El emir de Dubái en Harrods
El emir de Dubái se deja ver en los almacenes Harrods de Londres con su amplio séquito
Mohammed bin Rashid al Maktoum reaparece en la capital británica sin el pañuelo que tradicional que siempre luce en compromisos oficiales
Londres, esa ciudad donde conviven la discreción aristocrática y el escaparate global, vuelve a convertirse en escenario de las paradojas de Mohammed bin Rashid al Maktoum, de 76 años, emir de Dubái. En los últimos días, lejos de la solemnidad de los foros internacionales, ha sido visto en un registro inusual: atuendos cotidianos que oscilaban entre un jersey verde con vaqueros y un chándal deportivo. Una estampa difícil de asociar con la imagen oficial del jeque, habitualmente envuelto en su túnica blanca e impecable y en el tradicional shemagh (pañuelo árabe utilizado para protegerse del sol y la arena, convertido además en símbolo cultural y de identidad en Oriente Medio).
Sus recorridos por la capital británica incluyeron paseos por Hyde Park, el gran pulmón verde de Londres donde conviven turistas y locales, y paradas en Harrods, los míticos almacenes de Knightsbridge que funcionan a la vez como templo del lujo y escaparate de fortunas internacionales. Allí, según varios vídeos difundidos en redes sociales, el emir se dejó ver en Somewhere Café, una franquicia emiratí y saudí que ha ganado notoriedad al reinterpretar sabores de Oriente Medio en clave cosmopolita. Rodeado de su séquito habitual, apareció con barba oscura, el cabello peinado hacia atrás y un gesto serio, vestido con una camiseta blanca de manga larga —adornada con detalles dorados y la bandera emiratí en la manga— y un pantalón burdeos.
El contraste es inevitable: uno de los hombres más ricos y poderosos del Golfo reducido a una imagen casi mundana. Una trivialidad en apariencia, que en realidad revela las tensiones entre lo privado y lo político en la biografía del emir. Porque Londres no es para él un destino cualquiera: fue allí donde en 2019 su exesposa, la Princesa Haya de Jordania, buscó refugio con sus hijos tras denunciar amenazas y malos tratos.
Lejos de alejarse, sin embargo, los vínculos del emir con la capital británica se han reforzado. Londres sigue siendo un centro neurálgico de sus intereses: desde holdings empresariales hasta sus célebres cuadras de caballos, que durante años lo vincularon estrechamente con la aristocracia y con las tribunas de Ascot. Invitado habitual de la tradicional Royal Ascot, llegó a regalar caballos de carreras a la Reina Isabel II y a ocupar asiento en el palco real, un privilegio reservado a muy pocos.
Cuando en 2004 el emir de Dubái se casó con la Princesa Haya bint al Hussein de Jordania, hija del recordado Rey Hussein y hermanastra del actual monarca Abdalá II, el matrimonio fue celebrado como la alianza perfecta entre dos dinastías árabes de enorme peso político y simbólico. Ella, educada en Oxford y amazona olímpica; él, artífice de la conversión de Dubái en un emporio global de rascacielos, negocios y turismo de lujo. La pareja se dejaba ver en Ascot, en recepciones reales y en certámenes ecuestres. De la unión nacieron dos hijos, la princesa Jalila y el príncipe Zayed, y durante un tiempo la imagen proyectada fue la de una familia sólida, unida por pasiones comunes: los caballos, la vida cortesana y la diplomacia de alto nivel. Pero tras ese resplandor se ocultaba una realidad mucho más sombría.
El emir de Dubái junto a la princesa Haya de Jordania, en Dubái en marzo de 2011
En 2019, la Princesa Haya emprendió una huida que sacudió a las cancillerías internacionales. Según su propio testimonio, abandonó la joya de Emiratos aterrada y buscó refugio en Londres junto a sus hijos, solicitando la protección de la justicia británica. Los tribunales acabaron dándole la razón: concluyeron que había sido objeto de amenazas y presiones por parte del emir. Lo que siguió fue un divorcio histórico. El Tribunal Superior impuso al emir el pago de más de 550 millones de libras, la cifra más elevada jamás fijada en un proceso de la realeza. Desde entonces, ella mantiene un perfil público extremadamente bajo en la capital británica, amparada por su familia jordana, mientras Mohammed bin Rashid continúa frecuentando la ciudad por negocios y placer. Sus caminos, sin embargo, apenas han vuelto a cruzarse.