Por derechoLuis Marín Sicilia

Cosa de tontos

Actualizada 08:20

La riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural objeto de especial respeto y protección. Así lo proclama el artículo 3 de la Constitución española, así lo defendemos todos los demócratas que respetamos las leyes y así ha ocurrido secularmente salvo en los distintos y aciagos periodos de la intransigencia y el totalitarismo. El mismo artículo tercero es ejemplo del respeto a esa diversidad lingüística proclamando su cooficialidad en sus respectivos territorios, al tiempo que consagra la oficialidad del castellano como lengua que todos los españoles deben conocer y tienen el derecho a usarla. Una cosa tan simple y al mismo tiempo tan enriquecedora y tolerante es usada tangencialmente por la mala política para abrir vías de división y confrontación, arte en el que Sánchez es líder indiscutible.

Cuatro años antes de morir Franco ejercí mi profesión notarial, durante dos años, en una zona rural del prepirineo catalán, donde su idioma propio era prácticamente el habitual en todo tipo de relaciones y algunos lugareños tenían auténtica dificultad para expresarse en castellano. Y pese a ello, la buena voluntad de todos jamás creó ningún problema, ni en la redacción de mis escrituras (todas en castellano) ni en la comprensión por su parte del contenido y eficacia de las mismas, empeño que realizaba sin jamas pedir que dejaran de usar su lengua habitual. Socialmente, solo puedo destacar el interés con el que todos nos esforzábamos con naturalidad en entendernos, destacando la educación con la que los naturales cambiaban al castellano en cuanto notaban que era mi idioma habitual. Solo buenos amigos y recuerdos de especial tolerancia y entendimiento conservo de aquella época.

Años después, en la Barcelona preolímpica de 1986 hasta 1989, llegué a ser el notario que más escrituras firmaba en catalán, idioma oficial según lo dicho gracias a nuestra vigente Constitución. Circunstancias especiales derivadas del interés de buenos amigos y el hecho de contar con unos oficiales que dominaban el catalán, entonces no tan fácil de escribir correctamente para muchos, provocaron tal circunstancia. Y ello, antes de que se aprobara norma alguna sobre normalización lingüística, en mi Notaría se preguntaba a los interesados en qué idioma querían que se le redactara la escritura. Quienes respetamos la libertad y los derechos constitucionales no necesitamos profetas que sacralícen más de lo normal determinados derechos.

Desde entonces solo observo una línea errónea que, a mayor desgracia, tengo la seguridad de que no satisface al catalán medio, ese silencioso que es víctima de tantos y tantos, de uno y otro signo, que utilizan, en este caso la lengua, para dividirnos y enfrentarnos con fines espureamente políticos. Defiéndase el uso del catalán, del gallego, del vascuence (ahora llamado eusquera) y de cualquier otro que tenga el rango oficial en su propio territorio. Los rasgos culturales de cada parte de esta España plural y diversa deben protegerse y potenciarse, sin imposiciones ni descalificaciones, con naturalidad. Pero sacar las cosas de quicio, sobre todo cuando no es necesario, además de buscar enfrentamientos absurdos, es de una estulticia y de una estupidez que, además de no aportar nada positivo, nos cuesta un dinero que podría destinarse a otros fines sociales más provechosos.

El tema de los pinganillos, tan manoseado estos días, es una expresión más de ese sin sentido. Alberto García Reyes ha descrito con humor e ironía la obsesión actual por el pinganillo: para controlar los aforos, para los cortes circulatorios, para controlar los pasos procesionales, para que no se confundan los corredores maratonianos,… vamos, que quien no tenga ocasión de colocarse un pinganillo es un tonto de remate. Pues mire usted por donde, a nuestros políticos les ha dado también por gastar nuestro dinero en colocarse pinganillos para cualquier asunto, porque dicen que se pueden entender en el mismo idioma tomando café o zampándose una buena cena, pero que a la hora de ocuparse de los problemas que nos preocupan a todos tienen que ponerse un pinganillo, con traductor incorporado, para poder entenderse.

No se dan cuenta los políticos que este tipo de cosas molesta a la mayoría de la ciudadanía, bastante más sensata que sus respresentantes. Recientemente me decían en Barcelona, personas cultas y de muchos apellidos catalanes, que cuando Franco no quería que hablaran catalán, hablaban más catalán que nunca. Y ahora, que no quieren que se hable castellano, utilizan el idioma oficial español más que nunca. Y es que esto de los pinganillos, además de que algunos, como Sánchez, trampeen con ello, en realidad es cosa de tontos y provoca el efecto contrario.

Como no convenía hablar de la financiación lamentable de las autonomías, de los problemas de la vivienda, de los cupos y los privilegios, Sánchez se inventó que en la Conferencia de Presidentes se utilizaran pinganillos… y claro, el tema se convirtió en el uso de las lenguas cooficiales, pretendiendo sembrar discordia sobre unos derechos que ya consagra la Constitución. Los españolistas contra los separatistas, y los españoles normales tomándose a broma a unos políticos que han perdido el norte. La inmensa mayoría sí acertó en una cosa: en que Sánchez deje de jugar a dividirnos y llame al pueblo a pronunciarse sobre su política.

Como esto de los pinganillos es cosa de tontos, porque no se explica que quienes pueden entenderse sin ellos adornen sus orejas con tales instrumentos, siempre hay un tonto que bate el récord: hay que ponerle un pinganillo a Oscar Puente para que entienda que en andaluz hacer algo a palos es enfatizar la necesidad de corregir a duras penas algo que es pernicioso, justo lo que Juanma Moreno le dijo a Pedro Sánchez sobre la convocatoria de elecciones. Y, por favor, hablen todos como hicieron Illa y Pradales, presidentes catalán y vasco hablando entre sí: en el idioma común que ambos entienden. Y dejen de hacer el tonto por más tiempo. Porque vamos a terminar pensando igual que mi abuelo, un sabio que tendría hoy siglo y medio de vida y predijo que en España hay demasiados tontos,… y muchos tontos con mala leche.

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