El perol sideralAlfredo Martín-Górriz

Perros al poder

Hace unas semanas, animado por los logros de María Pérez en el mundial de atletismo de Tokyo, salí a andar por el barrio tratando de emular la velocidad de la marcha olímpica, consiguiéndolo sólo a medias, es decir, durante la mitad de la primera calle, a partir de la cual, desfondado cual cincuentón que se niega a aceptar su edad, tuve que continuar al ritmo habitual en el que incluso me superan señoras mayores que arrastran su carrito de la compra hacia el Mercadona. Durante el recorrido me quedé absorto ante una de las muchas escenas canino-humanas que nos depara la vida moderna. Un schnauzer mediano había hecho popó sobre el piso. Y dejó numerosas deposiciones redonditas, como si tuviera un sentido estético para ello. Una a una, su atribulado dueño, con paciencia y parsimonia, agachándose y levantándose, iba introduciéndolas con sus guantes en una bolsa. Me pregunté cómo una persona puede incluir en su rutina, tres o cuatro veces cada día de su vida, semejante actividad. Un cálculo rápido, si ese ejemplar defeca siempre así, me hizo comprender que este vecino tendría cada jornada en sus manos entre 16 y 22 mojoncillos humeantes. Y no parecía resignado, sino más bien solícito. ¿En qué momento los perros pasaron de estar por debajo de nosotros en la cadena trófica a tratarnos como vasallos? No hay estudios al respecto ni debate alguno en la comunidad científica.

Pero eso no es nada. En una España en la que sólo se suben los impuestos, los perros han conseguido que en Andalucía se bajen, en concreto con una deducción de los gastos veterinarios que quizá se ponga en marcha el año que viene. Se habla mucho de los lobbys judío, gay, el del armamento o el farmaceútico. Pero ríete tú del de los perros. Sin presiones en los congresos, sin sobornos y sin chantajes, apenas con unas carantoñas y un meneo del rabo, consiguen que los políticos se postren a su paso. ¿Cuántos consejeros, delegados, concejales, diputados o ministros tendrán cada día de su vida cacotas recién puestas en las manos? ¿Cómo les afecta eso a la psique? Lo que apenas consiguen conglomerados de personas especializadas en traficar con influencias, lo logra un carlino al que encima llevas en carrito, como un portador de una lectica romana trasladaba al mismísimo césar desde su palacio hasta el senado.

Se hablaba de lo contrario, de subir los impuestos a los dueños de los perros, dada la suciedad que acarrean. No hay recodo de la ciudad a salvo de la corrosión de los orines y los olores que dejan a su paso. Cada parque o jardín está tomado por ellos, sin que familias, niños o jóvenes puedan tener ni la ocurrencia de sentarse tranquilamente en el césped, que suele utilizarse como retrete. Pero llega el lobby perruno, da la orden de recibir con una carantoña a los propietarios al llegar a casa del trabajo, y cambian las tornas en un segundo. Así que ahora toda esa porquería e inmundicia encima desgravarán. No es descartable que se apliquen quizá nuevos descuentos, por ejemplo por poner al animal nombres tradicionales, como ‘Mis tetas’, o quizá por homenajear al padre de la patria andaluza y llamarlo Blasifante. Todo es posible. Este grupo de presión ladra y se cuadran los ujieres, se rasca la oreja y se ponen firmes los generales, trae una pelotita en el hocico y se postran los parlamentos.

He visto documentales sobre parásitos que se introducen en un huésped, por ejemplo insectos o caracoles, y consiguen doblegar su voluntad, incluso conducirles al suicidio. ¿Son los perros algo semejante y controlan nuestras mentes mediante algún tipo de endiablada telepatía? Parece que algo así pudiera ser. No es descartable que Moreno Bonilla presente en las próximas elecciones, entre los miembros de su equipo, a un bodeguero andaluz o a un podenco como futuro consejero de asuntos caninos, por quedarnos con razas de la tierra. Pensábamos que conviviríamos con máquinas avanzadísimas que tomarían conciencia de sí mismas en algún momento, pero la realidad nos lleva a ser siervos de un chucho con leishmaniosis. Toda la literatura de ciencia-ficción no era sino una nota a pie de página de un plan de vacunación contra el moquillo. El futuro es de aquel que ladra para que le pongan la correa y le saquen a pasear.

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