de las fotos, porque la belleza trasalpina me secuestró en una especie de síndrome de Stendhal. Solo conservo en la memoria imágenes de temerarios Don Juanes adolescentes saltando de ventana de habitación a ventana de habitación a través de la marquesina del hotel para encontrarse con sus amadas sin que los viera el hermano Juanjo, que se pasaba las noches de guardia en los pasillos. Eso era amor. El amor que se tiene a los dieciocho años: una mezcla de las baladas empalagosas de Aerosmith con la llamada de la jungla.
Transcurridos veinticinco años de aquello, la Asociación de Antiguos Alumnos de Cervantes nos convocó, como hace tradicionalmente con la promoción que ha alcanzado dicha cifra, para una celebración que tuvo lugar el pasado 26 de octubre. Nuestro cuarto de siglo siendo bachilleres ha coincidido, además, con la conmemoración del medio (siglo) del colegio en el barrio de la Fuensanta.
Pero los Hermanos Maristas llegaron a Córdoba hace ya casi una centuria completa, en 1933. Entonces instalaron el colegio en un piso bajo de la calle Barroso. Luego pasaron a la casa de los Torres Cabrera. Y, sin haberse cumplido una década desde su aterrizaje en la ciudad, alcanzaron la tercera ubicación, que ya nos resulta más conocida: Las Reales Escuelas Pías de la Inmaculada Concepción.
Con la determinación de asentarse en un edificio propio, hubo un amago de construcción en el Brillante ya en la segunda mitad del siglo. Sin embargo, aquel solar se terminaría vendiendo para adquirir otro en el nuevo barrio de la Fuensanta. En 1970 se puso la primera piedra, las obras comenzaron en 1971 y terminaron en 1973, en cuyo otoño tuvo lugar la inauguración. Aun así, seguirían también enseñando en la Inmaculada hasta final de siglo.
En el inmueble que ha cumplido cinco décadas celebramos nuestro acto, que incluyó una eucaristía, el emotivo discurso de uno de los miembros de la promoción (Alberto Luque, a la postre ahora maestro en el colegio), el característico vídeo con antiguas fotos (también elaborado por Alberto) y la clásica imposición a todos de la insignia con las tres violetas de plata, símbolo de los maristas. A mí me la puso Juan José Primo Jurado, presidente de la Asociación de Antiguos Alumnos y director del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, con quien ya no sé cuántos eventos he compartido entre asuntos maristas, juliorromerianos y sobre el mundo de los patios.
Siempre bromeo con Juan José acerca de las coincidencias que nos unen: haber estudiado en los Maristas de Córdoba, así como en la Facultad de Filosofía y Letras; ser hijos únicos; dedicarnos al patrimonio histórico-artístico; haber estado solteros (mocitos, como yo digo) mucho tiempo y... in illo tempore, presumíamos de un esplendoroso flequillo. Quizá este fuera, quién sabe, un rasgo característico del colegio.
Ay, el flequillo. Tal era el mío no hace tanto, que mi amigo Antonio Martínez Cerezo, quien me acompañó al acto cervantino en cuestión, escribió hace años una oda a nuestra adolescencia en la que mencionaba a muchos miembros de la pandilla de entonces y en la que sobre un servidor destacaba: «(…) ¿Recuerdas el flequillo de Teo y su mirada siempre triste? (…)»
Hablando de flequillos, precisamente en el encuentro comprobamos que las cabezas de los nacidos en 1981 (o algún año antes) ya empiezan a relucir, sea por la claridad del tono pelo, sea por la menor densidad del mismo (note el lector mi característica elegancia en los eufemismos). El propio Antonio (de los que platea pero no escasea) bromeó con que la tradicional foto en las escaleras de acceso al hall estaba patrocinada por no sé qué de Turquía.
Frente a ello, resulta que guardamos bastante bien la línea y se vieron pocas barrigas. Hay quien está incluso más tiposo que veinticinco años atrás. Debe de ser eso de los anglicismos: el running o el CrossFit. Y es que dicho así, en inglés, se ve que hace más efecto. Francisco del Cacho y Susana estarían orgullosos. Running es salir a correr. CrossFit es lo que toda la vida ha sido trabajar en la obra, pero ahora pagando en vez de cobrando.
Con barrigas o sin ellas, nuestra promoción incluye varios nombres conocidos, como el director de cine Guillermo Rojas, el actual cuarto teniente de alcalde del Ayuntamiento de Córdoba (y concejal delegado de un par de áreas) Jesús Coca o Rafael Pérez, secretario de Estado de Seguridad. Pero, más allá de lo mediático, no quiero dejar de mencionar a Andrés Moreno, Rafael Ríos o el propio Alberto, quienes, junto a algún otro que seguro que se me escapa, dieron forma al evento. A ellos hay que agradecerles aquella jornada. Una jornada feliz; aunque con algo de melancolía, claro, como ocurre en toda felicidad real.
Es curioso, pero tuve la sensación de que no nos echábamos de menos... hasta aquel reencuentro. O, quizá, arrastrados por la vorágine de la vida y sus máscaras, lo hacíamos pero no lo sabíamos. Y aquel día fuimos conscientes. Al menos, yo desde entonces estoy nostálgico. No por añoranza de mi extinto flequillo, sino por los recuerdos de adolescencia removidos.
Más aún mientras escribo estas líneas, como supongo que es inevitable. Por ello, quizá deba concluirlas con la misma advertencia con la que termina El guardián entre el centeno, que hace referencia al peligro de narrar historias sobre el pasado y que podría aplicarse también al discurso de Alberto en nuestra celebración del 26 de octubre: «Nunca le cuentes nada a nadie. Si lo haces, terminarás poniéndote triste».