El perol sideralAlfredo Martín-Górriz

El anillo marrón

Córdoba tiene una conocida retahíla popular de contradicciones, que indica que uno de los cuarteles de los bomberos está en Las Quemadas, la sede de la ONCE en Vista Alegre o los alcohólicos rehabilitados de Renacer en los Olivos Borrachos. Además, uno de los camposantos se llama cementerio de la Salud. Junto a ello, hemos de recordar la conocida máxima de Chesterton: «llegará el día en que será preciso desenvainar una espada para defender que el pasto es verde». Las contradicciones comentadas se combinan con la frase del escritor inglés en el caso del llamado ‘Anillo verde’, un conjunto de parques que rodean la ciudad. En este caso se llama verde a lo que tiende más bien al marrón, y además hay que desenvainar la espada para defender que ahí verde que te quiero verde se observa más bien poco.

Esto se vio de nuevo la semana pasada con una escena que parecía escrita por un guionista de comedia. Se inauguraban diez hectáreas del llamado Parque del Canal. Los medios reflejaban en sus secciones fotográficas al alcalde, José María Bellido, y al concejal Miguel Ángel Torrico, bebiendo profusamente agua de dos botellas a pleno sol, más deshidratados que Ilia Topuria media hora antes del pesaje. El astro rey, sin la oposición de escuálidos árboles destinados a dar sombra en la primavera del año 4.102, generaba un festival de ojos guiñados por el que los presentes adquirían rictus de cazadores mongoles en el Gobi. El Ayuntamiento hasta había decorado una zona de canalillos con un remedo artificial de arena, como si se hubiese rendido ante la desertificación del lugar y diese por sentado que por la zona pulularán el tuareg y el zorro orejudo. Diversos señores entrados en carnes mostraban colosales marcas de sudor previas al torosón. Y es que de ahí parecía que no iba a salir nadie con el estado de salud que tenía al entrar. La expresión «UVI móvil» resonaba en las cabezas de los presentes. Zonas con aparatos deportivos y juegos infantiles parecían proceder de la mente de los herederos de Alfonso Laurencic, quien diseñase las celdas de las checas del frente popular. En cualquier momento, la sección de parques y jardines podía dejar allí matojos rodantes, única planta que no desentonaría en esa mezcla de Marte y descampado de los años 80. Un vecino que pasee por la zona más de cinco minutos podría tener espejismos. La gente se llevaba las manos instintivamente a cantimploras y odres imaginarios. Un caballero calvo se exponía al raso sin saber que poco después tendría el aspecto de un chupón Kojak.

Así las cosas, se insiste en que el lugar marronáceo es verde, incluso se ha llamado humedal al pequeño estanque, acaso porque los charcos son océanos en esa Córdoba de las contradicciones. El verdadero y proceloso mar es el de los millones gastados en estos parques de autor, que parecen planificados por algún artista que viva en los sótanos del museo C3A, y al que saquen de su mazmorra para sembrar la ciudad con estos espacios. En ellos se repiten las máximas del arte contemporáneo. El discurso verbal los realza. Y luego uno mira a la maravilla del vergel descrito y ve tierra seca y treinta cacas de perro por metro cuadrado.

Córdoba tiene ya un anillo verde que es marrón, y tratan de convencernos de su verdor verdadero. Pero hay que desenvainar la espada: ahí ni hay pasto, ni aquello es verde.

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