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23 de abril de 2024

Imagen de un policía ucraniano

Imagen de un policía ucranianoGTRES

La clave, Europa

La guerra en Ucrania, objeto de reflexión histórica y política

¿Cómo escribir sobre alimentación en un momento como el que estamos viviendo? ¿Cómo hablar de gastronomía o de alimentos, de placer y de gozo por vivir mientras los tanques asolan Ucrania? Se asoman las lágrimas, y no hay miércoles lardero, ni carnaval, ni siquiera la feliz y alegre Cádiz que pueda alegrar esto. La preocupación que no solamente afecta al presente, sino al futuro que espera a Ucrania y también a Europa.
Por que esta es la clave, Europa. Seguramente se extrañarán los lectores al encontrar un artículo así y no uno del estilo habitual, de historia de la alimentación, de gastronomía. Es que creo, sinceramente, que ni siquiera el más pequeño rincón es despreciable si puede poner una gota de agua de reflexión en este desierto que es la invasión de un país, el inicio de una guerra en la Europa oriental, que es nuestra propia casa.
Las civilizaciones, como los organismos biológicos, nacen, crecen y se desarrollan. Finalmente se transforman, algunas mueren y desaparecen. Pero las personas, los libros y las infraestructuras continúan, llevando en sí algo (o mucho) de aquel tiempo perdido. Pasó en Babilonia, ocurrió en Sumer y en el antiguo Egipto, también sucedió en Roma. Igualmente desaparecieron Creta y Bizancio, el Imperio Inca y la cultura maya. Incluso el Imperio Mongol, la Macedonia de Alejandro Magno o la Cartago mediterránea. El ciclo histórico es ineludible e inevitable, y hasta deseable, porque todas las culturas llevan en sí mismas la semilla de su desaparición, y los nuevos despertares históricos también incorporan frescura, ilusión y cambios.
Europa es una valiosa combinación de historia, cultura, religión, arte, pensamiento y personas. Y por qué no, también de una alimentación específica que tiene un significado concreto y que ha sido evidente expresión de diferentes momentos históricos para el conocedor de las claves. La herencia de Roma, el valor del catolicismo, la semilla de Carlomagno, la reflexión de la Ilustración, las guerras de la Edad Moderna que configuraron las fronteras de la Contemporánea. Y hasta las dos Guerras Mundiales, terminaron de pulir Europa y de crear con el esfuerzo de vidas humanas, de sacrificio, de esfuerzo, todo lo que tenemos hoy. En dos frases, esa es nuestra historia, nuestro valor, la contribución a un mundo mejor.
Pero como el resto de las culturas, en el corazón de Europa abrigamos la propia semilla de su destrucción. No hay que escandalizarse, es sencillamente un hecho histórico que se repite en los distintos ciclos y que en realidad no tiene que ver con la cultura, sino con la propia esencia humana, que es la clave de todo. Lo que hemos anhelado con tanto ahínco puede destruirnos, como en este caso es la modorra de un mundo confortable, o el olvidar que la vida es lucha constante, también la dejación de la moral y las creencias que nos convirtieron en lo que somos: la cuna de la civilización occidental. Y parece que al escribir estas palabras rememoro las causas de la caída del Imperio Romano. Por que son prácticamente idénticas salvando las distancias que nos ha traído la tecnología en el s. XXI.
Les pongo un ejemplo, Roma se quedó a muy poco tiempo de terminar descubriendo las aplicaciones de la electricidad, y quizás en ese lapso hubieran podido modificar su propio destino. Pero no ocurrió así. La tecnología, que hoy tiene su siguiente paso en el poderoso quantum podría hacernos avanzar hacia un mejor destino, pero si olvidamos el factor humano estamos perdidos. Hay que trabajar siempre en varios frentes, esta es la complicación del caso, por lo que insisto en la importancia del elemento humano. En este caso, el líder de toda esta sinrazón, y que es Vladimiro Putin, es un personaje que arregla todos sus problemas con una buena sopita de polonio si hay un disidente, o con unos tanques que van a desnazificar el país vecino. Y aquí se encuentra una parte de la cuestión humana, conocer al enemigo, su comportamiento, sus reglas, sus ambiciones. En este caso la de volver a proporcionar a Rusia unas fronteras que ya no existen o de que la historia le regale el sobrenombre de Vladimiro el Grande. Ambición y poder, en cualquier caso.
Como historiadora observo el panorama con atención, vivir los hechos históricos en primera persona es doloroso, pero como dice mi admirado Felipe Fernández-Armesto, es verdad que la única verdad de la historia es que no aprendemos las lecciones que esta nos enseña. Pero Europa se debe a la reflexión y a la actuación, desde luego. Las dificultades no se afrontan cerrando los ojos. Hay guerra en casa, y quizás sea necesario reevaluar la postura europea y reflexionar sobre quienes somos. Nuestra sociedad está basada en los principios de la ayuda, más estrecha aún entre europeos, en el valor de la caridad en lo personal, y en el de la solidaridad entre naciones. También en la eficacia de una ley y un orden internacional que hoy Putin (y no quiero decir Rusia, porque no me cabe duda de que no toda Rusia está de acuerdo con esta guerra) ha quebrantado.
Nos enfrentamos a grandes problemas, concatenados y superpuestos, y no habrá soluciones fáciles. Nos enfrentamos a abusos, a una sociedad repleta de excesos y difícilmente capaz de soportar dificultades en búsqueda del bien común, mientras caminamos de la mano de una clase política mediocre, insuficiente e incapaz. Saldremos de esta, como ha ocurrido otras veces, pero lo más importante es cómo saldremos, si moralmente fuertes y seguros de dar los pasos adecuados o no. Para mirar el futuro es necesario reflexionar sobre la historia y actuar en el presente.
  • Almudena Villegas Becerril es doctora en Historia Antigua y profesora de la Universidad de Córdoba
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