Vivimos en un proceso de barbarización, donde muchos vuelven a comer con las manos
La pérdida de los hábitos protocolarios en la mesa
La gente carece de habilidad en el manejo de los cubiertos y a muchos incluso les sobran, prefieren los dedos
Aunque las cucharas y los cuchillos son antiquísimos instrumentos de mesa, no siempre hubo tenedores en Europa. Descrito por el marqués de Villena, en la corte de los Reyes Católicos se conoció un instrumento similar denominado broca, aunque dotado únicamente de dos puntas por lo que, desde el punto de vista ergonómico, era inferior al actual. Sin embargo, propició los buenos modos en la mesa, evitando que los cortesanos tuvieran que comer con las manos, como se había hecho hasta entonces. El Imperio Bizantino fue el origen de la moda de los nuevos tenedores, que llegaron pronto hasta las cortes italianas, en forma de piezas dotadas de tres y cuatro puntas, y fue la florentina Catalina de Medici, futura reina de Francia, quién siendo todavía muy joven los llevo a esta corte, donde la novedad se vio como una extravagancia de la italiana. Y más que en la mesa se usaron para aliviar las molestias en la piel de las señoras, ya que con los vestidos gruesos y muy apretados no podían rascarse a placer. Una función para la que los tenedores no estaban diseñados, pero que cumplieron con total eficacia.
Los grandes banquetes y las mesas elegantes del mundo antiguo no conocieron el uso de tenedores, aunque sí de las cucharas, que según la mesa eran de diferente tipo. Algunas elegantes y estilizadas cucharas de plata -romanas, por supuesto- tenían incluso una punta en el otro extremo de la cavidad, y por tanto doble uso, se usaban por una parte para tomar platos líquidos y por la otra para extraer la carne de los caracoles o de diversos crustáceos. Las más pesadas eran auténticas joyas, y llevaban grabada la leyenda «restituit», es decir: devuélveme a mi dueño (las domus de la aristocracia romana no estaban exentas de pequeños hurtos). Los cuchillos no se usaban en la mesa, y de forma más o menos elegante, según el entorno y el momento, se comía con las manos. Los romanos, con un protocolo cuidado en la mesa, lo hacían solamente con los tres primeros dedos de la mano derecha, y evitaban por todos los medios una grave demostración de mal gusto: que una gota inoportuna se deslizara por el brazo abajo y empapara la toga.
La destreza con los cubiertos
Después de varios siglos de ensayar habilidades y mostrar auténticas maravillas a la hora de exhibir la destreza con los cubiertos, por ejemplo al trocear las aves más pequeñas y delicadas, o en el momento de extraer con limpieza los lomos de los pescados, las cosas han cambiado. Siempre me gustó observar con qué habilidad y precisión anatómica cortan algunas personas los distintos alimentos. Es el síntoma más elegante de los auténticos conocedores, el manejo hábil, preciso y limpio de los cubiertos, que solamente se aprende en la infancia.
Uno de los síntomas de la barbarización de una sociedad es la pérdida de los hábitos protocolarios en la mesa, el olvido del refinamiento, de la cortesía y de los buenos modos. Sí, vivimos en un proceso de barbarización, muchos vuelven a comer con las manos, como hicieron las culturas más primitivas, aunque ahora es mucho peor porque abundan los plásticos y el papel en una nueva informalidad que incluso, asómbrense ¡muchos aprecian! Y que trae consigo la pérdida de los viejos buenos modos en la mesa. La gente carece de habilidad en el manejo de los cubiertos y a muchos incluso les sobran, prefieren los dedos. Muchos platos preelaborados están diseñados precisamente para ser comidos con las manos, despreciando con ello lo que representa el uso de cubiertos en el refinamiento y la limpieza del acto de comer.
Esta pérdida es sin duda una demostración más del proceso de barbarización que se percibe en muchos frentes, y este de la buena mesa es solo uno más. La llegada de los nuevos bárbaros a nuestra sociedad irrumpe con la violencia de los que creen que nada importa y se saben protegidos. La cuestión es que no solamente hay bárbaros ajenos a la cultura europea, también se está produciendo un paradójico modo de barbarización, por el cual muchos europeos celebran y se incorporan a esas nuevas hordas cuya primera ocupación es destrozar las manifestaciones externas de una cultura milenaria, como es la del refinamiento en la mesa, pero cuyo fin último es destruir la médula de la civilización occidental. Entre auténticos ataques, chanzas, desprecio y acciones violentas, lo vemos a diario y se ha normalizado. En ello están, activamente ocupados, y sí, es el momento de responder, de actuar, de conservar y de proteger lo que somos, lo que fuimos y lo que deberíamos ser, nuestro futuro como civilización tiembla: otros bárbaros, de nuevo, se encuentran ante las mismas puertas.