Gente
La fiesta privada con más poder por metro cuadrado de Madrid
Crónica de una fiesta en el barrio de Salamanca, donde la sidra inspiró la concordia entre políticos que en público se detestan
A mí la fiesta del empresario (y guapo), Antonio Fournier, me ganó cuando pedí una copita de champán al entrar en su ático del señorial y distinguido barrio Salamanca madrileño y me dijeron que ni champán, ni cava, que sidra El Gaitero. Ahí me ganaron y supe que esa reunión, con la excusa del cumpleaños del anfitrión, en vez de fiesta era un conclave mejor que Davos. Después del besamanos de Antonio y su hija Irini, ahijada de la princesa Irene de Grecia, que recibían en el vestíbulo, procedí a mezclarme. Eso hice y aluciné. Me dijeron que era una convocatoria de la Concordia y poco me parece.
Con el primero que me doy casi de bruces es con Miguel Garrido, de la CEIM, que llegaba exhausto por el frío y el hambre, así que le acompañé a inaugurar la tortilla, a la que daban la espalda Rocío Monasterio y su marido Iván Espinosa de los Monteros, que ignoraban las viandas como desganados, que eso también es muy elegante, no comer.
Sin embargo, ese problema Garrido no lo tenía. El hombre de la CEIM comprobó que era con cebolla y ahí caímos totalmente rendidos. Entendí, por los recursos, que era una fiesta de conquistadores. Carmen Calvo pasó a nuestro lado como el conejito blanco de Blancanieves o como una diputada de base que publica un libro feminista el día de los enamorados.
Tuve que dejar por un momento a la tortilla y a la CEIM, e ir a su encuentro para que me aclarase algo que me tenía en un sin vivir. Me hice la Conchita polígrafa y le solté sin miramientos: «¿Es cierto que has sido la persona que le comunicó al Rey Juan Carlos que debía abandonar España?». Y Calvo, a la gallega: «¿Crees que si la Institución no hubiese querido que el Rey abandonase España, se habría ido?».
Pues ahí lo dejo porque a la hora volví a insistir y me contestó lo mismo. Y para gallega, Adriana Domínguez, que recibía felicitaciones por tener a su madre, Elena González, como modelo de la firma que preside, Adolfo Domínguez. Los creadores de «la arruga es bella», con la madre del clan Elena como modelo publicitaria, demuestran que las mujeres sin bótox y que pasan de los sesenta son estupendas como modelos de su ropa y se adelantan al resto de firmas españolas porque las campañas publicitarias con mujeres mayores son tendencia.
Por cierto, que a Adolfo Domínguez le encantan las mermeladas caseras con limones de la Casona Azul de Corvera en Cantabria con poco azúcar. Precisamente la dueña de la casona, Covadonga Fernández, especialista en blockchaim, estaba abducida conversando con Juncal Rivero y con Daniela Bosé que cocina la pasta como todos los Bosé, de cine, y está fascinada con la programación del Palacio de Vista Alegre, que me da a mí que es muy «asociativa».
Ella sabe de cultura y lo decía a diez metros de Marta Rivera de la Cruz, que estuvo poco rato pero no porque hubiera llegado Juan Lobato del PSOE, es que tenía otro compromiso. Y precisamente fue Lobato el que me comentó que la concordia y cercanía de todo ese abanico de políticos que nos rodeaban, era imposible en el Congreso, el Senado o la Asamblea. En esos lugares de representación no comparten brindis con un contrario y mucho menos un pincho de tortilla.
Y algo debía de ser cierto porque al día siguiente Rita Maestre fue a visitar al presidente del Ateneo, Luis Arroyo, para ver a qué solución de ayuda, ante el recorte de financiación pública, pueden llegar. ¿Sería por la sidra? Pero de eso he sido testigo porque Arroyo y Maestre compartieron un ratito de charla. No así Carmen Navarro de la Mesa del Congreso con Marta Pascal de Junts que no interactuaron pero tampoco se le puede pedir más a la noche, bastante tuvieron con compartir el mismo aire y los canapeses de salmón.
Cuando vi a dos presidentas del Congreso, una ex, Ana Pastor y a la actual, Francina Armengol, comprendí que los estilismos antagónicos no concilian. La del PP sigue la tendencia traje de chaqueta con pañuelo de seda al cuello y la actual frecuenta el vestidito balear muy ad lib, pero poco ad hoc. Intuí que el de la mallorquina sería un estilo difícil de cambiar y eso que tenía cerca una asesora. Quién sabe si hablaban de lo bueno que es el resveratrol de las uvas, que Pastor conoce bien porque es médica y le gusta cuidarse, o charlaban más de sus cosas internas políticas.
A las que vi más relajadas y con mejor cara fueron a la escritora del presidente, Sánchez, Irene Lozano, que no es de mezclarse ni siquiera de cambiar de bebida, a Pilar Llop, acompañada de su marido Javier, con mejor aspecto desde que no es ministra y está de regreso en lo suyo de la magistratura y a Fátima Báñez, que en la CEOE no tiene mal sueldo, pero eso ya es cosa de los empresarios y en casa de Fournier, había unos cuantos e incluso aristócratas. Si es que en esos 250 metros cuadrados de ático había más representación social, política, empresarial y cultural que en un día bueno del Congreso.
A los que eché en falta, pero tampoco mucho, fue a algún miembro o miembra, como a ellos les gusta llamarse, de Podemos y es que cada vez escasean más. Sin embargo, si hubo cuota de Sumar con Emilia Sánchez o de CiU Cat, con Jordi Xuclá. La de Fournier fue una de esas fiestas privadas en las que si no vas, no te crees que pueda pasar todo lo que ocurrió, esa noche de invierno en un ático de «casa bien» donde hubo concordia entre los políticos de todos los sectores, con empresarios, artistas e incluso algún periodista y mi amigo Jacob Bendahan que nos enseñaba podcast de «No somos nadie» y nos partíamos de risa, lo que tenía mosca a Fernando Moraleda y a Manolo de la Rocha que no entendían esa felicidad. Y además, si digo lo contrario, mi amigo Antonio no me vuelve a invitar y yo no se lo podría contar a ustedes.