Juan del Val rememora sus orígenes en uno de los barrios más humildes de Madrid: «Mi vida era una mierda»

Parece que todo son buenas noticias para Juan del Val. Nueva casa, premio literario millonario y una etapa profesional que no deja de crecer. Junto a Nuria Roca, con quien comparte vida y proyectos, el escritor ha decidido sumar un refugio lejos del ruido. Aunque siguen instalados en su chalet de Pozuelo de Alarcón, la pareja ha comprado una vivienda en Candeleda, en plena sierra de Gredos, un lugar de paz, aire puro y ritmo lento que ya se está convirtiendo en su escapada favorita.

La reforma corre a cargo de un amigo de ambos, el interiorista Pepe Leal, y Nuria está involucrada en cada detalle. A ella la decoración le divierte casi tanto como presentar en televisión, así que supervisa la obra con entusiasmo. Dice que disfruta del proceso, del cambio y de imaginar cómo quedará cada estancia cuando terminen.

Mientras tanto, Juan del Val atraviesa un momento intenso gracias al Premio Planeta, que ganó en octubre con su novela Vera. La obra ha generado opiniones de todo tipo, pero él no se inmuta. En una entrevista con Elle dejó una frase que se ha repetido mucho desde entonces: «El libro es bueno, esto es bastante objetivo. Y luego ya te puede gustar o no, esto sí es subjetivo».

Sin embargo, lo que más llama la atención cuando habla no es el premio ni el millón de euros, sino los recuerdos que arrastra desde su infancia y su adolescencia. Del Val creció en el barrio de la Estrella, una urbanización de clase media levantada en los años 70, rodeada de zonas más complicadas. Iba al colegio en Moratalaz y al médico en Vallecas, lugares marcados por la falta de recursos y la inseguridad cotidiana. Nada que ver con la idea romántica que muchos tienen hoy de aquella época.

Lo resume con una frase demoledora: «Mi adolescencia tenía más que ver con qué calle cogía para que no me atracaran que con estar viendo obras de Andy Warhol, que no tenía ni idea de quién era», declaró en conversación con la revista Elle. Hasta sexto de EGB era un buen estudiante, pero al llegar a la adolescencia se desubicó. Dejó 2º de BUP, no terminó estudios universitarios y pasó años con la sensación de llevar «un nudo en el estómago permanente», convertido en la oveja negra de una familia humilde que veía en los estudios la única vía de progreso. En ese intento de encontrar un sitio llegó a apuntarse tanto a las Juventudes Comunistas como a catequesis de adultos, una mezcla que hoy reconoce como incoherente pero que refleja bien su búsqueda. Con 17 años empezó a trabajar en obras, empujando carretillas de hormigón y encadenando empleos duros, una etapa que él mismo recuerda como: «Mi vida era una mierda».

En esos años difíciles, su madre, Ángeles Pérez, fue decisiva. Una mujer con fuerte conciencia social, que ha dedicado su vida a ayudar a presos en procesos de reinserción, algo nada habitual en la España de entonces. Del Val ha contado en numerosas ocasiones que, desde niño, se sentía más cómodo rodeado de mujeres. Le gustaba escucharlas, observarlas, aprender de ellas. Pasaba horas con su madre, su hermana y las vecinas que iban y venían con los patrones del Burda bajo el brazo para coser vestidos. Aquellas tardes de costura, confidencias y vida de barrio marcaron su sensibilidad y explican por qué tantas de sus protagonistas literarias son mujeres.