La verónicaAdolfo Ariza

Pensamiento crítico y autogestión emocional

Quien aprende ciencia en el libro, corre peligro de volverse escientista, es decir, dogmático de lo sabido; quien, al contrario, recibe lección de maestro sabrá más fácilmente conservarse humanista

Hará cuestión de unos días alguien ha calificado la aprobación de una Universidad on line como «hito de suma importancia en el panorama universitario español». En la noticia – más bien publirreportaje – se cantan las bondades de un «modelo formativo» diseñado para desarrollar en el alumno un «mosaico de competencias, cada una con una alta demanda en el mercado laboral». Según el consabido publirreportaje, entre «los elementos fundamentales de la docencia» se encuentra el «programa `skills´» por el que el alumno obtiene «certificaciones técnica en habilidades profesionales específicas cada año» y el programa «core» que desarrolla «competencias personales transversales como la comunicación, el liderazgo, la creatividad, el pensamiento crítico y la autogestión emocional». -¡Ahí es nada! La Neouniversidad, que declara huir de «las fronteras y del pensamiento único», ha manifestado su «voluntad de cooperar activamente con el resto del ecosistema andaluz de educación superior» a través de las ya míticas «alianzas» y «sinergias». Hasta aquí el resumen de tan gran buena nueva no exento de cierta ironía.

La cuestión ahora, pese a lo atractivo de los planteamientos y lo moderno de la propuesta, es que creo que pueden quedar algunas cuestiones en un «limbo no programado» que deberían ser, al menos, planteadas. Ahí van algunas de ellas.

Primera. ¿Es compatible una verdadera educación universitaria con un «cortoplacismo» (4+1) incapaz de reconocer que «los problemas importantes se desarrollan a un ritmo muy lento, lo que los hace raramente visibles a simple vista» (R. Brague)?

Segunda. No hace mucho leía con verdadero deleite un encendido elogio de la figura del maestro de Eugenio d’Ors en su obra Flos sophorum. Ejemplario de la vida de los grandes sabios (1914). El texto dice lo siguiente: «¡Bienaventurado, no me cansaré de repetirlo, quien ha conocido maestro! Porque ese sabrá pensar según cultura e inteligencia. Habrá gozado, entre otras cosas, del espectáculo, tan ejemplar y fecundador, que es de la ciencia que se hace, en lugar de la ciencia hecha, que los libros no suelen dar. Quien aprende ciencia en el libro, corre peligro de volverse escientista, es decir, dogmático de lo sabido; quien, al contrario, recibe lección de maestro sabrá más fácilmente conservarse humanista, porque no se olvidará de la relación entre el producto científico y el hombre que arbitra y crea: y así él tendrá el culto del espíritu creador; no la esterilizante superstición del resultado». Dicho lo cual – y sin ánimo de restar algo de la mística que genera la lectura de Eugenio d’Ors – tal vez sea útil cuestionar: -¿Dónde queda la labor del «maestro universitario» en el sistema online? ¿Quedan garantizados en este «ecosistema» los verdaderos lazos de aquella empatía sobre los que se construye una auténtica educación? ¿Hasta qué punto hemos olvidado la necesidad y trascendencia de un ambiente académico donde prevalezca la libertad de pensamiento y se genere un diálogo enriquecedor? No nos equivoquemos: la calidad de la universidad está intrínsecamente ligada a la calidad de sus maestros.

Tercera y última. Si «el gran rival de una buena formación de hábitos intelectuales no procede de la falta de información de los interlocutores, como en nuestra época tendemos a pensar, sino del acceso desordenado a una gran cantidad y variedad de información sobre una multitud informe de temas» (Fernando Gil y David Reyero, Educar en la Universidad de hoy) ¿quién se encargara de ayudar al alumno a tener la capacidad crítica y de discernimiento ante la avalancha de información? Demos otra vuelta a la tuerca: Puede que – ¡felizmente! – nos hallemos en una ausencia casi total de un hipotético «analfabetismo digital», ¿pero hasta qué punto somos conscientes de que los analfabetos contemporáneos serán aquellos que no sepan percibir la diferencia cualitativa y veraz de los diferentes contenidos digitales a los que se enfrentan? Ya se ha dicho que la pretendida Neouniversidad procurará «pensamiento crítico» y «autogestión emocional». ¿Quién sino la filosofía procurará la consecución de ambas destrezas? El drama está aconteciendo cuando esta filosofía ha perdido la más mínima capacidad de cumplir esta tarea y ha degenerado en «positivismo» y reduccionismo a la mera esfera privada de un grupo más o menos grande. Allá por enero de 2008, en una decisión precisamente poco universitaria, se prohibió que Benedicto XVI pudiese tener un encuentro con el mundo universitario en la universidad de La Sapienza de Roma. Gracias a Dios, el discurso que iba a pronunciar fue finalmente publicado. En él, el sabio maestro universitario, recordaba, por un lado, que «la filosofía no vuelve a comenzar cada vez desde el punto cero del sujeto pensante de modo aislado, sino que se inserta en el gran diálogo de la sabiduría histórica, que acoge y desarrolla una y otra vez de forma crítica y a la vez dócil»; pero que «tampoco debe cerrarse ante lo que las religiones, y en particular la fe cristiana, han recibido y dado a la humanidad como indicación del camino». Y si no es así, ¿dónde cabe aprender los criterios para una capacidad crítica? ¿O cómo gobernar la autogestión emocional sin una idea clara de los que es la persona y, en ella, las emociones?

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