El perol sideralAlfredo Martín-Górriz

El abanderado de temporada

«Llegan a adorar al becerro de oro por dos caminos distintos pero paralelos»

Si antaño una ardilla podía cruzar el país de árbol en árbol, ahora hay ciudadanos que se pueden pasar la vida saltando de bandera en bandera sin enarbolar jamás la suya. Los hay que combinan la republicana, la arco iris y la saharaui. Otros añaden a las anteriores la ikurriña o la estelada. A veces puede encontrarse una europea u otra que remita a la URSS, o quizá alguna más con la efigie del Che Guevara. Pero, en la cúspide, en el número 1 de la lista, está la madre de todas las banderas: la de Palestina. De la misma forma que la naranja sigue a la pera, y a éstas las sucederán la fresa y la cereza, el abanderado de temporada enarbolará la bandera que toque, yendo de una a otra sin dejar jamás de asir la varilla. Le quitas la bandera a un abanderado de temporada que lleve tiempo manifestándose y tiene la mano cerrada, los dedos agarrotaos y los nudillos como ajín cogíos de apretar el palo. Tienes que ponerle en el hueco para rellenar un tubo de cerveza del Correo o se ve raro, como de minusvalía al 33% para el cupo de ordenanzas. Todas estas banderas tendrán una carga simbólica excepcional para el abanderado de temporada. Salvo la de España, a la que considera un trapo.

Ahora toca la de Palestina. Incluso hay partidos políticos locales que piden que la calle Israel de Córdoba se deje de llamar como tal. Nadie sabía que en Córdoba había una calle llamada Israel hasta que se ha clamado por semejante medida. He tenido que mirar el Google Maps. Está, curiosamente, al lado de las calles Fray Albino y Obispo Cubero, como si a alguien del Ayuntamiento le hubiese dado coraje tal acumulación de prohombres católicos y hubiera saboteado la proliferación con el país judío puesto ahí a propósito. Quizá eso salve el nombre de la calle, o acaso pueda ser un buen momento para llamarla Julio Anguita. Otra opción sería cambiarle el nombre al cercano Cordel de Écija, por Cordel de Palestina o Cordel de Palestina Julio Anguita, de forma que las calles Israel y Palestina estuviesen juntitas, acudiendo allí semanalmente representantes de la izquierda y la derecha liberal para defender a unos u otros. Jamás a España. La cercanía de la mezquita Al-Tawhid, de la comunidad islámica de Córdoba, podría ambientar los enfrentamientos.

El abanderado de temporada reduce el conflicto entre palestina e Israel a cuatro consignas repetidas hasta la extenuación, con el único objetivo de emplearlas contra la derecha en el ámbito de la política doméstica.

Con esta actitud, impide el debate realista sobre la situación de los palestinos, a los que utiliza como medio, no como fin. A su vez, con acciones callejeras infantiles o declaraciones histriónicas, devalúa la causa de ese pueblo, que queda reducida a lemas de galleta de la suerte o a la absurda exhibición pública de un pañuelo.

Este izquierdista, autopercibiéndose como rebelde, justo, bondadoso o contestatario, es sin embargo completa y absolutamente permeable a las órdenes del sistema, hasta el punto de orientar su vida, paradójicamente, hacia los anti-valores propagados constantemente por el mundo del espectáculo y la pornografía generalizada, de control mayoritario judío (ni siquiera pronuncia esa palabra). Mañana dejará esa bandera y asirá la que le ofrezca su sindicato para protestar contra el asunto del cribado del cáncer de mama acaecido en el sistema sanitario andaluz.

El otro lado, con el derechista liberal, es igualmente desolador. Tras años de oposición constante a los anteriores, percibe como realidad dicha oposición, no la realidad objetiva. Si el abanderado de temporada dice algo, percibe como realidad lo contrario. Incapaz de salir de esta dialéctica, termina negando lo que tiene delante de sus narices y siendo cooperador necesario del izquierdista. De la misma forma, orienta su vida hacia los anti-valores del mundo del espectáculo y la pornografía. Sólo que con un disfraz conservador, aparentemente moderado.

Ambos son ateos. Ambos son apátridas. Ambos fueron vaciados por dentro, como si una mano gigantesca se introdujese en su gargantas y les extrajese el espíritu.

Sin Dios, sin patria y sin alma, adoptan -sin tan siquiera sospecharlo- la religión del más fuerte, aquel que realiza el proselitismo más violento e intenso. Llegan a adorar al becerro de oro por dos caminos distintos pero paralelos.

Mientras, la bandera de España queda para los partidos de fútbol. En raras ocasiones para alguno de baloncesto. Hay ya casos extremos en los que pareció atisbarse en alguno de tenis.

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