Dos niños leyendo y comentando un libro
Rosa García Perea, autora de «El club de lectura para niños»
«Cuando un niño cuenta qué le ha emocionado de un libro, y ve que le prestan atención, algo se enciende en él»
De pequeña se peleaba con los libros, hasta que descubrió un modo nuevo de acercarse a ellos. Ahora, Rosa García Perea acaba de publicar El club de lectura para niños (Toromítico) para animar a las familias a adentrar a los niños «en el mundo del libro»
Los expertos no dejan de repetir el daño que el consumo masivo de pantallas está causando en las nuevas generaciones. Sin embargo, ni el lamento ni la mera prohibición son suficientes: los niños necesitan planes alternativos de ocio, para cultivar su mundo interior y construir relaciones sociales sólidas. Justo dos de los muchos beneficios que entrañan los clubes de lectura infantil: pequeñas reuniones de amigos, iniciadas muchas veces en las familias, y que ensanchan los límites de la lectura para traer al mundo de los más pequeños todo el potencial de fantasía, diversión y aventura que se encierran entre las tapas de un libro.
Para ayudar a aquellas familias que deseen adentrarse en los inesperados –pero fructíferos– efectos de estas singulares reuniones, Rosa García Perea acaba de publicar El club de lecturas para niños (editorial Toro Mítico), donde no sólo cuenta su propia experiencia, sino que además da pistas concretas para fomentar la lectura compartida entre los más pequeños de la casa.
–Como en los libros, empecemos por el principio: ¿Qué es un club de lectura para niños y desde qué edad se puede vivir?
–Es un pequeño refugio donde los libros se leen en voz alta, se comentan con risas, se dibujan con rotuladores y a veces se representan con disfraces improvisados. Es una cita con la imaginación, una reunión entre iguales donde cada niño aprende a escuchar al otro… y a escucharse a sí mismo. Es un espacio donde no se corrige, se comparte. Donde no se examina, se explora. Y se puede empezar desde muy pequeños. De hecho hay clubes de lectura familiar desde los primeros meses, donde se leen, o se canturrean poemas, nanas… hasta los 12 o 13 años, cuando empiezan a pedir más autonomía y otros vínculos. En realidad, lo importante no es tanto la edad como el deseo de compartir lo leído.
–¿Y por qué es bueno que los niños participen en clubes de lectura?
–Porque un club de lectura es mucho más que leer. La lectura compartida implica unos valores muy necesarios. Es un lugar donde los niños aprenden a escuchar sin interrumpir, a decir lo que piensan sin miedo, a mirar el mundo con otros ojos y a descubrir que lo que sienten también tiene un espacio. Cuando un niño cuenta lo que le ha emocionado de un libro y ve que los demás lo escuchan con atención, algo se enciende en él. Gana confianza, se siente valioso, aprende a expresarse mejor. Y, sin darse cuenta, está entrenando la empatía, el pensamiento crítico, la colaboración y hasta el sentido del humor.
Rosa García Perea, autora de El club de lectura para niños
–¿Qué pasos deberían seguir unos padres que quieran constituir un club para sus hijos y sus amigos?
–Lo primero es muy sencillo: buscar a dos o tres familias con ganas de probar. No hace falta montar nada grande ni complicado. Basta con un lugar donde reunirse (una casa, una biblioteca, un aula del cole…) y elegir un día de reunión que se pueda mantener con cierta regularidad. La clave está en crear un espacio cálido, donde los niños se sientan cómodos, escuchados y libres para expresarse. Después, viene la elección de los libros: accesibles, bonitos, que inviten a hablar, reír, imaginar… En El club de lectura para niños propongo muchas ideas concretas, por edades y tipos de grupo, para que no haya que romperse la cabeza. Y luego, ¡a disfrutar!
Lo importante es que haya participación, humor, ganas de jugar con lo leído. No se trata de convertirlo en una clase, sino en una aventura compartida
–La forma de comentar el libro, según propone, no es un simple libro-forum...
–Las actividades pueden ser tan sencillas como un dibujo, una dramatización, una pregunta loca («¿y si el protagonista hubiera sido un dragón?»), un juego, una canción, o bien reescribir el final con dibujos o plastilina, preparar una maleta con objetos que representen a los personajes, montar una búsqueda del tesoro con pistas relacionadas con la historia, improvisar una escena como si estuviéramos en el teatro, diseñar una portada alternativa, escribir una carta a un personaje, crear el mapa del mundo del libro o incluso cocinar algo que aparezca en sus páginas. Lo importante es que haya participación, humor, ganas de jugar con lo leído. No se trata de convertirlo en una clase, sino en una aventura compartida. Y un detalle importante es dejar que ellos propongan cosas. A veces lo más mágico de un club de lectura nace de una idea improvisada por un niño. Si sienten que el club también es suyo, volverán encantados a la próxima reunión.
–¿Y qué papel juega el adulto en el club de lectura?
–El adulto en un club de lectura no es el que manda, ni el que explica, ni el que corrige. Es, más bien, quien cuida el espacio: quien observa, sugiere, sostiene el ritmo… y sabe cuándo retirarse un poco para que los niños se sientan cómodos. Al principio es importante que haya un adulto que haga de moderador: que dé la palabra, que ayude a organizar el turno, que anime a los más tímidos, que enseñe (sin imponer) a escuchar al otro, a disentir con respeto, a hacer preguntas con sentido. Ese papel es fundamental para que el grupo se sienta seguro y las voces pequeñas no se pierdan. Pero lo bonito viene después, cuando ese adulto empieza a ceder el testigo. Porque un buen club también enseña a los niños a ser moderadores: a proponer temas, a dinamizar un juego, a formular preguntas, a llevar las riendas durante un rato. Y eso les da una autonomía y una autoestima preciosas.
Portada de El club de lectura para niños
–¿Qué son los «bibliodeseos» de los que habla en el libro?
–Una de las herramientas más hermosa que ofrece el libro: un pequeño cuaderno, una cartulina, una pizarra en el dormitorio… donde el niño va apuntando los libros que le gustaría leer. Pueden ser títulos que ha visto en una librería, que le han contado, que ha hojeado en clase o que le llaman la atención por la portada. Esa lista es suya, personal, única, y ya solo por eso vale oro. Por eso animo mucho a pasear con calma por librerías y bibliotecas. No hace falta comprar siempre, ni encontrar «el libro perfecto». Basta con estar, mirar, tocar, preguntar… dejar que el niño se familiarice con el mundo del libro como un lugar donde tiene voz, deseo, elección. Y si puede empezar a formar su propia biblioteca personal, aunque sea con pocos libros, mejor aún. Esos primeros ejemplares elegidos por él –aunque sean algo caóticos o inesperados– son el germen de un vínculo profundo con la lectura. Porque no hay mejor lector que el que ha aprendido a elegir y a construir su propio camino.
No hay mejor lector que el que ha aprendido a elegir y a construir su propio camino
–Un último consejo para las familias que se animen a formar un club de lectura (además de leer su libro)...
–Yo fui una niña inquieta, con una relación complicada con la lectura al principio. Me costaba seguir las líneas, saltaba palabras, me perdía. Pero también tenía una hermana que me aconsejaba con infinita paciencia y unos jueves mágicos en los que llegaba al barrio el bibliobús, una pequeña biblioteca sobre ruedas que nos abría un mundo nuevo cada semana. Gracias a ellos, los libros pasaron de ser un muro a ser una puerta. Y eso me cambió la vida. Por eso sé que a leer se aprende leyendo, pero también escuchando, compartiendo, riendo, imaginando. Y un club de lectura puede ser justo eso: un rincón donde cada niño, con su ritmo, descubra que los libros también están hechos para él. Porque los libros no son para leer solos y en silencio, sino para vivirlos. Y si es en compañía, mucho mejor.