Aborto y dignidad humana
«La humanidad, mascullaba Don Camilo, es tan grande, que el éxito, el fracaso, la brillantez o la inteligencia son un adjetivo intrascendente»
El pasado 5 de julio se cumplieron 40 años de la despenalización del aborto en España. Desde entonces, tanto en nuestro país como en otros muchos del mundo, el aborto ha seguido una línea de liberalización y tolerancia hasta considerarse como un derecho lo que para muchos ( entre los que me incluyo ) es un asesinato. Hace unos días, en Inglaterra y Gales, se iniciaron las reformas legales para permitir el aborto en cualquier semana del embarazo, lo que va servir de instrumento para tener hijos «a la carta» y hacer una criba de los nasciturus hasta el mismo instante del parto, según el momentáneo capricho, necesidades o intereses de los padres . A mí, personalmente, me sorprende poco la falta de humanidad de estos británicos. He vivido con ellos varios años y he constatado la falta de integridad moral de esa «civilización»AAun más, y por no abandonar este tema: en 2.022 el Tribunal Británico de Apelación avaló la legalidad de abortar a un niño porque tenía síndrome de Down. Tremendo.
Un querido amigo mío, al que llamo J.J., me enseñó en su momento que para sostener ideas, era más inteligente, antes que proponer ensayos, contar historias que las ilustren. Al hilo de esa brutalidad que me parece el aborto, y en especial la citada resolución del Tribunal Británico de Apelación, os ofrezco este cuentecillo, absolutamente inventado, que toma como protagonistas a un niño síndrome de Down y al eximio escritor Camilo José Cela. Trato de enfatizar la dignidad del ser humano y su esencial igualdad, cualquiera que sean sus capacidades intelectuales, su condición, sus características. Humanidad: antes que nada, humanidad. Y dignidad. Y amor. Y decir a las cosas por su nombre: aborto es matar. Que las circunstancias no frustren lo esencial. Siempre a favor de la vida
Don Camilo José Cela tenía ya el título, «Mazurca para dos muertos», pero aún no había iniciado la novela. Bien mirado, sólo tenía una idea vaga de aquello sobre lo que quería escribir : un relato circular sobre la Galicia rural y profunda, lluviosa y mágica, que apenas existía ya. Si ahondaba en su memoria entresacaba historias oídas en la niñez, o tipos humanos vistos en las aldeas, o fantasmas que ahora andorreaban por su imaginación como si estuvieran vivos. Todos ellos: historias, personajes, fantasmas, iban a ser las mimbres del próximo libro.
Pero aquel día , súbitamente, sin saber el motivo, tomó el bolígrafo y garrapateó las primeras letras : « Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida….» Y se sintió muy complacido : la primera frase de la novela había quedado trabada, poética y rotunda; su largo oficio de escritor le aseguraba que, si las primeas líneas son brillantes, la novela agarra, y es cuestión de tiempo y cierta aplicación el alumbrarla. Así que, con la certeza de saber que culminaría una gran obra, dejó el bolígrafo sobre los folios y salió a pasear, relajado, feliz…
En el parque el sol otoñal calentaba a una madre joven y a su hijo: ella tenía una mirada de profunda dignidad; él jugueteaba descoordinadamente con una pelota ( los niños down son así ) Y sonreía bondadoso ( los niños down son así) Mientras, una brisa verde acariciaba sus figuras. Don Camilo se detuvo y le acarició la rubia cabellera.
- Este señor es un gran escritor, Carlitos, explicó la madre.
- ¿ Y escribe cuentos ?
Don Camilo prometió :
- En unos días te escribiré un cuento sobre jilguerillos y hadas.
- ¿ De los que cantan en las copas de los árboles ? preguntó el niño mientras señalaba las alturas de los grandes pinos del parque.
Don Camilo asintió, le acarició de nuevo el pelo, y marchó con inconsciente altivez. Pocos pasos después se paró, dio media vuelta. Una brisa verde refrescaba su figura. Preguntó:
- Carlitos, ¿ Puedo decir a la gente importante que conozco que tú eres mi amigo ?
Carlitos asintió y entonces Don Camilo comentó:
- Cómo voy a presumir….
El tiempo pasó. «Mazurca para dos muertos» fue un gran éxito; luego arrimó el Nobel, tan largamente deseado; el Cervantes se resistió, pero terminó cayendo, como caen todas las cosas cuando está de Dios que caigan; con el tiempo publicó «Madera de Boj». Nunca hubo un cuento de jilguerillos y hadas porque jamás la memoria le orilló aquella promesa. Y porque la vida es la vida, y el éxito es el éxito, y hay cosas a las que, lamentable, no se da la importancia que tienen. Y es que, aun sin ser consciente de ello, el corazón de Don Camilo se había humanizado, enternecido, dignificado, por el breve encuentro con el niño. El escritor terrible, el de la impertinencia pugnaz y el torrente verbal, seguía siendo un gran narrador pero, aunque fuera sólo un poco, mejor persona.
Carlitos siguió muchos años jugando con su pelota en el parque, torpemente. Sus habilidades no medraron jamás…pero su sonrisa seguía siendo una antorcha de luz bondadosa y un consuelo para los que creemos en el ser humano. Así hasta que un invierno, el frío del norte se le clavó en el pecho, y el niño cruzó el umbral del misterio. Su madre quedó sola; sola y más triste aún. El parque, también.
El diecisiete de enero de 2.002, cuando Don Camilo iba a cerrar los ojos para siempre, una idea inoportuna, como el revuelo apresurado de un pájaro entre los arbustos, cruzó su mente: su obra y, más aún que su obra, su propia humanidad, estaba aún incompletas: faltaba un cuento sobre jilgueros y hadas. Para un niño con síndrome de Down que había conocido años atrás y cuya memoria de bondad, ojos dulces y sonrisa, se le habían remansado en el corazón.
Quiso entonces revivir, aunque fuera sólo cinco minutos, para pergeñar un relatillo que le dejara partir en paz; pero no hubo tiempo para nada, ni tan siquiera para que el sentimiento le remordiera porque, súbitamente, se vio más allá de la nada, en los espacios donde se arraciman las almas buenas, con Carlitos esperando para decirle que, tanto en la vida como en la muerte, siempre hay una segunda oportunidad.
Y ambos pasearon de la mano por el infinito. Una luz, lejana y presente a la vez, los iluminaba. Una brisa verde les acariciaba el alma. La humanidad, mascullaba Don Camilo, es tan grande, que el éxito, el fracaso, la brillantez o la inteligencia son un adjetivo intrascendente. Y tenía razón.