La verónicaAdolfo Ariza

Más allá de Koldos, Cerdanes y Abalos

«¿Es esto el archiproclamado «Estado de Derecho»? ¿A qué ha quedado reducido el Tribunal Constitucional? ¿Hasta qué punto tiene sentido que el Gobierno juzgue al Gobierno?»

Actualizada 04:30

Más allá de los citados personajes y sus andanzas automovilísticas hay otras capas de cebolla que pueden escaparse a la sensibilidad y perspicacia del ojímetro medio carpetovetónico. En una hipotética e inmediata primera capa lo que se encuentra es una credibilidad a prueba de bombas del gobernante y la suma credulidad – por no decir inferencia e indolencia - del elector medio de a pie. En la segunda capa no es fácilmente respirable «el tufillo» que desprende una clase dirigente que se administra la gracia a sí misma puesto que «Montesquieu ha muerto» así como un periodismo hundido mental y moralmente. En este orden de las cosas tal vez sea muy oportuno preguntarse: -¿Es esto el archiproclamado «Estado de Derecho»? ¿A qué ha quedado reducido el Tribunal Constitucional? ¿Hasta qué punto tiene sentido que el Gobierno juzgue al Gobierno? Con la tercera capa de la cebolla nos topamos ya con un inveterado principio: La corrupción es sistémica bien sea por la vía del nepotismo o del amiguismo. En estas lides conviene que no nos dejemos engañar ya que «a todo liderazgo político, cuando le llega su turno, le entra el aislamiento del poder y se convierte en una pequeña aristocracia» (Chesterton dixit).

La cuestión ahora es que a la tercera capa le suele suceder una cuarta en la que me gustaría detenerme de la mano de un tal Hilaire Belloc. Por tanto, ¿cuál es la textura de esta cuarta capa? Por lo pronto es oportuno, contra viento y marea, considerar que se trata ante todo de un «agudo conflicto espiritual» que «es más fecundo en materia de inestabilidad dentro del Estado que cualquier otra clase de conflicto». Los síntomas de este dolor agudo tienen el cuadro siguiente: «un conflicto dentro de la conciencia de cada uno y un malestar extendido por toda la colectividad, cuando la vida real de la sociedad se encuentra divorciada del fundamento moral de las instituciones».

Nos duele reconocerlo o, más bien, somos incapaces de reconocerlo pero hemos perdido en gran medida nuestra libertad «por la pérdida de un pensamiento libre». Lo cual es fácil en virtud de «una educación endeble y embotadora» de nuestras conciencias y una anestesiada «curiosidad intelectual» (J. M. de Prada dixit en estas últimas comillas). Volviendo a Belloc es necesario recordar que no poseemos «una absoluta libertad política». Cuestión esta que ha sido posible, entre otras pero fundamentalmente, por «el divorcio de nuestras normas éticas tradicionales y los hecho sociales». El guiso que se desprende de esta capa cuarta de la cebolla está salpimentando un futuro en el que tendremos «garantizadas la subsistencia y la seguridad, pero garantizadas a expensas de la anterior libertad política». Belloc ve claro que habrá una apariencia de «estabilidad», que «las tensiones internas que amenazaron a la sociedad durante la etapa capitalista irán relajándose y desaparecerán» pero a costa, eso sí, de la instauración del más lacerante «Estado Servil» constituido sobre el fundamento de la desaparición de «la vida comunitaria que alimentó otrora su sentido social» y la destrucción de «las obligaciones mutuas que lo habían sostenido». Es bien fácil en esta lógica no precisamente sana: Fomenta la viva sensación y expectativa de un «mejoramiento […] mediante regulaciones e intervenciones venidas de lo alto», pero nunca mediante el empleo de la libertad individual y colectiva. Chesterton lo advirtió claramente: «Buscan proteger al hombre de sí mismo, buscan proteger al hombre de su hombría».

Decía Chesterton que «cualquier familiaridad humana con la historia enseñará al hombre una cosa ante todo: que los partidos prácticamente no existen en una revolución real». Para él no son más «un juego para tiempos tranquilos». Y todavía más: «Aquellos habituados a la disciplina de partido no ven nada en el pasado o el presente».

Lo dicho. Aprender a mirar más allá de Koldos, Cerdanes y Abalos.

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