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29 de marzo de 2024

Reparto de Succesion

Reparto de Succesion

'Succession' y el lujo silencioso

El estilo AntiKardashian que llevan los más poderosos

La temporada 4 de la serie Succession comenzó ayer en HBO. Más allá de las luchas de poder, de los casoplones, barcos y helicópteros, hay algo que llama poderosamente la atención en sus personajes: el lujo silencioso de sus atuendos, algo practicado con mucho tino por los privilegiados Ultra High Net Worth Individuals, esos que no dejan de comprar ropa en tiempos de crisis. Pero veamos cómo incluso esto es caer de lleno en la trampa de la moda a precios excesivos.
Catalogada últimamente como la mejor serie del los últimos años, esto es mucho decir, Succession se estrenó en abril del 2018, antes de la pandemia. Y esta cuarta temporada se supone que será la última, de esta historia que cuenta la vida de una familia de los medios de comunicación que se acerca al momento de la sucesión del patriarca, Logan Roy, interpretado por Brian Cox.
Succession ha cuadrado el lujo que no se ve, aquel discreto o alejado de las redes sociales y de la vista del común mortal, que comprende elementos como una moda discreta y de calidad, turismo en lugares de difícil acceso o medios de locomoción inaccesibles al público general. El concepto es que cuando se tiene realmente poder y dinero en cantidad, no hace falta presumir de ello sino que se nota.
El vestuario de la serie, ideado por Michelle Matland, emula las colecciones de varias marcas de primer nivel, sutiles pero de gran calidad. Kieran Culkin, hermano de Macaulay Culkin, representa al hijo pequeño de Logan Roy, Roman. Roman viste con camisas negras sin corbata y blazers grises de corte británico sin marcas reconocibles. Kendall Roy, el hijo mayor, lleva trajes sencillos y zapatillas deportivas de Lanvin y Shiv Roy, la única hija, viste emulando a Ivanka Trump pero con mayor sencillez.
Serie de Succession

Serie de Succession

Max Mara, Oscar de la Renta o Loro Piana son algunas de las marcas escogidas para varios personajes. Logan Roy, el patriarca, lleva abrigos largos sobre sus trajes combinados con gorras de béisbol para pasar desapercibido y sus sobrinos jóvenes llevan camisas en Oxford azul y barbours sobre las chaquetas con gorras inglesas. Los jerseys de cuello vuelto, las camisetas sencillas y los polos, se suceden con vestidos sencillos de noche largos en las fiestas, siempre alejándose del estilo Kardashian.
Este estilo, aparentemente «aburrido» y poco llamativo, carente de logos y de bling-bling, sencillo y poco reconocible, lo han adoptado personalidades como Putin, que va de arriba a abajo vestido de Kiton o Loro Piana en ocasiones, Mark Zuckerberg con sus camisetas de 500 euros o Elon Musk y sus discretos trajes de Givenchy de 18.000 euros. Pero no son ellos los únicos. Las familias de banqueros más importantes de Europa se suman a gastar - o invertir, como quieran llamarlo en este caso - cuantiosas sumas en zapatos hechos a medida de corte moderno, a menudo de poco fundamento, como los que realiza un especialista sudamericano que reside en Barcelona, o en jerseys de marcas como Brunello Cucinelli, que ni son tan buenos ni tan especiales como los pintan.
Quizás esta última marca sea el ejemplo de cómo montar un emporio con ausencia de diseño, basado en cierto modo en el excesivo precio de sus prendas. El precio posiciona la marca italiana directamente a un alto nivel, inasequible o poco razonable para la mayor parte del público, y la convierte en objeto de culto de un segmento que a fuerza de buscar lo mejor acaba cayendo en la trampa de lo más caro.
Con la moda del «lujo silencioso», la clase socioeconómicamente más elevada trata de alejarse de aquellos del «quiero y no puedo» que se cubren de logos y falsificaciones. Pero si las marcas de este quiet luxury diferencian únicamente sus productos en pequeños detalles, los más poderosos estarían de nuevo compitiendo entre sí para ver quien lleva qué, puesto que su elección de prendas solo la identificaran los más entendidos, aquellos que estén en su mismo grupo social.
La cuestión sigue siendo saber si «se está en el ajo» o no, si se «está en la pomada» o fuera. Y cabe preguntarse por qué a aquellos megapotentados que no tienen que presumir porque todo lo poseen, les sigue importando entrar en este juego de fardar en plan discreto, y caer por tanto en las redes de la moda aunque sea de modo semiconsciente. Esto demuestra que, por exceso o por defecto, por aprecio o desprecio, por excentricidad o por discreción, todo hijo de vecino tiene su propia opinión sobre la moda como primer arma de expresión del ser humano
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