
El presidente Pedro Sánchez, el 29 de mayo
El declive físico de Sánchez, tras siete años en Moncloa: ojeras, tensión mandibular y canas
El presidente del Gobierno, acorralado por la corrupción familiar y el descrédito, proyecta cansancio acumulado y más arrugas
Poco o más bien nada queda de aquel apodo de Pedro, el guapo, con el que le bautizó su propio equipo en un gesto más de adulación al líder. Tras siete años en el Gobierno, el desgaste no solo es político, sino físico: marcas en la piel, en los ojos y en el gesto. Cuando accedió a La Moncloa, aquel 2 de junio de 2018, lo hizo con la imagen de un presidente nuevo, moderno, casi hecho a medida para las cámaras. Elegante, atlético, fotogénico. Su físico no era un detalle menor: era parte del mensaje. Representaba el relevo frente a la política envejecida y fatigada de Rajoy.
Hoy, sin embargo, cuesta mantener esa narrativa sin que chirríe. El rostro de Sánchez, a sus 53 años, ya no proyecta frescura ni solvencia telegénica, sino cansancio acumulado, tensión mandibular, ojeras que delatan insomnio y una expresión que alterna la vigilancia con el desgaste. Las fotografías recientes lo muestran más arrugado, con el semblante apagado, los ojos visiblemente más caídos y una mirada menos firme. Y aunque las canas son naturales a su edad, todo lo demás parece indicar algo más profundo: el reflejo de quien no ha dormido del todo tranquilo en mucho tiempo.

Primer plano de Pedro Sánchez
No es extraño. Pocas vidas públicas han estado sometidas a tanta presión, y durante tanto tiempo, como la suya. A los desafíos propios del cargo —pandemia, inundaciones, apagones, inflación, guerras, los problemas del sector del transporte, pactos difíciles, oposición feroz— se han sumado en los últimos tiempos una serie de frentes personales y políticos que lo rodean como una tormenta permanente y que no le dejan dormir en paz. Su esposa, Begoña Gómez, está siendo investigada judicialmente por presuntos delitos de tráfico de influencias, corrupción política, apropiación indebida e intrusismo profesional. Su hermano, David Sánchez, afronta acusaciones por un presunto delito de prevaricación y dos delitos continuados de tráfico de influencias en concurso con prevaricación. Su exministro de Transportes, José Luis Ábalos, uno de sus hombres fuertes, ha terminado en la cuerda floja por el caso Koldo. Y mientras tanto, el PSOE parece más silente que unido, y los socios de gobierno más exigentes que leales.
Algunos expertos en estética con los que hemos hablado en los últimos meses aseguran que el presidente habría recurrido a ciertos retoques menores para suavizar el paso del tiempo —tratamientos dermatológicos, eliminación de cicatrices de acné— y algún que otro pinchazo para frenar las arrugas. Pero ni el mejor ácido hialurónico puede disimular el efecto del cortisol, la hormona del estrés. El doctor Jesús Sánchez Martín, cirujano plástico y dermatólogo, lo explicó claramente a Look: «Es probable que el estrés y la carga emocional adicional que está soportando el jefe del Ejecutivo estén acelerando su ritmo de envejecimiento. Hay evidencia de que la edad biológica puede aumentar bajo la influencia del estrés: podemos echarnos años encima bajo un exceso de cortisol». Y añade: «Los cambios hormonales asociados a estos estados afectan la calidad del colágeno, reducen la elasticidad y favorecen la aparición de arrugas».
La Moncloa es una plaza exigente, y todos sus inquilinos han salido más encorvados de lo que entraron. Pero en Sánchez el contraste es más visible, precisamente porque su imagen fue siempre parte del relato. Hoy, esa imagen se cuartea, y el relato resiste por pura inercia. No es que haya dejado de gobernar, pero ya no lo hace con el aura de quien desafía el tiempo, sino con el peso de quien sabe que el tiempo siempre pasa factura. Puede que España haya cambiado, como él repite. Pero el que más ha cambiado —al menos a simple vista— es él. Porque más allá del maquillaje político, lo que desgasta a Sánchez no es solo el paso del tiempo, sino la suma implacable de sus frentes abiertos: demasiados, demasiado graves y demasiado cerca.