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Marta Oporto-Alonso

El lujo silencioso

Alegría, sorpresa, tristeza, ira, asco y miedo. Las llamadas emociones básicas se dibujan en la cara del bebé como un lenguaje universal. El cuerpo entero se convierte en una danza armoniosa que revela lo que hay dentro. Y, curiosamente, en esta etapa la alegría y el asombro son las protagonistas, siempre que el entorno esté lleno de luz, belleza y vida.

Act. 22 nov. 2025 - 07:34

Hace unos días, en unos grandes almacenes, comprobé cómo en apenas veinticuatro horas el escenario oscuro y macabro de Halloween se transformaba en otro completamente distinto, con la luz y la alegría de la Navidad. Y lo confirmé al mirar la cara de Isabel, mi bebé de nueve meses: asombro y alegría inmensos ante el espectáculo que tenía delante. Por ver caritas como la que vi, bien merece la pena tener en el mes de noviembre nuestras ciudades inundadas de luces y color.

Esta reflexión me llevó a preguntarme: ¿por qué esa expresión espontánea de alegría? ¿Por qué esos ojos abiertos de par en par si es la primera vez que estos estímulos impactan en ella? Rápidamente, di con la respuesta: Isabel tiene inscrito en sus genes la afirmación en lo que rebosa vida. Y de la Navidad, señores, emana vida a chorros. Los sentidos de mi pequeña se abren porque lo que tiene delante conecta con lo más profundo de su ser: está hecha para deleitarse en lo bello, lo luminoso, lo armónico, lo gozoso y lo concreto. Cuando esa belleza se concreta –incluso encarnada en la figura de un Niño– la alegría se convierte en gozo, capaz de alimentar el alma ya desde una edad tan temprana.

Somos seres capaces de expresar emociones. Desde las primeras horas de vida, nuestro rostro comienza un aprendizaje silencioso que nos acompañará siempre: comunicar lo que sentimos, mostrar quiénes somos y cómo deseamos acercarnos a los demás.

En los primeros meses después de nuestro nacimiento, la expresión es pura y transparente. Alegría, sorpresa, tristeza, ira, asco y miedo. Las llamadas emociones básicas se dibujan en la cara del bebé como un lenguaje universal. El cuerpo entero se convierte en una danza armoniosa que revela lo que hay dentro. Y, curiosamente, en esta etapa la alegría y el asombro son las protagonistas, siempre que el entorno esté lleno de luz, belleza y vida.

La ira aparece ante lo que incomoda, y el miedo y la tristeza llegan más tarde, cuando lo desconocido o la separación de la figura de apego se hacen presentes. Si esto es así, ¿tiene sentido una preocupación y ocupación consciente por el tipo de estímulos que impactan emocionalmente en nuestros pequeños?

Contemplar las mil y unas figuras del Niño Jesús en la tienda, e incluso sostenerlo en sus manos en forma de muñeco, es un gesto que enlaza con lo natural en este momento evolutivo: acoger lo que transmite vida, esperanza y alegría. Pedirle lo contrario sería violentar su sensibilidad y sembrar rechazo en su alma.

Isabel, en su inocencia, con nueve meses recién cumplidos, nos transmite una gran lección: merece la pena que, en las próximas semanas, hagamos el esfuerzo de contemplar, admirar y llevar a quienes amamos hacia todo aquello que despierte apego a la vida y a la alegría… incluso en medio de las circunstancias más adversas. Porque la luz y la belleza son alimento para el alma y un lujo silencioso.

Marta Oporto-Alonso es doctora en Psicología, profesora adjunta en la Universidad San Pablo CEU y colaboradora del Instituto CEU de Estudios de la Familia.
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