Crónica de una peregrinación (V)
Dedicado a todos aquellos que fueron compañeros del Camino en alguna edición.
En esta ocasión, de manera muy especial, a ti, amiga, modelo de vida.
Como si se hubiera prolongado en el tiempo nuestra estancia en el Cebreiro desde el año anterior, el último tramo de esta maravillosa experiencia de recorrer el Camino de Santiago Francés en su totalidad se inicia con la misa del peregrino que ofrece el cura Paco Castro, franciscano, en el santuario de Santa María A Real de O Cebreiro. Ejemplo vivo de la hospitalidad, ofrece una invitación que impulsa a los caminantes a seguir siempre hacia adelante y hacia arriba (ultreia et suseia). Emociones contenidas en su bendición, impartida en todas las lenguas de las personas presentes: «Que el amor sea luz de esperanza en tu caminar. Que la paz sobreabunde en tu corazón. Que la bondad sea tu huella en esta vida. Que la fe te afiance frente al misterio de la vida. Y que llegado el momento de alcanzar la meta, el AMOR te abrace eternamente. Sé feliz, haz felices a los demás». Su particular regalo, una piedra con la flecha amarilla que nos guiará hasta la tumba del apóstol, es un gesto que simboliza su cercanía y sencillez; es el pistoletazo de salida al recorrido más emotivo de cuantos hemos transitado en los últimos años.
Cada peregrinaje se experimenta con la certeza de vivir unos días apartados de la cotidianeidad. Pero esta vez, además, con la ilusión de tener más cercano el fin de un proyecto que, diseñado con torpes trazos, vendría a dibujar el lienzo más hermoso al cumplir la peregrinación. En el camino de la vida ya se sabe que el hombre propone y Dios dispone; así ha quedado demostrado al sentir cinco tiempos y situaciones diferentes desde 2021 a 2024 que han culminado con un bonito final compartido, en el presente 2025, por nueve compañeros de viaje, nueve amigos conscientes de su fragilidad pero seguros de la grandiosidad del poder de Dios.
Junto al templo de Santa María la Real, en O Cebreiro, se emprende la marcha en la primera etapa. Un paisaje de nubes, que cubre las sierras, nos conduce hasta los altos de San Roque y del Poio y doce kilómetros más tarde, en un constante descenso, nos topamos con el famoso castaño de Ramil, paso previo al primer destino, Triacastela. Esta localidad es verdadero símbolo del Camino Xacobeo, lugar de encuentro, de percibir la búsqueda, el fervor o el arrepentimiento de las personas que transitan por esta ruta cristiana. En nuestro caso, además, un sentimiento añadido de agasajo, el regalo de compartir la cena con amigos de Córdoba lejos de nuestra ciudad.
Triacastela ofrece dos posibilidades a la hora de proseguir la ruta. Sabiendo que la elección es un acto habitual en nuestro día a día, nos decantamos por el itinerario que lleva por San Xil. Una vez en el destino, habrá tiempo de visitar el monasterio de Samos, ya como turistas, ruta alternativa junto a la seleccionada. La jornada concluye en Sarria, punto de partida para muchos peregrinos que solamente desean recorrer los últimos kilómetros requeridos para lograr la Compostela. La siguiente etapa ya nos hace bajar de los cien. A lo largo de los siguientes veintitrés kilómetros, los senderos nos obsequian con unas hermosas vistas que acompañan nuestros pasos hasta Portomarín, una ciudad nueva que surgió al quedar sumergida la antigua bajo las aguas del embalse de Belesar. El Códice Calixtino recoge este lugar con el nombre de Pons Minea, es decir, Puente sobre el Miño. De aquí, pasando por Gonzar, Castromaior, Hospital da Cruz o Ligonde, entre otras aldeas y parroquias, alcanzamos Palas de Rei.
Toca afrontar la etapa más larga de esta última parte: casi treinta kilómetros que separan Palas de Rei de Arzúa. Con parada obligada en Melide, a medio camino entre una y otra, su famoso pulpo aporta la energía necesaria para la reanudación de la marcha. El paso por ríos y arroyos, rodeados de eucaliptos, nos envuelve en un paraje idílico, capaz de transmitir serenidad al alma. Añadimos otra parada, Pedrouzo, donde se unen un par de amigos más que nos acompañarán en la entrada a la ciudad compostelana.
El último día amanece cargado de emotividad. En apenas veinte kilómetros, nuestro objetivo estará cumplido. El Monte del Gozo nos hace intuir que ya la distancia es corta. Las primeras calles de Santiago de Compostela nos recuerdan que nada en la vida es fácil, que el tesón y el esfuerzo son elementos clave para conseguir cualquier propósito y que la mejor forma de vencer la enfermedad es buscar la serenidad en el corazón. A un paso de entrar en el Obradoiro se desatan las emociones acumuladas a lo largo de ochocientos kilómetros pateados con luces y sombras pero con plena satisfacción. Incluso allí sentimos el calor de la amistad en otra familia de amigos cordobeses que aguardan nuestra llegada. Nos une a todos la pertenencia a una misma comunidad de fe.
Jamás voy a olvidar este momento por todo lo que encierra en sí mismo. Resume tanto… Amiga, cuántas de estas cosas nos has enseñado cada día del último año mientras preparábamos esta hazaña; y cuántas más nos quedan por planear y cumplir. Has sido ejemplo para la familia que ha compartido contigo esta parte del Camino, que también es parte de la vida. El Camino ayuda a encontrar la felicidad en un amanecer, en un paisaje, en el silencio, en unas risas, en una comida compartida… Los mejores momentos de la vida a veces surgen pero otras veces se elige vivirlos rodeado de personas insustituibles.